Me construí un refugio para la lluvia, pero no pude disfrutarlo en paz. La nueva criatura lo invadió. Cuando traté de sacarla empezó a derramar agua por los agujeros por los que mira y a secarla con el revés de sus patas, emitiendo un sonido como el de los otros animales cuando están angustiados. Ojalá no hablara; está siempre hablando. Eso suena como una afrenta hacia la pobre criatura, como un desprecio. En realidad no quise decir eso. Nunca antes escuché la voz humana y cualquier sonido nuevo y extraño que invada el solemne silencio de estas soledades de ensueño ofende mi oído como una nota desafinada. Y este sonido es tan cercano a mí; justo sobre mi hombro, justo en mi oído, primero de un lado y después del otro, y yo estoy acostumbrado solamente a los sonidos distantes.