Capítulo I

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Abro la puerta del auto, mi padre me ayuda con mi equipaje, salgo del auto en silencio y cierro la puerta con sumo cuidado.

Mi familia y yo cruzamos la carretera para luego recorrer los escasos metros que nos separan del aeropuerto.

Me pregunto si podré vivir sola por cuatro meses. ¿Será que estoy preparada para viajar a otro país? ¿Podré cumplir mi sueño?

—Bueno, mi pequeña princesa —dice mi padre con evidente tristeza en su mirada, logrando que las preguntas se esfumen de mi mente—. Creo que es hora de despedirnos.

Asiento con la cabeza, clavando mi mirada en sus ojos marrón oscuro, él acorta la breve distancia, que segundos atrás había entre nosotros, y me envuelve en un cálido abrazo.

—Te extrañaré tanto, hija —asegura, lágrimas descienden lentamente por sus mejillas, deposita un beso en mi frente y comienza a secar con ternura las lágrimas que se desbordan de mis ojos—. Cuidate mucho. No olvides nuestros consejos. Si surge algún problema, llámanos. No importa la hora que sea, sabes que estaremos pendientes de ti. La distancia no será un obstáculo. 

—Gracias papá, no lo olvidaré jamás y claro que recordaré sus consejos —digo con total sinceridad.

—Te amo.

—Y yo a ti.

Mi madre se acerca más a mí, con lágrimas en sus ojos al igual que mi padre.

—Te cuidas mucho, Rose —me pide tristemente. Meses atrás, ella creía que no era buena idea que aplicara para una beca. Sin embargo, cuando le expliqué que es una de las cosas que mas deseo en la vida, dejó de lado su forma de pensar y me permitió ir a la entrevista—. No te olvides de nosotros mi niña, te amamos mucho y te vamos a extrañar.

—Yo también los amo a todos, y  claro que no me olvidaré de ustedes, eso jamás —aseguro nostálgica, envolviendo a mi madre en uno de esos abrazos que duran como una eternidad.

—Y tú. ¿Qué esperas para abrazarme?

—No pienso abrazarte. Ya sabes que no quiero que te vayas a otro país. Estoy enojada contigo. Así que no esperes que te abrace, porque no lo haré. Eres una mala hermana. 

Emeisy se cruza de brazos, ladea su cabeza, eleva su barbilla y arruga sus labios para, según ella, demostrarme su enojo. Parece una niña que no ha logrado convencer a sus padres de comprarle algo que ella desea. 

Ahogo una risa y me acerco más a ella.

—Hermanita, sabes cuánto he deseado una beca. Te llamaré cada día. Te mantendré al tanto de lo que hago. Sabes que te amo, aunque casi nunca te lo digo. Y si pudiera llevarte conmigo, sabes que lo haría. 

—Si. Pero, y ahora... ¿Quién me ayudará con mis tareas? Estarás ocupada y... no tengo otra hermana que me ayude. 

—¡Oye! eres una interesada de lo peor, solo me usas como si fuera tu computadora —la interrumpo—. Sé que puedes hacer tus tareas sin mi ayuda. A veces creo que te aprovechas demasiado de mi bondad.

Mi frente se arruga y ella se ríe.

—Solo a veces. —Le doy un leve golpe en el hombro y se acerca para envolverme en un abrazo de hermanas—. Te amo hermanita —Revuelve mi cabello con sus manos, aprovechándose de que es más alta que yo.

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora