Parte sin título 12

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A la mañana siguiente, tras devolverle el coche a Anna, Emma comenzó su jornada de trabajo al lado de August. Aunque él había insistido en saber cómo había ido la cena en la casa de los Mills, ella prefirió no comentar nada al respecto. Media hora después, Regina apareció, y al contrario a lo que estaba acostumbrada, Emma no la recibió con aquella sonrisa o los galanteos que generalmente hacía siempre que se encontraban.

«Emma, ¿podemos hablar?» preguntó Regina

«Claro...vamos al despacho» dijo ella, caminando deprisa

«Sé que estás enfadada y con razón. Pero quería que...»

«No estoy enfadada contigo, Regina. No te preocupes» dijo Emma, cerrando la puerta tras ella.

«Pues lo pareces...no me has dado un beso, ni siquiera me has deseado los buenos días» dijo, cruzándose de brazos

«¡Miren quién está acostumbrada a ser recibida en alfombra roja!» dijo Emma, en tono bromista

«Lo siento mucho, mi amor...pero estas alfombras pobres de tu taller están a miles de kilómetros de una alfombra roja»

«¡Enteradita! No hablé en el sentido de cosa»

«Hablando en serio, amor...a pesar de todo, me alegró mucho que tú y papá os cayerais tan bien» comentó Regina, envolviendo su cuello con sus brazos «A propósito, nunca imaginé que te gustara Beethoven»

«¿Por qué? ¿Crees que por ser hija de un mecánico no me puede gustar ese tipo de cosas?»

«¡Pues claro que no, Emma! ¡Joder!» soltó Regina, apartándose en ese mismo instante

«Disculpa, Regina...disculpa» dijo Emma, abrazándola por detrás «Te amo...» susurró, mordisqueándole el lóbulo de la oreja

«No hagas eso, Emma...» susurró Regina, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía

«Lo que pasa es que no me puedo resistir...basta que mi cuerpo se pegue al tuyo, y ya siento unos deseos locos de poseerte, de hacerte mía, toda mía...» susurraba, mientras deslizaba la punta de la lengua por toda la extensión de su oreja «Y ya te echaba de menos...»

«Emma...por favor, alguien puede vernos...»

«Ven, nadie nos verá aquí» dijo Emma, empujándola hacia el baño

Encerradas en la pequeña estancia, Regina fue apoyada en la madera de la puerta, mientras las manos de Emma le presionaban la espalda con urgencia, bajando hasta detenerse en la curva de su trasero. Sin pedir permiso, Emma levantó la falda que Regina llevaba, rozándole la intimidad con sus largos dedos, arrancándole un audible gemido de placer.

«Oh, Emma...esto es una tortura...» susurró Regina, mordiéndose su labio en el intento de ahogar los gemidos cuando Emma deslizó sus bragas hacia abajo y la penetró con dos dedos.

«Ya estás mojada...» murmuró Emma, y enseguida, tomó los labios de Regina con los suyos.

Durante el beso, Emma empujaba los dedos lo más hondo que podía, usando la otra mano para masajearle los pechos por encima de la blusa de seda. Cuando los labios se separaron, Regina dejó caer la cabeza hacia atrás, a la vez que movía su cuerpo como si intentara acompañar el vaivén ritmado que tenía lugar entre sus piernas. La pasión salvaje entre ellas era diferente a todo lo ya habían experimentado, y de esa forma, Regina no quería que Emma se controlase, todo lo contrario.

Emma, por su parte, no conseguía pensar en otra cosa que no fuera Regina y su cuerpo perfecto, su olor embriagador y aquellos labios capaces de proporcionarle el mayor de los placerse solo con un beso. Mientras la penetraba con sus dedos, Emma mantuvo los ojos cerrados y los gemidos eran ahogados contra el cuello de Regina. Tras abrirle algunos botones de la blusa que la morena llevaba, Emma movió una de las manos por encima del encaje del sujetador, empujando la copa hacia abajo, para llevarse el erecto pezón a la boca y pellizcarlo con sus dientes. En respuesta, Regina le apretó los cabellos, presionando su rostro contra su pecho.

Una perfecta idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora