"El mundo no vale la pena", Saito sintió que alguien a su alrededor enarcaba una ceja "¿Y eso a que viene?", suspiro con suficiencia "Eso es algo que yo debería saber, ¿No es así?" Una sonrisa invisible corono el viento que rozaba su mejilla "tengo razón". Pasaron unos largos segundos en los que el joven se limitó a observar el andar de la gente desde su alcoba.
-Nos han dado una buena habitación, ¿no crees? - "Yo la hubiera preferido más grande, pero debo admitir que las vistas concuerdan con aquello que buscábamos" -No olvidemos que es la habitación más grande del internado- "No lo olvidamos" – Fue un verdadero detalle que el director nos la cediera. "Y un detalle que no tartamudeara o se cagara encima de tanto temblar al vernos" – Si... Un verdadero detalle. - El joven suspiro, sonrió maliciosamente, penetro en su habitación cerrando tras de sí las enormes puertas de cristal que daban al balcón y se sentó en una silla de caoba frente a un precioso escritorio de mármol pulido.
Un golpeteo seco revoloteo sobre sus oídos, para el momento en que Saito se hubo girado en dirección a la puerta ya había un adolescente con la cabeza inclinada en reverencia frente a él. Julius acometió una modesta reverencia y tanteo tímidamente con sus ojos el rostro del hombre frente a él, Saito sonrió.
-Mi señor, la señorita Patricia lleva unos días cabizbaja, se niega a salir de sus aposentos o probar bocado, los Perros ya no sabemos qué hacer para arreglar la situación. - Se hizo un afilado silencio que duro lo que pareció un minuto eterno, Saito chasqueo los labios, rompiendo el silencio con la fuerza de un mandoble.
- ¿Habéis averiguado lo que quiere ahora? - Dijo el joven de cabello azabache con un tono de voz autoritario que reverbero durante un instante en el aire.
-Así es, mi señor- Julius carraspeo. – La joven dama reclama su presencia...-
- ¿Estás diciéndome que simplemente quiere que la visite?
-B, bueno... No exactamente mi señor. -
-Endereza el rostro y mírame a los ojos Julius-
El joven Levanto lentamente la mirada hacia su amo hasta finalmente hacer contacto con su mirada, su rostro era el poder, y en consecuencia se gravo en los iris del humillado la receta del miedo y Él lo leyó.
-Avisa a los perros de que voy hacia allí. -
-Como desee mi señor. - finalizo Julius con una reverencia entrenada.
Saito salió por la puerta a la que se dirigía Julius, con una sonrisa enroscada en su aura, definitivamente así es como debía ser el mundo, así es como deberían comportarse frente a él, ese es el miedo que quería ver en los ojos de todos... Y si había logrado domar a ese proyecto de ser humano el resto sería coser y cantar. El joven vio tras los ventanales a su izquierda el patio bajo el, a los estudiantes corriendo y la preciosa fuente de bronce coronando sus movimientos, estaba seguro de que si en ese momento estuviera sentado en la falda de la fuente podría ver en la periferia de su visión el laboratorio de ciencias y tras este estaría La Mano, eternamente protegida por sus perros.
Había pasado algún tiempo desde que se desmayó en la ducha, concretamente tres meses con exactitud y en ese tiempo todo había cambiado drásticamente, Julius se empezó a mostrar excesivamente amable hasta el punto de rozar el fanatismo, el agresor que machaco en los suburbios de la ciudad resulto llamarse Morti y aunque parecía imposible un día apareció frente al internado con cinco hombres asustados detrás y cinco mil euros en un sobre. Se empezaron a escuchar rumores en el internado de una organización criminal que acababa de aparecer en la ciudad, destrozando a sus competidoras a sangre fría y creando un nuevo orden en las callejuelas, salvo por sus movimientos el crimen se redujo notablemente y mientras los comercios pagaran sus "impuestos" la ciudad no tendría problemas. Lo cierto es que con el tiempo empezaron a aparecer jóvenes y viejos con feas cicatrices en la mano izquierda, tal como la que le provoco en su día el joven a Morti. Era un símbolo de sangre. Poco después de la aparición del estigma la policía empezó a aficionarse a llevar guantes que escondieran las palmas de sus manos, de la misma manera que políticos influyentes, banqueros y abogados diversos. Nadie hablaba de ello, pero todos lo sabían, eran los Perros del zafiro.
