3. Perdida de memoria.

16 3 0
                                    

Valery

- ¿Cómo está la pequeña Valery? – la voz llegó distorsionada a mis oídos, helándome aún más la piel.

Levanté la cabeza, pudiendo vislumbrar únicamente la silueta negra de una persona, sabía por su voz que se trataba de una figura masculina. Se podía apreciar que era alto, tirando a desgarbado, su mirada inspeccionó el lugar, dejándome ver un perfil aguileño.

- ¿Qué me has hecho? – susurré débilmente.

La cabeza me latía dolorosamente y notaba como el miedo formaba un nudo en mi garganta.

- Oh, ¿Te refieres a por qué te sientes como si estuvieses a punto de morirte? – Su maquiavélica carcajada atravesó el aire. Su voz sonaba fría, con un deje de superioridad. – Es un simple hechizo para debilitarte todo lo posible, no puedo arriesgarme a que escapes. Sin embargo no te preocupes, no te matará, te necesito viva.

Sin decir nada más giró sobre sus talones cerrando la puerta con un estrépito portazo.

Mi corazón latía desbocado, notaba un sabor metálico en la boca y me dolían todos los músculos. 

Aquellas palabras no dejaban de repetirse en bucle en mi mente: "... es un simple hechizo..."

¿Un hechizo? Definitivamente aquel hombre estaba loco.

No sabía quién era ese hombre, no sabía que quería de mí. No entendía ni siquiera lo que había dicho, todo aquello parecía una simple ilusión inventada por mi cerebro, una ilusión de mal gusto.

Miré una vez más alrededor, confirmando de nuevo la falta de ventanas, la falta de luz. No había nada, sólo suelo y paredes de cemento completamente desnudas. No había manera de huir, estaba completamente atrapada.

Me apreté más contra el suelo, en un intento por aislarme de aquel infierno, sin embargo antes si quiera de poder volver a cerrar los ojos, caí en la cuenta. No recordaba nada, lo único familiar para mi era el susurro de mi nombre que había sido pronunciado minutos antes por aquel extraño. No habían recuerdos, ni familia, ni amigos, ni mascotas, ni platos favoritos, ni vacaciones de verano... no había nada, era como si me hubiesen lavado por dentro, como si fuera un lienzo completamente en blanco. Ahora que el shock inicial había pasado se suponía que mis ideas se asentarían, pero no había sido así, había perdido la memoria.

No me quedaba nada, no sabía si ahí fuera había alguien esperándome, no tenía nada a lo que aferrarme. 

Y fue entonces cuando noté como mi cuello comenzaba a humedecerse, levanté una temblorosa mano hacia mi cara. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando, ni si quiera recordaba la última vez que lo había hecho. 

Wells: a magical story Donde viven las historias. Descúbrelo ahora