Capítulo II

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West Liberty University en multimedia.

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—Disculpa... ¿Sabes cómo puedo llegar a este lugar? —pregunto en inglés a la primera persona con semblante amable que se cruza por mi camino, señalo el número de mi dormitorio —el cual está escrito en la mitad de una hoja de papel—, y la rubia de ojos azules me ofrece su ayuda inmediatamente. Como no conozco la universidad y tampoco entiendo el mapa, opté por pedir ayuda a alguien.
Mientras estamos caminando, observo minuciosamente el lugar, hay enormes y sofisticados edificios a mi alrededor, incontables árboles, y por supuesto, una multitud de estudiantes charlando tranquilamente.

La chica está caminando con pasos firmes por el campus, la sigo en silencio, memorizando la ruta que conduce hacia mi dormitorio, y a lo lejos puedo apreciar un hermoso edifico, en el que entramos sin pensarlo dos veces. Al final de un estrecho pasillo, está el número de la habitación que reservaron para mi.

La rubia me indica que hemos llegado, le agradezco con una sonrisa pintada en mis labios, y agitando su mano derecha, se pierde en el pasillo que recién cruzamos.

Introduzco la llave en la perilla de la puerta, está se abre, ingreso silenciosamente, escudriñando su interior. La habitación es pequeña, sencilla y completamente blanca. Hay un solitario escritorio de madera fina en una de las esquinas. La cama está al lado opuesto de una ventana de aluminio —en donde se filtra la luz del sol y choca contra una verdosa alfombra—, y un closet blanco hueso está pegado a la pared.

Es hermosa. Desafortunadamente, está desolada, no hay rastro de vida humana en ella. Pensé que tendría compañera de habitación. Pero por lo visto, no será así.

Cierro la puerta tras de mi, dejo mi equipaje en la cama, ya que no tengo intención de desempacar en este momento. No hasta que les informe a mis padres que todo ha salido bien. Busco mi celular entre mis pertenencias, y llamo a mi madre cuando al fin encuentro el aparato.

Después de haber conversado una hora por teléfono con mis padres, decidí ordenar mi ropa en el closet. Pero el sonido de mi teléfono me interrumpe. Observo el nombre que se revela en la pantalla e instantáneamente, una sonrisa tonta se fabrica en mis labios.

Mi novio.

Coloco el aparato a la par de mi oreja con una mano, y con la otra comienzo a sacar todo lo que mi equipaje contiene.

—¡Hola, hermosa! —saluda él con esa voz que hace que me derrita como un helado de vainilla—. ¿Cómo vas? ¿Está todo bien por ahí?

—¡Hola, mi amor! Estoy muy bien, aunque ya sabes... un poco cansada por el viaje. —Suspendo mi intento de organización, me siento en el borde de la cama, y pongo la mano derecha sobre mi regazo.

—Me alegro, cariño.

—Gracias. ¿Y que has hecho?

—Pensar en ti. En lo que te pregunté hace una semana. Lo recuerdas, ¿cierto?

Cuando escucho pronunciar la última palabra, no puedo evitar que los recuerdos de ese día se reproduzcan frente a mis ojos como densa neblina.

Flashback

—Estoy muy feliz y triste a la vez. Por un lado, me alegra que te irás a estudiar a Estados Unidos. Y por el otro, no me gusta la idea de que sean cuatro meses los que vivirás allá. —Sus hermosas gemas color miel, me observan profundamente, y en sus labios se dibuja una sonrisa triste, él acuna mi rostro entre sus cálidas manos con delicadeza, y después agrega—: No se si podré estar sin ti todo ese tiempo. Me aterra la idea de que puedas enamorarte de alguien más. De que regreses y no seas la misma.

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora