La monotonía de Helianto

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"Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve

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"Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve..." contaba mentalmente mientras movía las piernas a toda velocidad. "Sesenta, sesenta y uno..." se ayudaba con los brazos, sorteando los osados rayos de sol que se filtraban dejando una estela luminosa. El agua estaba tan fría esa mañana, que no pensaba atravesar aquellos reflejos que ocasionaban un cambio de temperatura casi imperceptible.

"Sesenta y dos, sesenta y tres..." sus pulmones ardían, no aguantaría más; no más del límite que debía reservar para realizar el camino de vuelta. Palpó el fondo arenoso, buscando desesperadamente con las manos, no quería salir para iniciar de nuevo.

Una bancada de peces de colores pasaron junto a ella y la rodearon, creando un torbellino que la envolvió unos segundos antes de reducir su tamaño y dibujar una espiral en el suelo. Esa fue la señal que le indicó la ubicación de un nuevo libro. Aquellas criaturas púrpuras, cambiaban su color a un azul metalizado y se comportaban de forma curiosa cuando sentían magia cerca.

"Setenta..." su límite ya había pasado, debía volver, pero su terquedad se lo impedía. Sólo un poco más... siguió palpando y entre la suave textura de algas y granos de arena, sintió algo duro y plano.

Apartó la arena con rapidez, develando un pequeño libro. Sonrió bajo el agua y volvió hacia la playa con su nuevo tesoro.

Las burbujas de agua se escapaban, en cualquier momento su cuerpo reaccionaría ordenándole a su nariz respirar en un lugar donde no era posible para un ser humano filtrar el oxígeno. Debía apurarse.

Veía la luz del sol como si estuviese a través de un espejo rugoso. Se acercaba, demasiado lento... ya pasaría, no aguantaría más y se ahogaría. No se rindió. Continuó batallando y finalmente dio una gran bocanada de aire al llegar a la superficie.

Tosiendo, se ayudó con una mano mientras con la otra aferraba el libro que había rescatado de aquel hundido navío. Hacía más de trescientos años que aquel barco enterrado en el mar, con la colección más grande libros que se hubiese asomado por Helianto, reposaba en esas aguas tranquilas. Charleen se dedicaba a rescatarlos, semejante tesoro no podía mantenerse abandonado en las profundidades marinas. Nadie más la ayudaba, la gente de su monótono pueblo no le veía el sentido, o simplemente querían ahorrarse los problemas. Para Charleen, representaba la única cosa emociónate que podía realizar en el día, y de paso huía de las labores de la granja.

— ¡Maldita sea Emmet! ¿¡Por qué lo abriste!? —En cuanto sus pequeños pies tocaron la costa, le gritó furiosa a su amigo.

El joven General reaccionó soltando torpemente el libro que Charleen había rescatado antes.

—Lo siento, quería ver de qué trataba. —Se dispensó.

La muchacha lanzó el libro que tenía entre manos y fue por el otro, para comprobar el daño.

El tesoro de Charleen (Foris #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora