Estuve toda la mañana trabajando para mejorar la región; y deliberadamente me mantuve lejos de él con la esperanza de que se sintiera solo y viniera. Pero no lo hizo. Al mediodía, terminé mi jornada y me tomé mi recreo, revoloteando por ahí con las abejas y las mariposas y recreándome entre las flores, esas hermosas criaturas que arrancan del cielo la sonrisa de Dios y la preservan. Las junté y con ellas hice trenzas y guirnaldas y me vestí con ellas mientras comía mi almuerzo -manzanas, por supuesto-. Después me senté a la sombra y esperé y anhelé. Pero él no vino.
Pero no importa. No resultaría, porque a él no le importan las flores. Las llama basura, y no puede distinguir una de otra, y piensa que es superior sentir así. Yo no le importo, no le importan las flores, no le importa el cielo pintado del atardecer, ¿hay algo que le importe, además de construir chozas para protegerse de la buena y clara lluvia, y partir melones, probar uvas y tantear la fruta de los árboles para ver cómo evolucionan sus posesiones?
Enterré un palito seco en la tierra y con otro traté de hacer un agujero en él, para desarrollar un plan que tenía, pero de pronto me di un susto horrible. Una película fina, transparente y azulada brotó del agujero; entonces, dejé todo y salí corriendo. Pensé que era un fantasma y me asusté tanto… Pero miré hacia atrás y no venía; así que me incliné jadeante contra una roca para descansar y dejé que mis piernas siguieran temblando hasta que se quedaron quietas otra vez; entonces me acerqué sigilosamente, con cautela, alerta y observando todo, lista para escapar si era necesario; y cuando estuve cerca, aparté las ramas de un rosal y atisbé a través de él – esperando que el hombre estuviera cerca, ya que me veía tan graciosa y bonita- pero la aparición ya se había ido. Me acerqué al lugar y había una pizca de delicado polvo rosado sobre el agujero. Puse mi dedo en él para sentirlo, dije ¡auch! y saqué el dedo. Era un dolor cruel. Me puse el dedo en la boca, y parándome primero con un pie y después con otro, y gimiendo calmé mi malestar; entonces me llené de curiosidad y empecé a analizar.
Tenía curiosidad por saber qué era ese polvo rosado. De pronto se me ocurrió su nombre, a pesar de que nunca había oído hablar de él anteriormente. ¡Era fuego! Estaba más segura de eso de lo que cualquier persona puede estarlo en el mundo. De modo que, sin vacilación alguna, lo llamé así: fuego.
Había creado algo que no existía antes; había agregado algo nuevo a las incontables posesiones de este mundo; me di cuenta de esto y me sentí orgullosa de mi logro. Estaba por correr para encontrarlo y contarle, pensando que esto me elevaría en su estima, pero reflexioné y no lo hice. No, a él no le importaría. Preguntaría para qué sirve y ¿qué podría contestarle? Porque no sirve para nada, solamente es hermoso, simplemente hermoso.
Entonces suspiré y no fui. No tenía ninguna utilidad; no podría construir una choza, no podría mejorar los melones, no podría acelerar una cosecha de fruta; era algo inútil, una tontería, una frivolidad; él lo despreciarla y diría palabras cortantes. Pero para mí no era despreciable; y dije: “¡Oh, fuego, te amo, exquisita criatura rosada, porque eres hermoso y eso es suficiente!” e iba a tomarlo sobre mi pecho. Pero me refrené. Entonces de mi propia cabeza surgió otra máxima, a pesar de que era tan parecida a la otra que temí que fuera solamente un plagio: “El Experimento quemado evita el fuego”.