T R E I N T A Y D O S

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Llegamos finalmente al hotel

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Llegamos finalmente al hotel. Husani bajó del auto junto conmigo y entre los dos ayudamos a Mateo a bajar también. No había visto detenidamente hasta ahora.

Mi pobre amigo tiene el labio roto y con sangre escurriendo por su barbilla. Sus pómulos están hinchados y morados, y su ceja izquierda tiene una pequeña abertura. En su mejilla tiene un pequeño rasguño, al igual que en el tabique de su nariz y todo en conjunto es, pues... Digamos que nunca había visto tanta sangre seca en una cara. Y sin mencionar que está lleno de polvo y tierra.

—Vamos Mati, tenemos que limpiarte —dije a mi amigo, dirigiéndonos a mi habitación. Él subió por la escalera y yo lo seguí detrás, pero alguien tomó mi brazo.

—Espera Mili —me detuvo mi hermano cuando ya tenía un pie en la escalera.

—No tengo tiempo, tengo que ir a ayudar a Mateo —digo preocupada. Me volteo para ver a mi hermano, y descubro asombrada que su mirada expresa un poco de miedo.

—Ven un segundo, no tardaré —dijo relajando su expresión. Suspiré y lo seguí.

—¿Qué pasa? —pregunto. Leo me toma del brazo y se acerca a mí.

—Me llamaste Giles —dijo susurrando.

—¿Qué? ¿Cuándo? —pregunto sorprendida tratando de hacer memoria.

—Hace un momento, cuando estábamos en la base de Cyrill —respondió mi hermano alterado —. Antes de que derrotaras al sujeto me llamaste Giles.

—No, no lo hice —dije confundida.

—Estoy bastante seguro de que sí —afirmó —. Ten más cuidado con la magia que usas Mili, puede ser un arma de doble filo —me dió un corto abrazo y luego se fue.

Me quedé confundida un rato parada en la escalera. ¿De verdad dije Giles? No lo sé, no me interesa eso ahora. Subo las escaleras de prisa para alcanzar a mi amigo.

—Es en esa habitación —le digo a Mateo, señalando la puerta de la habitación en la que duermo en el hotel. Él asiente y abre la puerta, permitiéndome entrar y después entra él, cerrando la puerta.

—Mili... —dijo Mateo, pero lo detuve.

—No empieces por favor, porque lloraremos los dos, y no queremos eso —le dije sonriendo —. Ahora, estás apestoso, métete a bañar y como te abracé, sigo después de ti.

—Pero no tengo más ropa —dijo.

—No te preocupes, cuando salgas ya habrá una muda ahí —le contesté sonriendo —. Ahora por favor, ve —lo empujé en dirección al baño. Él siguió caminando por su propia cuenta y cerró la puerta.

Ya estaba caminando para ir en busca de la ropa que mi amigo usaría, cuando mi teléfono comenzó a sonar.

—¿Hola? —atendí el teléfono.

Los Cuatro ReinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora