Yo soy tu ángel y único protector [MikaYuu/ReCus/KimiYoi] |Resubiendo|

→ Veinticuatro

La primavera es una de las estaciones más bonitas del año, la suave brisa y las flores llenaban el ambiente; los estudiantes nuevos abundaban y los nervios del primer semestre se olían en el aire.

La universidad de Shinjuku fue la escogida por Yuuichirou, Rene y Yoichi, los cuales decidieron mantenerse juntos a pesar de estudiar carreras distintas. Así que, como solían hacer una o dos veces a la semana, ese día llegaron todos en el auto del ojeroso, regalo de sus padres por decidir estudiar —teniendo en cuenta el porqué había tenido un ángel de la guarda—.

Al final, la influencia de aquellos tres querubines había permanecido en ellos, porque sus vidas habían sido corregidas sin siquiera recordar porqué o cómo, y eso era una ganancia importante para el reino del Cielo. Sin embargo, el sentimiento de que algo faltaba, de que había algo perdido seguía ahí. Pero habiendo dejado eso de lado, las cosas continuaron su rumbo, se graduaron e ingresaron a la educación superior juntos, más maduros y un poco rotos sin saberlo.

Especialmente ese día todo se veía muchísimo más brillante y más hermoso, como si anunciara la  que obvia llegada de la primavera. Los tres estaban felices de poder empezar una etapa diferente, y un ambiente como el que había era perfecto para ello.

Una vez sonó la campana, se despidieron y separaron rápidamente para llegar a sus clases correspondientes; Yuuichirou a lenguas extrajeras, Yoichi a psicología y Rene a negocios internacionales.

Yuu caminó velozmente entre estudiantes y se sentó en un lugar vacío antes de que el docente llegase; minutos después, este entró al aula, platicó algunas cosas y luego empezó a dictar su clase tranquilamente.

El moreno tomaba nota de todo. Aunque no podía concentrarse del todo con el movimiento brusco que realizaba su compañero de banco mientras rebuscaba en su mochila, cosa que quiso ignorar hasta que él le habló.

—Disculpa, ¿tienes un lápiz de sobra? Olvidé mis bolígrafos hoy —expresó amable, distrayéndole del tablero y haciendo que le viera a los ojos.

Aquellos orbes azules eran tan brillantes como el cielo, su piel era tan pálida como la nieve y su rubio cabello era tan esponjoso como una nube en el atardecer; se quedó hipnotizado viéndole. Sentía mariposas revoloteando en su panza y sus mejillas ponerse rojas.