Q U I N C E

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—Busquemos a Sergio y Phoeb

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—Busquemos a Sergio y Phoeb.

Recorrimos todas las calles y entramos a todas las tiendas en un radio de cincuenta metros.

La mayoría de las personas con las que hablábamos siempre tenían una sonrisa en la cara, pero se llega a volver algo desesperante con el tiempo y nuestra situación.

Algunas veces los dueños de los locales a los que entramos no encontraban muy divertido el hecho de que dos adolescentes entraran a husmear en su tienda; y salieran sin comprar nada.

Otros no sabían inglés o algún otro idioma que no fuera noruego y nuestro intento de comunicarnos decentemente moría en el intento.

Aún recuerdo el dolor de la escoba de la anciana noruega amargada en mi espalda.

Al cabo de unos cuarenta minutos, Tessa y yo caímos rendidas en una banca que había cerca.

—Agh, ésto es imposible. Nunca los encontraremos —le dije a Tessa.

—No te preocupes —me respondió. Estoy segura de que ya estamos cerca.

De pronto vemos cómo dos figuras se nos acercan.

—Disculpen, ¿No han visto a dos señoritas? Una es alta y con el pelo castaño lacio y la otra es bajita con el cabello castaño ondulado.

Tessa y yo subimos la vista para ver mejor quién nos hablaba.

—¡Pero si son ustedes! —gritó una chillona voz.

—¡Tessa, Mili! —dijo Sergio sorprendido —. Llevamos un buen rato buscándolas.

Volteé a ver a Tessa; quién hizo lo mismo y sonreímos relajadas.

—¿Dónde estaban? —pregunto Phoeb; viéndonos preocupada.

—Tuvimos un pequeño problemita —le contestó Tessa a su amiga.

—Pero ya estamos bien —dije.

—Creo que será mejor volver al Castillo; ya estuvimos varias horas fuera y se van a preocupar.

De repente la imagen de Leo y Alan armamos una revolución porque no me encuentran por ningún lado se hace cada vez más posible.

Tessa y yo nos pusimos de pie; y los cuatro caminamos en dirección al Castillo.

El ambiente entre todos ya no era incómodo; ni mucho menos. Por el contrario, es muy agradable.

El camino se nos pasó entre bromas y risas.

Cuando llegamos al Castillo ya era de noche; o por lo menos estaba oscureciendo.

—¿Vamos a cenar? —preguntó Phoeb —. Creo que no hemos comido en todo el día.

Y de repente sus palabras hicieron efecto en todos... O por lo menos en mí; pues mi estómago comenzó a gruñir como si no hubiera comido en años.

Los Cuatro ReinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora