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Caminar por la acera con una loca esquizofrénica, eso era lo peor que podía pasarme

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Caminar por la acera con una loca esquizofrénica, eso era lo peor que podía pasarme. En especial si necesito la ayuda de esa loca retorcida. Todo el camino se pasó quejando de su vida y lo desgraciada que había sido su amiga al chantajearla. Agradecí a Dios cuando por fin cerro el pico, ya estando justo frente a la casa indicada. Su mirada se fija en mí, con una gran interrogativa.

—Explícame de nuevo, ¿por qué necesitas mi ayuda?—sus palabras son firmes, no extrovertidas como siempre.

—Ya te dije Mía, que es para que no piense mal su padre. ¿Te imaginas que diría si viera solo a un chico?—aclaro una vez más—. En cambio, estando tú, es muy diferente.

—Tienes miedo que su padre quiera matarte, y para eso necesitas un testigo ¿cierto?—Yo asiento y la pelinegra suelta un sonoro suspiro—. De verdad Jake, que nunca te vi tan perdidamente enamorado de una chica—me toma del brazo, dirigiéndonos a la puerta.

Layla ha faltado a clases hoy, así que después de clases decidí llamarla, pero su padre ha sido quien contestó el teléfono, dándome escasa y cortante información por la cual no asistió; si es que un “Está ocupada” se toma como información. Tome la decisión entonces de venir a visitarla, pero para no ser tan sospechoso, he arrastrado a Mía conmigo.

Mía le da un leve toqueteo a la puerta, la cual se abre unos segundos después. De ella emerge un señor de unos cuarenta años, con el cabello engominado hacia atrás y un traje negro. Parece la réplica exacta de James Bond.

— ¿En qué puedo ayudarles?—pregunta con una ceja alzada.

—Yo… este…

—Somos amigos de Layla—me interrumpe Mía—. Estamos preocupados por ella, en especial yo. ¿Qué hago sin mi terroncito de azúcar?

El señor nos observa por un tiempo perspicaz, pero al final cede, dejándonos entrar; a pesar de la poco convincente actuación de Mía. Adentro, una sala de estar pequeña y muy bien ordenada nos aguarda, a excepción del montón de cajas apiladas que residen en las esquinas. El gemelo de James Bond toma su portafolio, mientras toma rumbo a marcharse.

—Layla se encuentra en su habitación, si no estoy mal—sale sin más. Parece que no le importa dejar a su hija, con un par que tal vez sean secuestradores.

Observo alrededor de la habitación, pero no encuentro nada llamativo. Algunos cuadros de Layla pequeña y otros donde posa junto a una dama muy parecida, supongo es su mamá. Un resonante sonido se escucha desde el patio trasero—Uno… Dos… Tres…—

Tres exactos. Uno tras otro, impactando en Dios-sabrá-que.

— ¡Perra madre!—Mía salta tras el sofá asustada—. ¡Nada más entro y ya empiezan los plomazos!

Decido investigar quien ha sido la victima de tales municiones de arma de fuego, caminando despacio hacia la parte trasera de la casa con en el corazón a mil por hora. Intento calmar mi respiración reteniendo el aire.

— ¡Jake! ¿A dónde vas? No intentes hacerte el héroe, o te harán otro agujero en el trasero con plomo—advierte histérica Mía.

— ¡Ya vuelvo! —contesto, preocupado pensando en Layla.

Salgo hasta el patio trasero, cuando dos impactos más se escuchan; por auto reflejo me agacho. Un arma de fuego apunta mi cara, lo cual me pone los nervios de punta; y casi el corazón en la mano. La persona tras el arma quita un pañuelo de su rostro, dejándome ver todo su esplendor.

— ¿Qué haces aquí?—su voz suena exasperada.

Ya con el asunto aclarado, somos invitados a la mesa para deleitar una bebida caliente. Tomo otro sorbo a la taza de café que me han servido. Mía aun parece algo alterada por lo de los balazos, a pesar de haber aclarado que eran balas de caucho, un poco menos dañinas que las de plomo. Layla remueve con la cuchara su té, observándonos sospechosamente.

—Guardas muchos secretos Layla—afirma Mía.

—Si no lo hiciera, no cumpliría mi papel de la chica solitaria—suelta sarcástica y sin humor.

—Creo que… será mejor si me voy—Mía toma su bolso, dejándome a solas con Layla. Un fuerte sonido ensordecedor se escucha al cerrar la puerta.

Un silencio incomodo se aloja en la habitación. La pelinegra frente a mí mantiene indiferente  ante mi presencia. Incluso bosteza luego de  beber su té.

—Y... ¿Por qué has faltado hoy a clases?—cuestiono.

—No lo sé…—dice haciéndose la desentendida—. Tal vez sea por un trauma que me causo, un estúpido idiota que abuso de mis labios.

—Yo… lo siento, no creí que te… Importaría.

Layla soltó una sonrisa, una muy abierta y expresiva sonrisa; la primera vez que la veía sonreír. Pero no era una sonrisa simpática, al contrario, me causo cierto miedo, un inquietante escalofrió. Se acercó sutilmente hasta mí; muy pocos centímetros su rostro del mío.

—Por chicos tontos como tú, es que ya no creo en el amor.

💙💜💙

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—Se Despide Fer🎈

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