Capítulo 19

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Una casa en los suburbios

Un grupo de duendes vestidos de verde navidad bailaban al son de Gingles Bells en la televisión. Richard se cruzó de brazos, echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos. El alegre villancico resonaba por toda la sala de estar, como cada año. Richard se preguntó si aquel canal cambiaria algún año su programación.

El ruido de botellas rotas lo hizo erguirse, su hermano pequeño despegó la vista del televisor y miró hacia la cocina. Richard le hizo un ademan para que regresara su atención al televisor mientras se levantaba y caminaba hacia la cocina.

El aroma de carne quemada lo recibió, con ligeros toques de ron volando en el aire. Su madre barría los restos de una botella hecha pedazos en el suelo.

—¿Todo bien? —preguntó deteniéndose en la puerta. Su madre no alzó la vista y por respuesta solo se encogió de hombros. «Siempre se pone así en esta época». ¿Te ayudo? Huele a quemado. —Su madre llevó sus ojos cansados a la carne en la estufa, cerró los ojos y ahogó un sollozo. Richard se acercó a la carne—. No importa, ma. Yo lo arreglo.

Y lo hizo, o lo mejor que pudo. Rescató los trozos menos quemados y les raspó lo negro. Luego preparó una salsa de la que se sentía muy orgulloso y bañó con ella los trozos de carne. Para finalizar, buscó fruta en la nevera. Consiguió un buen melón con el cual preparó un jugo.

Cuando terminó se sentaron a comer. El televisor apagado y la bombilla de la cocina titilando. Oraron, y su madre le tomó la mano antes de que se dispusiera a comer. Richard la miró sorprendido, su madre solo sonrió y le dijo.

—Gracias. Eres mejor persona que nosotros.

Y con nosotros se refería a ella y a su padre, Richard lo sabía.


Casa número 286

Candy golpeó la puerta tres veces y esperó, segundos después le abrieron la puerta. Su hermana Julie llevaba una pañoleta vinotinto en la cabeza, un vestido del mismo color y los pies descalzos. Las dos muchachas se miraron. Julie era mayor que Candy solo por dos años, era mucho más delgada debido a su enfermedad, pero Candy sabía que su hermana era mucho mejor persona de lo que ella seria jamás.

—¿Ya llegaron? —preguntó la muchacha enferma. Candy asintió. Luego meneó la cabeza.

—Bueno, solo la vieja Matilde. Pero los demás deben venir en camino. —Julie asintió y entró en su habitación. Candy la siguió. Su hermana se sentó frente al espejo. Acomodo su pañoleta, se colocó un labial rosa chicle en los labios y luego se calzó unas zapatillas.

Candy dio el visto bueno y juntas bajaron. La señora Matilda era la tía materna de las jovencitas. Era una señora de cuarenta años, soltera y delgada como un mango de escoba. Saludó a sus sobrinas y comenzó una cómica anécdota de diez minutos sobre sus desventuras en Francia.

Veinte minutos después el resto de la familia comenzó a llegar. Tíos y primos. Adultos, jóvenes y niños. Todos se acercaban a la joven Julie, la saludaban con fuertes abrazos y le contaban divertidas historias. Para Candy solo tenían un escueto hola y miradas curiosas.

Faltando poco para las doce, Candy se sirvió una copa de vino y mientras le daba el primer sorbo una de sus primas se le acercó. Era Lizeth, de veinte y dos años. Una muchacha de sonrisa fácil, ojos oscuros y que estudiaba leyes en la universidad.

—Ey, me enteré de algo —le dijo sin rodeos, Candy la miró.

—¿De qué? —Lizeth enarcó una ceja.

[[PAUSADA]] Ugly [El monstruo del instituto Rivers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora