7. Recuerdos

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Evans

Entré en la ruinosa celda a toda prisa, tenía que sacarla de allí antes de que Samael desplegara sus fuerzas y no me quedara tiempo. Nada más depositar un pie en aquel lugar el olor a moho inundó mis fosas nasales, había demasiada oscuridad y flotaba en el ambiente una sensación pesada, casi claustrofóbica. Miré rápidamente alrededor, intentando localizarla, y entonces la vi: un pequeño bulto se alzaba en la esquina más oscura de la celda, se mantenía pegando sus rodillas a su pecho y temblaba incontroladamente, fruto del frío, o del miedo, o quizás de ambas cosas.

Me acerqué con rapidez y noté como se encogía instintivamente. Roy tenía razón, seguro que había pasado por un infierno.

- Tranquila, te sacaré de aquí. – dije intentando tranquilizarla, a pesar de que no era mi estilo consolar a la gente, verla allí tan expuesta me hacía sentir de algún modo, responsable.

Me incliné y toqué suavemente su hombro intentando transmitirle que iba a sacarla de allí, que todo había terminado, ella gruñó débilmente. Parecía incapaz de moverse, allí indefensa, sin fuerzas ni siquiera para abrir los ojos, era como si estuviese a un suspiro de morir. Ese pensamiento hizo que mi estómago se encogiese, negué con la cabeza intentando dejar a un lado mis cavilaciones, yo nunca me permitía distraerme. Me agaché junto a ella y la rodeé suavemente, alzándola entre mis brazos. Su fragilidad me asustaba sobremanera, era como si en cualquier momento pudiera lastimarla, como si sujetarla con demasiada fuerza pudiera hacer que cada uno de sus huesos se quebrasen. Apoyó su mejilla contra mi pecho, y fue entonces cuando me percaté de que una lágrima silenciosa rodaba por su rostro.

Valery

Flotaba. Era como si estuviese suspendida en el aire, vagando entre la realidad y lo desconocido. Los recuerdos llegaban a mí como pequeñas piezas, formando el puzle de mi vida. Cada imagen me llenaba, devolviéndome parte de mí ser, haciéndome sentir completa.

Soy Valery Robinson Wells, tengo diecinueve años y estudio filología inglesa en Bryant University, en Rhoad Island. Vivo con mi madre, Victoria Wells, después de que nuestro padre se marchara y nunca volviera. No tengo muchos amigos, sin embargo, tengo a Meli, con ella es suficiente.

 Llegan con total claridad a mi mente cada cara, cada conversación. Todos los momentos que he vivido, los momentos felices pero también los tristes. Todos los recuerdos que nunca pensé que fueran tan valiosos fluyen por mi mente. Como el vago recuerdo de mis primeros cumpleaños y el olor a galletas cuando mi abuela cocinaba. Llegan a mí todas las personas que he conocido, incluso las más insignificantes, como cuando entablé conversación con aquel chico en el metro porque estaba leyendo uno de mis libros favoritos. Recuerdo hasta los detalles más específicos y rebuscados como que los pájaros me ponen nerviosa, que adoro el queso, se lo añado a prácticamente todo, a pesar de las quejas de mi madre; que me encanta el sonido de la lluvia, y que adoro acurrucarme con un buen libro cuando hace frío. Mis fosas nasales se llenan de olores tales como: el café recién hecho por la mañana, el olor a tierra mojada y el olor de los rosales plantados en la vieja casa de campo. Mi cuerpo se llena de vida, de luz, toda aquella luz que a aquella celda parecía haberme arrebatado. Y a pesar de que estoy lista para despertar, mis ojos se niegan a abrirse. Los flashes de imágenes y sonidos siguen inundándome devolviéndome lo que siempre fue mío.

Wells: a magical story Donde viven las historias. Descúbrelo ahora