Capítulo XII

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—¡Hola, Rose! ¿Cómo te fue? El idiota ese comenzó a babear en cuanto te vio, ¿no? ¿Lo ignoraste? ¿Intentó hablar contigo? —Y es así como mi mejor amiga me da la bienvenida, mediante tal bombardeo de preguntas.

¡Rayos! Tenía la esperanza de borrar lo que pasó esta mañana de mi memoria. Pero al parecer, no se me da muy bien eso de "olvidar los malos ratos" para seguir sin mirar atrás.

Esbozo una mueca de cansancio y me desparramo sobre mi cama, soltando el aire, que extrañamente estaba conteniendo.

—Oh, por cierto. Hoy me llamaron de la facultad, dicen que está todo listo y que ya podemos regresar a nuestras antiguas habitaciones —comenta hablando rápidamente, pausa y después añade—:  Deberíamos empezar a empacar.

¿Empacar?

Mi ceño se frunce al escuchar la última palabra. Rebusco en mi memoria un acontecimiento, que se relacione con esa palabra, y recuerdo que después del accidente, ambas nos trasladamos a otra habitación, debido a la remodelación de la universidad.

¡Santo cielo! ¿Cómo pude olvidarme de eso?

—Bueeeno, no me fue de maravilla, tampoco fue tan malo.  Y sí, adivinaste... él se quedó boquiabierto cuando me vio. Pero lo mejor de todo fue haberlo dejado con la palabras en la boca —Las cejas de Marianné se alzan con curiosidad, sonrío orgullosa por lo que hice y prometo—: Empecemos a empacar nuestras cosas, te diré hasta el último detalle mientras lo hacemos. ¿Te parece?

Hmm. It sounds good butfirst... you have to tell me what happened, or I'll die right nowdemanda, agita su índice en mi dirección y me lanza una mirada suplicante. Río entre dientes, negando con la cabeza por su divertida respuesta.

Suena bien, pero primero tienes que decirme lo que sucedió o de lo contrario, moriré ahora mismo.

—¡Agh! Okay, I will —prometo rodando los ojos.

Esta bien, lo haré.

***

—Iré a dejar estas cosas a la habitación —le informo a mi amiga, mientras sostengo una pesada caja con mis manos, ésta contiene mis libros favoritos, algunos útiles escolares y una que otra fotografía de mi infancia.

—Vale, ya te alcanzo. Sólo tengo que hacerle una llamada a mi madre —Asiento en respuesta y me dispongo a recorrer los pocos pasos que me separan del pasillo.

Al abandonar el edificio y dirigirme al siguiente, doy un traspié, ya que una piedra se atraviesa en mi camino. Bueno, yo me atravieso en su lugar de descanso.

Cuando estoy a segundos de estamparme contra el pavimento, la mano de alguien me sostiene de la cintura con firmeza y no me deja caer, mientras que con la otra atrapa la caja antes que se desplome en el andén.

¡Dios, que reflejos!

Ya que mi rostro queda a la altura del sujeto, su perfume masculino se entremezcla con el aire que respiro, dejándome descolocada por un lapso de cinco segundos. ¡Dios, que aroma tan hipnotizante!

Cuando logro concentrarme en lo que está sucediendo, elevo mi cara para agradecerle infinitamente a la persona que me salvó de un buen golpe, y me quedo sin aliento al descubrir a quién pertenecen esos fuertes brazos. A Steve.

El sello de nuestro amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora