Capítulo IV

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«¿Qué haces aquí?»

Su pregunta me deja en blanco, ¿cómo puedo decirle todo lo que pasó? No tengo la menor idea.

Quiero explicarle todo, detallada y pacientemente. No obstante, estoy mudo; me frustra que las palabras estén atascadas en mi garganta y no quieran salir por más que me esfuerce.

Mientras intento localizar las frases exactas para describir lo que ha sucedido, me concentro en ella y lo que observo, me estruja el alma. Sus ojos destilan odio a mares, su mandíbula está tensa, me taladra con su mirada como si deseara asesinarme.

Cuando ella aparta su mirada de la mía, analiza su abdomen con pesar, trata de incorporarse deslizándose con sus brazos por encima de las sábanas blancas, deja escapar un gemido lastimero, y hace una mueca de dolor.

Me aproximo a ella sin reflexionar, rodeando su estrecha cintura con mis manos para ayudarla y cuando coloca sus manos sobre las mías, mi corazón comienza a latir descontroladamente, dejándome aturdido.

—Aléjate. Yo puedo sola. No necesito de tu ayuda. —Me corta, aparta mis manos con fuerza y me mira con cara de pocos amigos. Rendido ante su aversión, muevo la almohada para que ubique su cabeza en ella y pueda estar un poco más cómoda.

—Vale, pero deberías seguir descansando —sugiero en un tono de voz calmado—. El doctor dijo que tienes que guardar reposo.

—Como sea. Ahora, dime ¿qué haces aquí?

Al sentir mi mirada clavada en sus ojos, enarca una ceja interrogante, cruza los brazos sobre su pecho y arruga la nariz.

—Rose... yo —digo casi en un susurro, llevo una mano a mi cuello, bajo la vista con lentitud y la atornillo en mi calzado, un sudor helado avanza ligeramente desde la coronilla de mi cabeza hasta las plantas de mis pies, trago saliva con dificultad, y respiro profundamente antes de continuar—, primero quiero pedirte perdón por todo lo que te hice, me siento horrible nunca debí...

—Cállate, mejor no digas nada —espeta de forma tajante, su voz está cargada de perspicaz frialdad, desconfianza y... rencor—. No quiero escucharte. Ya no me importa lo que pasó entre nosotros.

Dios, eso si que dolió. Rose me odia.

Una opresión se instala en mi pecho y con cada palabra que dice siento que el aire no llega a mis pulmones, siento que millones de filosas dagas se introducen en mi cuerpo.

Duele cuando deseas pedir perdón y no sabes como destruir la barrera de la desconfianza para llegar hasta el corazón de la otra persona.

—Rose por favor... te lo pido, déjame explicarte cómo y porqué estas en este hospital. Necesito que sepas lo que sucedió.

—No me importa qué hago aquí solo quiero que te vayas.

—Perdóname Rose, no fue mi intención lasti...

—Vete, por favor —me interrumpe—. Es demasiado tarde para pedir perdón.

—Te lo pido Rose, dame unos minutos.

Niega con la cabeza.

—Te dije que te fueras. Déjame sola. ¡No quiero volver a verte jamás! —escupe, expulsando profuso veneno en cada oración y haciendo énfasis en la última palabra—. Si alguna vez sentiste algo de cariño por mi, vete.

—Esta bien, me iré —acepto, decaído.

No quiero que su enojo aumente y quizás es mejor que me retire. Ella está enferma y necesita recuperar sus fuerzas. No quiero ser el causante de otro problema más en su vida. No merezco que me escuche, fui un idiota, cretino, imbécil, llámenme como deseen. Si yo estuviera en los zapatos de ella —de esa hermosa mujer— también me odiaría y quizás hubiera reaccionado de la misma manera.

—Espero que te mejores pronto... hasta luego—digo, soñando que podré volver a verla. Introduzco las manos en mi pantalón, la escudriño profundamente una vez más, no estoy seguro si sea la última, pero quiero grabarme su hermoso rostro —el cual jamás me cansaría de contemplar— antes de marcharme. Y les confieso con honestidad, que aún enojada, se ve preciosa. Su cara angelical inunda la habitación.

—Gracias —dice secamente.

—Adiós —musito, sonriendo con tristeza.

Cabizbajo, giro sobre mis talones, reprimiendo las inmensurables ganas de correr hasta ella y abrazarla. Me encamino a la puerta, y cuando la abro, encuentro al doctor a un paso de ésta.

—Doctor, necesito hablar con usted unos minutos. Claro si me lo permite.

—Seguro, solo revisaré a su amiga.

—Esta bien, lo espero aquí afuera.

¿Alguna vez han experimentado el sentirse vacíos al alejarse de una persona, sentirse que les falta el aire si no permanecen a su lado? ¿O han cargado un peso de culpa en su espalda al no ser perdonados? Justo así me siento, me duele demasiado el haber tenido que alejarme de su lado.

Y es hasta este momento que descubro porqué estoy así. Aún estoy enamorado de ella. Sí, desde que salí de esa habitación, sentí como si el mundo a mi alrededor se desplomara, como si mi vida cobró su propio sentido con sólo rozar sus labios. Y se me encoge el corazón al no poder decírselo.

***

Después de que el doctor terminó de atender a Rose, hablé con él para pedirle que me avise en cuanto le permitan regresar a su casa, y así poder pagar sus gastos médicos. Se que no es mi responsabilidad, pero quiero hacer por lo menos algo que no le afecte ni la lastime. También le rogué que dejara sus medicamentos en su habitación y que no le diga quién pago todo.

Ahora, estoy viajando hacia el hospital en el que se encuentra el papá de Dustin. Espero que su padre haya mejorado considerablemente y que mi amigo me disculpe por no ir a visitarlo antes. No obstante, quería cuidar de Rose, a pesar de que estaba consciente de que iba alterarse en cuánto me viera.

Cuando llego al hospital, entro caminando con pasos firmes, esquivo a los doctores y enfermeras que recorren los pasillos, respiro hondo y exhalo el aire poco a poco. Barro con mi mirada cada uno de los números pegados en la parte superior de las puertas hasta encontrar el que me envió Dustin la noche anterior.

Atravesando el marco de la puerta, entro sin hacer ruido, ya que su padre está durmiendo, saludo a mi amigo con un asentimiento de cabeza y me siento a su lado.

—Hola bro, ¿cómo está tu padre? —inquiero con serenidad.

—Mucho mejor, el doctor dijo que no tardará mucho en recuperarse —responde, sus labios se curvan en una sonrisa y se queda en silencio dos segundos, estudiándome con confusión, y después pregunta—: ¿Qué te pasa?

—Nada.

—Ah si, ¿y porqué tienes esa cara de perrito triste y desilusionado? —cuestiona seriamente, cruzándose de brazos y elevando una ceja.

—Estoy enamorado de Rose —suelto con melancolía sin pensar, sacudo la cabeza y cubro mi rostro con mis manos—. Y ella no me quiere ver ni en pintura —concluyo.

—Lo siento mucho, amigo —dice, palmeando mi espalda—. A veces el amor es injusto y doloroso.

Asiento, entrelazo mis manos y pego mi mirada al piso; y navegando en mis pensamientos, descubro que es ella en lo único que pienso.

❇❇❇

Capítulo corto por falta de tiempo, si encuentran errores escribanlos en un comentario ;) y les cuento que en el siguiente seguirá narrando Rose.

Nos leemos pronto, los quiero mucho, besos cubiertos de chocolate blanco para ustedes 💙😘

Y no olviden que son especiales, cada uno de ustedes tiene un espacio en mi ❤

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora