Estuve examinando la gran catarata. Es lo más admirable del lugar, creo yo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara, por qué, por cierto no lo sé. Dice que parece las Cataratas del Niágara. Esa no es una razón; es mera terquedad y estupidez. No tengo posibilidad de ponerle nombre a nada. La nueva criatura nombra todo lo que aparece, antes de que yo pueda emitir queja alguna. Y siempre con el mismo pretexto: se parece a. Está el dodo, por ejemplo. Dice que apenas uno lo mira se ve inmediatamente que “parece un dodo”. Va a tener que conservar el nombre sin duda. Me fastidia tener que enojarme por eso, aunque, de todos modos no sirve para nada. ¡Dodo! No se parece a un dodo más que yo.