En estos tres meses Saito no solo aprendió a usar a voluntad su habilidad para controlar la percepción de la temperatura, sino que descubrió una faceta suya más carismática de lo que creía, se aficiono a los discursos y el arte del control y la intimidación, se sentía nadando en su ambiente cuando los focos le alumbraban. Había cambiado, y era a causa de la voz que le seguía como una sombra, un heraldo del cambio que le acompañaba a todas partes y día a día se fusionaba con su ser más profundo, hoy en día el joven interpretaba a la voz como suya y se refería a esta y así mismo de igual manera. No era una voz, era su voz. Y así la mezcla se hizo perfecta e inseparable, pues eran iguales, y aunque la voz callara, el seguiría siendo el.
El collar era el néctar, la caja donde el residía, nunca moriría pues, aunque sus huesos se volvieran ceniza y su carne se pudriera el collar quedaría intacto, perpetuo en el tiempo, guardando sus recuerdos y su conciencia. Guardando su ser.
Si le preguntaran como sabia eso simplemente diría que lo sabía, de la misma forma que si alguien tira algo hacia arriba sabe que caerá, él sabía que su alma y conciencia estaban conectadas a ese colgante, así, sin más. Aunque debía admitir que todavía le carcomía el no saber de dónde había venido el collar ni porque, pero eso eran preguntas que en este momento parecían frases al viento, ahora solo importaba la estupidez de Patricia y el suelo exiguo de polvo frente a él.
Abrió la puerta suavemente, casi con ternura, y observo a la joven tumbada en la cama frente a él, Los labios de la chica temblaban con cada alito de vida que salía de sus pulmones, sus cabellos flotaban delicadamente sobre un rostro acostumbrado a la belleza, y sus parpados bailaban, danzaban entre temblores por los sueños que el joven nunca lograría copiar o alcanzar, era, simplemente. Bella.
Saito se quedó apoyado en una pared de la habitación por largos minutos, únicamente mirando la respiración de Patricia, expectante a su despertar, esperando como una vieja estatua la caricia del tiempo.
Se acercó a ella con pasos delicados como besos de mariposa mientras acariciaba su rostro, acercaba la mano derecha al bolsillo izquierdo de su pantalón lentamente, sonrió en respuesta a Patricia, al rostro jovial y lleno de paz que le observaba con ternura. Agarro con fuerza el cuchillo de brillo azul gélido en su mano. Se oyó un susurro, una promesa, un beso y el aire cortado por un filo. El cuchillo voló y penetro en la garganta de Patricia mientras esta luchaba contra si misma por respirar una sola vez mas, sus ojos llenos de pánico y lágrimas buscaban la mano que arrancaban su vida, la duda y la incertidumbre bailaban con el drama a la vez que Saito sonreía desquiciadamente. La sangre se deslizaba entre borbotones por sus fuertes manos y el débil cuello de su dueña, la vida se evaporaba con el ultimo alito de sus pulmones, y entre un claro sanguinolento, una cama roja como el amor, el joven respiro profundamente y cerró los ojos de su amada, se hizo el silencio, el entre acto de la matanza animal en el anfiteatro de las pesadillas.
Y rio, el joven rio como un loco, rio como un demente ante el desangrado cadáver mientras lagrimas cristalinas caían por sus mejillas como cristales de hielo.
Y entonces despertó.
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Nosotros entre Yo
AdventureDespertó con el beso de la victoria en los labios, con la transformación de su carne en la mañana y con la división de su alma en la plata del zafiro. Su vida a dado un giro brutal, nadie es quien dice ser, ni tan siquiera el mismo se conoce... Inic...