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Llegué a mi casa, donde mi madre me esperaba cuando entré. Ella estaba en la sala sentada con una taza de café en la mano como siempre acostumbraba. 

-¿Cómo te fue, Blaire?- Dijo antes de que me acercara a besar su mejilla. -¿Cómo van las cosas con la pianista? 

-Muy bien mamá, como siempre ella ha hecho un excelente trabajo.- Sonreí tranquilamente disimulando mi felicidad. 

-Blaire...hay algo en tu mirada y tus palabras que me dicen que estás enamorada. 

Me quedé tiesa ante aquella declaración. ¿Cómo rayos era que las madres podían saber todo de un hijo? Siempre me lo he preguntado. 

Solo me limité a reír. -Que cosas dices mamá...- Dije con una risa nerviosa. 

-Dime, ¿acaso es esa chica Delilah la que te tiene así? - Preguntó. 

Dios. Un silencio horrendo se hizo presente en la sala, no sé cuánto tiempo estuve callada, pero sentía que eran siglos, mientras debatía en mi mente que decir. 

Tomé una decisión.

-Si mamá- Contesté viendo hacia el piso. -Perdón por no ser lo que tu querías- Confesé con tristeza. 

Ella solo guardó silencio. 

-De alguna forma siempre lo supe- Suspiró- Y no digas eso, tu orientación no tiene nada que ver con los talentos y cualidades que tengas, Blaire. Eres mi hija y te amo por el simple hecho de serlo. -Me ofreció sus brazos y sin pensarlo me entregué a ellos. Aún no creía que mi madre dijera eso. Ahora definitivamente la amaba más que nunca. 

-Muchas gracias- Le dije mientras una lágrima se me escapaba de los ojos, que limpié rápidamente para que no me viera. 

-Ahora tienes que presentarme a Delilah, deberías traerla a la casa un día de estos. Las estaré esperando. - Sacudió ligeramente mi cabello para después subir las escaleras. 





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