Parte sin título 4

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Emma esbozó una pequeña y discreta sonrisa cuando escuchó las palabras de Regina. Desde que su taller había sido trasladado de sitio, Emma no pensaba en otra cosa que no fuera encontrarla. Desde aquel día en adelante, todas las tardes, alrededor de las seis, Emma pasaba con su moto por las proximidades de la residencia de Regina, sin embargo, sus intentos no habían tenido éxito, pero ahora, el curso de la historia había cambiado y la mujer que no salía de sus pensamientos estaba ahí, a pocos centímetros de su cuerpo, negándose a ponerse el casco porque ese "accesorio" , según ella, iba a estropearle su pelo.

«Tiene que ponerse el caso» decía Emma, con el objeto en las manos

«¡Me va a aplastar el pelo!» replicaba ella

«¡Yo la ayudo a arreglárselo! ¡Ahora deje la rebeldía y póngase esto en la cabeza!»

«¡No sé ponerme eso!»

«¡Oh, Dios! ¿En dónde me fui a meter?» murmuró Emma

«Todo esto es su culpa...»

«¡Ya, señorita inocente! Ahora quédese quieta»

Tras ajustarle el casco a Regina, Emma esperó pacientemente a que ella se acomodase tras ella. A través del retrovisor, podía ver el miedo y el desconcierto en las expresiones puestas por la morena, y aunque no quisiera, ese hecho la divertía mucho.

«¡Agárrese!» dijo Emma

«¿En dónde? ¡Aquí no hay nada donde agarrarse!» exclamó Regina, sin esconder su enfado

Tras un largo suspiro, Emma le agarró los brazos, haciendo que estos le rodeasen la cintura. Inevitablemente, sus ojos se cerraron por una fracción de segundo cuando el cuerpo de Regina prácticamente se pegó al suyo. A pesar de las barreras impuestas por las topas que las dos llevaban, Emma casi soltó un gemido al sentir los pechos de Regina presionándole la espalda. Antes de arrancar, comprobó que estaba en condiciones de conducir, ya que la excitación y el nerviosismo comenzaban a apoderarse de su cuerpo.

«¿Está agarrada? ¿Puedo arrancar?» preguntó, girando la cabeza hacia un lado para buscar los ojos castaños más bonitos que sus ojos verdes hubieran visto.

«Sí...pero vaya despacio, por favor...» dijo Regina, y sin esperar más, Emma arrancó.

Atendiendo al pedido de Regina, Emma no se excedió en la velocidad, sobre todo cuando siento el cuerpo de ella relajarse, y los brazos que rodeaban su cintura, apretarla con más presión. Emma no sabía si era fruto de su imaginación o si Regina estaba disfrutando de aquel paseo tanto como ella, pero, por si las moscas, decidió prolongar aquel momento lo máximo posible, alargando el recorrido, escogiendo los caminos más largos.

Tiempo después, finalmente llegaron al sitio de destino. Incluso cuando Emma paró frente al taller, Regina permaneció agarrada a su cintura y solo se apartó al escucharla hablar algo que al principio no comprendió.

«¿Qué ha dicho?» preguntó Regina

«Dije que ya llegamos...puede bajar» respondió Emma

«¿Cómo me quito esta cosa de la cabeza?» preguntó Regina, perdiéndose en la sonrisa boba esbozada por Emma mientras se acercaba para soltar el cierre del casco.

«Listo...» dijo Emma «Ni siquiera aplastó sus cabellos» añadió, apartando los pequeños mechones que caían por encima de sus ojos.

En aquel instante, el silencio reinó entre ellas, dando espacio solo al intercambio de miradas. Ninguna de las dos desvió los ojos, todo lo contrario, disfrutaron del momento como si fuera el último, contemplaron sus reflejos en el brillo de sus respectivos iris, pero se separaron a disgusto cuando inconvenientemente, August apareció, trayéndolas de vuelta al mundo real.

Una perfecta idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora