Capítulo 5

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Mike la llevó hasta su casa y la dejó entrar primero. Anna comenzó a recorrer cada rincón del lugar, silenciosamente. El lugar combinaba perfectamente con el muchacho, eso era todo lo que ella pensaba.

Él le ofreció tomar un café y se sentó a su lado mientras ambos disfrutaban de una taza de aquel delicioso líquido. A penas si hablaron, un cansancio les había invadido y apenas si tenían ganas de abrir la boca. Pero se miraban y sonreían, un diálogo en forma más sencilla.

Cuando hubo pasado ya mucho rato, Annabeth se levantó y se despidió, disculpándose por tener que irse temprano pero argumentando que debería volver a su casa.

Tomó su cartera del perchero donde la había colgado, justo detrás de la puerta de entrada, y se dio vuelta para lanzar una última mirada al chico. Se sorprendió al encontrarlo increíblemente cerca. Sus ojos oscuros la miraban de una forma que asustaba, pero ella sólo sintió un cosquilleo en la boca del estómago.

La mano de Mike se acercó a su rostro y lo acarició, dejando que una sonrisa se le escapara y provocando que Anna tuviera que morderse el labio. Unos segundos después, corrió su mano y la colocó detrás de la cintura de la chica y la atrajo hacia él.

-Tienes la piel suave – comentó, antes pegar sus rostros y besarla.

Era el primero… bueno, el segundo hombre que Annabeth besaba, pero procuró no pensar en eso y se dejó llevar. Le gustaba el sabor que desprendían los labios del chico.

Pronto, el beso se había vuelto tan salvaje que le costaba respirar. Para su suerte, Mike soltó su boca y comenzó a besarle el cuello, lenta, muy lentamente. Sintió chispas brotando de cada sitio que los labios del chico tocaban y que, de a poco, iban recorriendo su cuerpo entero.

En mitad de aquella acción, Mike colocó su otra mano alrededor de la chica y, en un movimiento fugaz, se deshizo de su remera. Si se hubiera tomado la molestia de mirarla a la cara, habría notado lo roja que se había puesto. Movió sus manos por la suave y cálida espalda de Anna, disfrutando de aquel contacto. Desde el primer momento en que la había visto, había decidido que quería hacerla suya y eso haría en ese momento.

Ella le quitó su remera y pasó sus fríos dedos por su abdomen. Mike se separó de su cuello y la miró, embargado por una repentina ternura al verla toda colorada. Contra todo deseo, se le escaparon unas palabras:

-Oye, si tú no…

-¿No irás a arrepentirte ahora, o sí, Mike? – lo interrumpió ella. La miró, sorprendido por unos instantes, y luego volvió a unir sus labios, empujado por un nuevo deseo de estar con ella.

Dio unos pasos, acercándolos hacia el sofá donde antes se habían sentado, la empujó contra este y se sentó sobre ella. Mientras volvía a besarla, un veloz pensamiento cruzó por su mente: “Sus labios saben a uva”. A pesar de saber que ese era probablemente el efecto de su labial, estaba seguro de que si no se controlaba, acabaría por comérselos. Con sus manos tanteó la espalda de la chica y hábilmente desabrochó su brasier para luego quitárselo y lanzarlo lejos de ellos. Se alejó de ella y la contempló por unos instantes.

Posó sus manos en cada seno y comenzó un lento masaje. Bajo él, el cuerpo de Anna se tensó y un leve gruñido se escapó de los labios de la muchacha. Jugó un poco con sus pezones antes de atacar uno de ellos con su boca.

Por la tensión que sabía que la chica sentía, supuso que esta sería su primera vez, cosa que lo llenó de satisfacción. Pero, a pesar de eso, ella actuaba segura y confiada. Una mano rápida se deslizó por entre los pantalones ajustados que llevaba y empezó a jugar con su miembro, provocando que Mike gimiera.

Compartieron una mirada por unos segundos. Ambos estaban ya respirando con dificultad y en sus ojos había un brillo de deseo. Anna, con su mano libre, tomó la nuca del chico y juntó sus labios en un desesperado beso. Definitivamente no era sencillo tener 23 años y ser virgen, pero Mike podría arreglar eso.

Decidió sorprender al muchacho y, tan rápido como pudo, se situó sobre él, le quitó los pantalones y los bóxers, dejándolo completamente desnudo. Notó su expresión y sonrió de lado, sabiendo que él sabía lo inexperta que ella era y la sorpresa que le había causado. Lamió su miembro, primero despacio y luego aumentando el ritmo. Disfrutó cada uno de los gemidos que Mike soltaba. Pronto tenía todo su miembro en la boca y la mano del chico sujetaba fuertemente su cabeza.

Cuando se incorporó, Mike la recostó en el sofá sin mucho esfuerzo y besó sus labios. Fue bajando lentamente por el cuello hasta llegar a su clavícula y le dio unos cuantos mordiscos, ganándose unos gemidos. Siguió su camino por su abdomen hasta llegar a su ombligo. Anna sentía como si un grupo de cien hormigas subiera y bajara por todo su cuerpo hasta llegar a la punta de los dedos del pie. Le desabotonó sus pantalones y, de un momento a otro, ella se encontró tan desnuda como él.

Se sintió vulnerable, por ser inexperta e incapaz de deducir qué haría él con su cuerpo. Pero, por otro lado, mucho no le importaba. Sintió como sus manos acariciaban sus piernas y como, con su boca, buscaba su clítoris. No pudo ahogar los gemidos que la boca del muchacho provocaba, y tampoco quería hacerlo. Se sentía excelente y no quería que acabara.

Cuando creyó que ya no podría aguantar más, él se separó y unió sus labios una vez más, mientras con su mano tomaba su miembro y colocaba un preservativo. Sin esperar mucho, lo adentró en ella. Lo hizo con cuidado, no quería lastimarla pero de todas formas notó el cambio de su respiración y la vio cerrar los ojos y apretar los párpados. Sabía que podía llegar a doler bastante. Pero en cuanto se hubo recuperado, comenzó a mover las caderas y a escuchar los sucesivos gemidos que brotaban de la muchacha. Unos cada vez más profundos y fuertes salían de su propia boca.

“Realmente la chica sabe cómo moverse”, pensó mientras se acercaba el esperado momento. Notó que los gemidos de Anna se volvían más fuertes. Acercó su boca a su oído y, después de morder suavemente el lóbulo de su oreja, murmuró con voz ronca:

-Di mi nombre, Anna.

-Mike – respondió ella. Él hizo un movimiento y penetró en ella tanto como pudo.

-De nuevo – pidió, apenas aguantando la explosión que estaba por venir.

-¡Mike! – gritó Annabeth, llegando al orgasmo y dejando que su cuerpo se sacudiera un poco bajo el chico. Este la siguió apenas unos segundos después y se dejó caer sobre ella, totalmente exhausto por el que había sido el orgasmo más potente que había tenido probablemente en toda su vida.

Se quedaron en esa posición mucho tiempo, recuperando la respiración y pegados el uno contra el otro. Mike acariciaba lentamente el cabello de Anna y disfrutaba el momento.

-Has estado increíble para ser tu primera vez.

-Tú tampoco has estado mal. – El chico se apartó un poco y la miró con las cejas levantadas. Ella sonrió, mostrando sus dientes, y mordió su lengua para evitar reírse. Él imitó su sonrisa y volvió a apoyar su cabeza en el hombro de Annabeth.

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora