Lo hemos llamado Caín. Ella lo atrapó mientras yo estaba afuera, cazando en la Costa Norte de Erie; lo atrapó en el bosque, a una dos millas de nuestra cueva, o deben haber sido cuatro, ella no está segura. Se parece a nosotros. En cierto modo, puede que sea así. Eso es lo que ella piensa, pero es un error, a mi juicio. La diferencia de tamaño garantiza la conclusión de que se trata de una especie animal nueva y distinta – un pez, quizás – aunque cuando lo puse en el agua para averiguarlo se hundió y ella se zambulló para sacarlo, antes de dejarme terminar el experimento. Yo todavía pienso que es un pez, pero ella es indiferente a lo que sea y no me dejará agarrarlo para que lo pueda comprobar. No comprendo. La llegada de esta criatura parece haber cambiado toda su naturaleza y la volvió irracional hacia la experimentación. Ella piensa más en él que en ningún otro animal, aunque no es capaz de explicar por qué. Tiene una confusión mental, todo lo demuestra. Algunas veces carga el pez en sus brazos a mitad de la noche cuando protesta y quiere volver al agua. En esos momentos, otra vez derrama agua por los lugares de su cara por los que mira y palmea al pez en la espalda, haciendo ruiditos suaves con la boca para tranquilizarlo y revela tristeza y solicitud de cien maneras. Nunca la vi actuar así con ningún otro pez y eso me preocupa mucho. Ella solía cargar cachorros de tigre, los paseaba y jugaba con ellos antes de que perdiéramos nuestra propiedad; pero era solo juego; nunca los cuidaba de ese modo cuando su cena no les caía bien.