Capítulo XIV

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PARTE I

❇❇❇

Al término de la hermosa canción, los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal, las comisuras de mis labios dejan de estar alzadas y mi respiración se torna regular.

¡Rayos! Que extraño fue todo eso. ¿Desde cuándo mi corazón se acelera de esa forma por una canción?

—Espero que la canción te haya gustado, Rose Kingship... Y logres perdonarme aunque sea un poco. Un beso para ti, preciosa —concluyó él, con esa gruesa voz desbordante de masculinidad,  embrujándome sin ser totalmente consiente de ello. Quizás sea solo mi imaginación, ¿cierto?

¡Dios! ¿Por qué tiene que colarse tanto en mi cabeza? ¿Por qué es relativamente inútil el alejarlo de mis pensamientos?

Bufo sintiéndome derrotada por no encontrar una respuesta adecuada para el problemilla con mi mente. Traicionera ¡porqué no te acoplas a lo racional!

Suelto un suspiro cansino mientras mi flequillo se eleva al cielo, gracias a una intrusa ráfaga de aire que se infiltra por la ventana. Me concentro en bloquear la pantalla del móvil y situarlo sobre la mesita de noche. Haciendo un esfuerzo enorme por no seguir escuchando la radio a toda costa.

Por un lado me gustó escuchar la canción y saber que Steve, de alguna forma, siente arrepentimiento por todo lo que me ocasionó. Sin embargo, aún sigue clavada esa espina en mi pecho, esa que me frena a perdonarlo. Pero debo admitir que sus palabras removieron mi enfado ligeramente. No del todo, claro está. Porque antes de perdonarlo, si es que lo hago, necesito una justificación creíble, una que lo salve del enojo acumulado en mi alma hacia él.

Resoplo destilando cansancio, haciendo el amago de espantar esos pensamientos de mi cabeza. Ya he tenido suficiente por hoy.

Me dejo caer en mi cama, entrelazo las manos por encima de mi vientre, y me restrinjo a escudriñar el techo, como si fuera lo más llamativo en este lugar. Y para apagar el interruptor de la melodía recién escuchada me dejo vencer por el sueño.

El ruidoso pero agradable tono de mi celular me hace despertarme de golpe.

A regañadientes, extiendo la mano hasta alcanzarlo, reparando en que pueda ser alguien importante, deslizo la yema de mi dedo índice hacia la derecha y, sin revisar quién me llama, elevo el aparato hacia mi oreja.

Un bostezo prolongado se fuga de mi boca, consiguiendo que una pequeña lágrima se desprenda desde la esquina de mi ojo. Me pasa con frecuencia, ¿y a ustedes?

—¿Rose? —inquiere una voz conocida al otro lado de la línea, al no obtener respuesta de mi parte.

—¿Roberto? —respondo en un suspiro, una sonrisa se dibuja en mis labios. ¡Dios, ya lo extrañaba! No me ha llamado en todo el día.

—¿Cómo estás?

—Excelente, mi amor ¿y...

—Bueno al menos no te has olvidado que tienes novio —me interrumpe con sarcasmo y un evidente gramo de disgusto en su comentario.

Mi boca se abre y forma un círculo con asombro, frunzo el entrecejo al notar su enojo, comprendiendo que algo grave ha sucedido para que reaccione así. ¿Qué diablos sucede? Que yo recuerde no he hecho nada malo. Él quedó de llamarme y yo esperé.

—¿A qué te refieres? ¿Sucede algo malo, cariño?

—Steve eso es lo que sucede. 

¡Diablos! Eso no me lo esperaba.

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora