16, parte 2

67 7 26
                                    

¿Has intentado enebrar una aguja con las manos llenas de sangre alguna vez? ¿Ha dependido alguna vez una vida de tu capacidad de meter un hilo deshilachado por un agujero minúsculo?

Vamos... ¡vamos joder!

El terror se apodera de ti, y tu cerebro y tu cuerpo dejan de funcionar juntos. No puedes actuar, solo quedarte mirando, observar entre sollozos como la vida se escapa ante tus ojos.

—¡Ethan! ¡¡Ethan despierta!!

Todo se vuelve oscuro y confuso, el sonido se vuelve profundo, como si estuvieras sumergido en el mar, y solo puedes gritar, intentando que alguien te saque del agua, del pánico que te rodea y te hunde. Gritas y gritas, cayendo en un pozo de impotencia, dolor y culpabilidad, del que te costará salir. Del que a veces no consigues salir nunca.

—¡¡ETHAAAAAAAAN!!

Todo se volvió oscuro para Dahlia en ese momento. No temblaba, no lloraba; no podía. Le daba vueltas todo, y el sonido se le acoplaba en los oídos, como un eco lejano.

Todo el mundo comenzó a correr, golpeándola con sus hombros, haciendo tambalearse en su sitio.

Sus ojos estaban abiertos como platos, y sus rodillas golpearon en suelo de piedras con tanta fuerza que sus vaqueros se rompieron y sintió como se le clavaban en las rodillas.

Y entonces, entre los gritos, sumergida en ese dolor, gritó su nombre.

Te miras las manos, tratando de entender o de encontrar en ellas el problema, pero solo encontrarás la sangre diluida por tus lágrimas. Y aun que en el fondo lo sabes, no quieres creerlo, no quieres creer que no había solución. Prefieres creer que es tu culpa, que si otro hubiera estado en tu lugar hubiera salido todo mejor. Te abrazas las piernas, gritando hasta que te arde la garganta, y luego lloras. Dejas que todo tu dolor se expulse en forma de ríos tibios y salados que caen por tu rostro, y te quedas quieto, muy, muy quieto, con la esperanza de que cuando vuelvas a abrir los ojos, cuando te vuelvas a mover, estarás en tu cama y todo será un sueño.

Luego recurres al dolor físico. Cuando pasa el tiempo y ya no puedes seguir llorando porque ya no te quedan lágrimas, decides culparte de una manera diferente. La auto compasión deja de servir y te decides por el sufrimiento físico. Te haces daño a ti mismo, te castigas.

Sabes que no está bien, que no va a cambiar nada, pero de alguna manera te hace sentir bien, te hace sentir, y cuando eso es lo que te falta, cuando pierdes toda capacidad de sentir, te da igual como, pero quieres recuperarlo.

—¡¡SHANE!!

Todo estaba perdido. Había caminantes por todas partes, y cuerpos desparramados por el suelo.

Dahlia intentó levantarse, y aunque sus piernas fallaron y cayó, volvió a levantarse. Corrió como nunca había corrido. Sus piernas se movían mecánicamente al compás de sus lágrimas, y se tiró al suelo a su lado.

Tenía un agujero de bala en el estómago, y otro en el pecho, pero estaba apoyado en sus codos, y disparaba. No paró de hacerlo hasta que Dahlia le quitó el arma.

—No —sollozó la morena, poniendo las manos en sus mejillas—. Por favor no, no te puedes morir, no.

Las lagrimas de la mujer recorrían su rostro hasta su nariz y barbilla, y caían sobre el rostro del hombre. Tenia tierra en la cara, y le sangraba la nariz.

To write love in Dahlia's arms [PAUSED]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora