Capítulo 27

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Annabeth vio a Nicholas sonriendo maliciosamente, como si supiera cuál sería su próximo paso. Imitó su acción, pero más discretamente. Después, fijó la vista en Mike, cuyo cuerpo temblaba y provocaba que el arma en su mano se balanceara peligrosamente. Ella temía que el muchacho se apresurase y disparara contra sí mismo, antes de que ella misma se viera capaz de jalar el gatillo.

La idea le repugnaba, le costaba imaginarse a sí misma matando a alguien, pero en una situación de vida o muerte, no tenía muchas alternativas. Respiró hondo por última vez y sintió que toda su vida se resumía a eso, a ese acto que estaba a punto de llevar a cabo.

La mirada de Mike no se había movido de la suya en todo el rato. No habían pasado más de 10 minutos, pero parecía haber transcurrido una eternidad. Decidió que la espera y la ansiedad habían sido suficientes. Guiñó un ojo a Michael, quien mostró confusión en sus ojos inmediatamente. Anna optó por señalar con sus ojos, apenas notoriamente, al hombre que estaba parado cerca de ellos. Ambos comprendían lo que debía suceder.

Sirenas comenzaron a oírse, amortiguadas, de fondo. Anna supo que el momento había llegado. Observó al Lobo de reojo y entonces, bruscamente, se giró para enfrentarlo y le apuntó con la pistola. El hombre era rápido, no por nada era uno de los mejores en su trabajo, por lo que al instante tenía un arma aún más grande que la de ella en sus manos y le apuntaba a la cabeza. Su sonrisa no se borraba, era impermeable a las situaciones más dramáticas.

-Les di a elegir, pero parece que ninguno quiere hacerlo. No queda mucho por hacer, te matas o la mato a ella. – Dijo firme, confiado. ¿Acaso él no sabía que ella era capaz de disparar? Oh, pues se equivocaba. Tanto rato preguntándose a sí misma y ordenándose disparar la habían preparado. La idea no era tan abrumadora cuando se apuntaba al objetivo correcto. Y Mike no lo era.

A partir de entonces, Annabeth sintió que todo iba demasiado rápido; Michael, por su parte, tuvo que sufrir por la eternidad que pareció durar esa sucesión de segundos. El Lobo fue rápido, reaccionó antes de que ella lograra disparar y soltó una bala, que fue a hundirse justo entre la piel del tórax de la muchacha. El proyectil de la muchacha fue a dar en el muslo del hombre, pero a él no pareció molestarle. Sin embargo, su expresión cambió a la de total horror cuando un tercer disparo retumbó entre las lisas paredes. El estómago de Nicholas comenzó a sangrar inmediatamente después. Su traje blanco comenzó a teñirse de un color escarlata con una rapidez que daba miedo.

Les dirigió una mirada, con esos ojos oscuros y profundos, como el mismísimo infierno, y salió corriendo por la puerta. El ruido de las sirenas pudo oírse con un poco más de claridad. Así como así, el Lobo había desaparecido, como una burbuja que estalla en el aire, y al segundo no hay más rastros de su existencia. Oh, pero de él sí tenían rastros. Su sangre había dejado un camino detallado por donde se había ido. Lo más probable era que, si la policía no lo encontraba en unos minutos, muriera desangrado. A ninguno de los dos les desagradó ese pensamiento.

Todo esto llegó a pasar por la cabeza de Annabeth antes de que fuera consciente del agujero que tenía en el pecho. La adrenalina la había distraído hasta ese preciso momento, donde sintió una punzada desgarradora en la herida. Miró a Mike, un poco aturdida, y notó que él se estaba acercando a ella. Dio un paso hacia él, sabiendo que si no se sostenía de algo caería al suelo. Sus piernas se volvieron de gelatina y, repentinamente, todo su cuerpo se abalanzó contra el suelo, provocando un sonido sordo. Murmuró un leve “auch” para luego sentir los brazos de Mike a su alrededor. Si tenía que morir o arriesgar su vida para estar en los brazos del muchacho, no le habría molestado dispararse a sí misma.

-Anna, lo siento tanto…

-Oh, dios, cállate. Sólo no me dejes sola. – Le rogó, con una voz apenas más alta que un suspiro. Vaya que las cosas no iban muy bien, ni siquiera ella esperaba que su voz sonara tan deplorable. Una pequeña risita se le escapó al pensar en eso. Tal vez moriría, nunca se había detenido a pensar en la muerte antes y es que no debes pensar en el final si apenas estás en el comienzo, ¿verdad? Pero, ¿qué pasaría luego de morir? ¿Irías a otro mundo? ¿Te pararías sobre nubes esponjadas? ¿Caminarías de la mano de un señor viejo que se hace llamar Dios? Se dio cuenta que todas estas ideas eran las que la sociedad, la televisión, los libros y muchas otras cosas metían en la cabeza de las personas, pero que eso no impedía que después del último latido de un corazón, no hubiera nada más. Mas ella ya estaba cansada para pensar en eso. Supuso que cerrar los ojos no era buena idea, hacerlo la llevaría a dormir y dormir la llevaría al sueño eterno. ¿Qué tenía eso de malo? Mike estaba a salvo, su hermana estaba a salvo. Al demonio con la vida, ella quería cerrar los ojos.

Soltó un leve suspiro y formó una sonrisita. Recorrió la habitación con sus ojos una vez más antes de cerrarlos. La oscuridad la rodeó, se apoderó de ella, la llevó consigo. Y se sintió tranquila, sin estrés, sin ninguna preocupación en su cerebro. Tal vez eso era la muerte, tranquilidad pura, un descanso eterno.

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora