Capítulo X

52 10 7
                                    

❇❇❇

Con el ceño fruncido adherido a mi rostro, giro el picaporte enérgicamente e ingreso produciendo un improvisado portazo. Siento la furia arder en cada vaso sanguíneo de mi organismo, creyendo que ha sido mi culpa haberme cruzado con Steve al no aceptar otro tipo de voluntariado.

Lo primero que veo antes de cerrar la puerta es el respingo súbito que causé en Marianné al azotar la puerta con demasiada fuerza. Muerdo mi lengua para no gritar de la impotencia que me acompaña desde que me subí al taxi; ese que me ayudó a escapar del tipo que me destrozó el corazón, por primera vez. No es que me hayan roto el corazón en mas de una ocasión; pero nunca se sabe.

—Lo siento —musito avergonzada mordisqueando la uña de mi dedo meñique, lanzo la cartera a alguna parte de nuestra pieza y confieso—: Hoy no fue mi día. La verdad fue un completo desastre que no quiero recordar jamás.

Respiro hondo y suelto el aire en un bufido, me dejo caer en la cama lentamente y entrelazo mis manos sobre mi abdomen. Ladeo la cabeza en dirección a mi amiga para enfrentar su reacción y le obsequio una fugaz sonrisa, que al final se transforma en una mueca de desagrado.

—No hay problema, pero debiste haber dicho: Hola Marianné, que bueno que ya llegaste, tengo algo importante que contarte sobre mi día, no lo vas a creer, fue horrible —dice imitando mi voz con un kilo de sarcasmo vagando descontroladamente en cada palabra—. Y luego te doy un abrazo reconfortante para demostrarte que estoy para lo que desees. 

—¿Eso es lo que tú harías?

Se encoge de hombros con las palmas de sus manos hacia el techo.

—Por supuesto.

Chasqueo la lengua y ubico una mano sobre donde se supone esta mi corazón y la observo con expresión de indignación.

—¿Estas diciendo que me he comportando como una maleducada? —le reclamo abriendo la boca con exageración. Una risita se le escapa mientras niega con la cabeza.

—Disculpa no quise decirlo de esa forma, es solo que me preocupa que algo de verdad importante te esté sucediendo y no soy capaz de ayudarte debido a que no quieres contarme.

—Bueno, yo... am... eh —balbuceo sin saber cómo continuar. Las palabras son enemigas mías en momentos como éste. No me pasa siempre; pero si la mayoría de veces.

—No te preocupes, pequeña —Coloca una mano sobre las mías y me observa con un destello de comprensión navegando en sus pupilas—. Sé que cuando estés lista me dirás. Pero si no quieres contarme es tu decisión. Sólo quiero que sepas que estoy para ti en lo que necesites.

—Gracias, amiga. Es que ha pasado tanto que no se por dónde empezar. Es sobre el chico que me gustaba antes de aceptar ser novia de Roberto. Y no me gustaría que me veas llorando por alguien como él.

—No voy a juzgarte ni nada, Rose; yo también he llorado por tipos que no merecen mis lágrimas. Sin embrago, esta bien desahogarse de vez en cuando —Asiento de acuerdo con sus palabras. Marianné clava su vista en el techo y continua—: Mi abuela siempre me decía que las lágrimas limpian el corazón y ahuyentan el miedo de liberar los sentimientos lúgubres atascados en el alma; esos que no puedes expresar con palabras.

Sonrío con profusa sinceridad y posando sus ojos en mí, me guiña un ojo antes de envolverme en un abrazo aniquiladoramente fuerte.

—Gracias, Marianné. Pe-ro si no dejas de abrazar-me moriré y no sa-brás lo que me está pa-san-do. —Bromeo hablando entrecortadamente, conteniendo el aire a propósito y frunciendo el entrecejo para teñir el asunto de credibilidad.

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora