III. EL RECLUSO.

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Los ojos del castaño viajaban por la celda putrefacta, intentando comprender cómo su vida había llegado hasta ese punto.

No lo tenían amarrado, gracias a un cielo divino (tal vez, inexistente). Pero el lugar apestaba, y por más que él caminara de un lado a otro para intentar alejar los olores, no lo conseguía. Se impregnaron en sus ropas.

¿Cuántas almas habían pasado su última noche encerrados en aquellas cuatro paredes? Custodiados por los guardias, intentando mantener la calma para lo que sea que el rey dictará. Rogando por clemencia, suplicando la misericordia de alguien que no poseía corazón.

Al menos, eso pensaba Liam sobre el gran rey.

Para Liam, Zayn era un ser sin alma. O, si la tenía, la misma era de un color negro. Porque, ¿qué persona podría asesinar a otras sin una pizca de arrepentimiento? Él era un enviado del paraíso para hacer cumplir las reglas, pero con qué cara exigía la paz si él mismo provocaba las guerras. No lo entendía.

Sin embargo, algo inquietaba al joven recluso: el hecho de que Malik no había mandado a matarlo.

Sus otros compañeros criminales hace dos días atrás fueron sacados a golpes de la celda, y jamás los vio nuevamente. Él preguntó a los guardias por qué seguía con vida, pero solamente lo ignoraron. Nadie le hablaba, nadie se acercaba a él. Lo mantenían con vida a base de pan y agua, pero consumían sus esperanzas lentamente.

Tampoco gozaba de un reloj, por lo que únicamente debía guiarse por el movimiento de los caballeros y la posición del sol que entraba a través de su pequeña ventana. Tan alta e inalcanzable como para considerarla una salida real.

En ese momento, pasaban de las once de la noche. Al menos eso creía. Los fieles seguidores de Malik hacían su última ronda a las diez con cincuenta y cinco minutos (eso lo sabía porque una vez los escuchó quejarse de lo tarde que abandonaban sus puestos), y hacía bastante tiempo que sucedió.

Afortunadamente, la estadía se iluminaba con antorchas que a lo largo de la noche se apagaban hasta reducirse a nada, pero para ese momento, Liam ya se encontraba dormido. De alguna manera, era otra cosa que agradecer. El castaño estaba aterrado de la oscuridad, y ni siquiera en esa prisión se atrevería a enfrentarla.

Se encaminó hasta una de las esquinas, la más apartada de todo lo que podían ser necesidades humanas, y deslizó la espalda por la pared hasta que tocó el piso con su trasero. Dobló las piernas, acomodando los brazos extendidos encima de las mismas. Su cabeza, apoyada contra el muro de concreto, trataba de mantenerse derecha para evitar golpes.

Estaba listo para dormir, dejar que Morfeo lo arrastrara hasta la felicidad de sus sueños. Porque claro, Liam en ese momento estaba viviendo una pesadilla, y sólo podía librarse de la misma si cerraba los ojos. De esa forma veía a sus padres, sus hermanos, sus amigos; incluso a ese chico con el que lo cacharon involucrándose.

— ¡Pero qué tonto fui! — Exclamó, de todas formas, no había nadie.

Se enrolló con un muchacho más joven que él, que apenas conocía. Jamás pensó que dicha persona estaría relacionada con El reino. Tampoco creyó que rechazarlo le hubiese provocado tal arresto, en donde el contrario alegaba que Liam abusó de él.

Tantos años siendo cuidadoso, confiando en pocas personas, aceptando ir a la cama con aquellos a quienes conocía de pies a cabeza... Él solamente deseó una noche libre, sin reglas. Ser un adolescente, como antes de que la ley homofóbica se impusiera. Jamás disfrutó de la emancipación, pero la anhelaba como el deseo más profundo de su alma.

THE KINGDOM ♛ Z. M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora