Annabeth se quedó quieta, observando fijamente los azulejos que conformaban el piso de la cocina. No pensaba nada, no sentía nada; era como si para ella, el mundo material hubiese dejado de existir y su propio cuerpo – ahora abandonado por su mente – hubiera sido trasladado a una dimensión paralela, donde flotaba, perdido. Pero, semejante efecto acabó muy pronto, cuando sintió cómo unas manos tomaban sus caderas y comenzaban a empujarla.
Dejó caer el vaso de jugo de sus manos, cuyo contenido se desparramó sobre los blancos azulejos. Un hombro alto y musculo la sostenía con sus grandes manos; poco a poco fue sacándola de su casa, pero ella estaba demasiado aturdida como para caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo.
Por fin lo entendió, al ver al oficial de policía que guardaba su puerta para su propia seguridad, yacía en el suelo, inerte y con sangre brotándole de un agujero en su pecho. Entonces, el miedo la invadió, congelando su sangre pero, al mismo tiempo, llevándola a comenzar a patalear y chillar. Logró lanzar un grito agudo antes de sentir un golpe en la cabeza y observar como el paisaje de volvía borroso paulatinamente, antes de acabar por oscurecerse por completo.
***
Su cuerpo se quejó en el momento en que intentó moverse, frente a lo cual, abrió los ojos de golpe y se despabiló de inmediato. Estaba acostada en un frío suelo, gris y húmedo. Como pudo, se incorporó y recorrió el lugar con los ojos. Era amplio, tendría ocho metros de longitud por otros ocho de ancho, pero sin embargo no había mueble u objeto a la vista. Tan sólo podía apreciarse una luz, que cada rato titilaba, y una puerta estrecha.
Se animó a pasear por el lugar, con paso lento porque se sentía débil, tocando las ásperas paredes a modo de soporte. Vagaba, perdida en sus pensamientos, hasta que un agudo dolor se expandió desde su nuca hasta el resto de su cabeza. De repente, perdió el equilibrio y se encontró arrodillada en el suelo, soltando todo el contenido de su estómago en un escaso vómito. Sus tripas se retorcieron nuevamente, pero respiró hondo e intentó evitar volver a vomitar; su estómago estaba vacío y dolía mil infiernos sentir cómo los jugos gástricos subían por su garganta.
Levantó la mano, una vez que se le pasaron las arcadas, hasta el lugar donde había sentido la puntada. Tenía el cabello sucio, pegajoso y cubierto de una especie de costra. Sorprendida, frotó sus dedos contra ella y frunció el ceño al verlos cubiertos de sangre. Bufó al sentir una nueva puntada y ver que su mundo se tambaleaba. ¿Qué estaba pasando? No se había detenido a pensar en dónde estaba, pero estaba segura que tendría que ver con el lobo.
Rodeó las rodillas con sus brazos y suspiró. No sabía qué hacer, puesto que había aceptado que no podría salir hasta que alguien abriera el cerrojo de la puerta, gritar era siempre inútil y estaba demasiado débil para hacer cualquier cosa que implicara moverse demasiado.
Lentamente, se acurrucó en el suelo, hecha un ovillo, y obligó a su mente a divagar por temas poco importantes. Cosas como qué quería comer, quién alimentaría a su pequeño cobayo, qué estaría pasando detrás de esa puerta, qué pensaría su hermana sobre su desaparición, cómo terminaría la novela mexicana que Dem le había obligado a mirar y, por último, dónde estaría Mike.
Sus ojos se cerraron, no por sueño, por cansancio físico. Su cabeza le dolía horrores y esa sensación, junto con un poco de preocupación, fue lo último que llegó a su mente antes de dormirse en una incómoda posición.
Fue cuestión de minutos para que alguien abriera la puerta y se asomara, encontrándose con Anna dormida en el piso. El hombre, el mismo que la había sacado de su casa, caminó hasta ella con pasos firmes. Tomó una jeringa del bolsillo de su saco y la hundió en el brazo de la muchacha. Después, la tomó con sus brazos y la sacó de la habitación, dirigiéndose hacia otra de igual tamaño, separada de la anterior por varios pasillos y puertas.
Llegó a su destino, abrió la puerta y colocó el cuerpo en una esquina, recostado contra la pared; Anna no se inmutó, no se quejó. Se escuchó una voz en la habitación, justo cuando él dejaba el lugar, apenado.
Mike, que estaba en la misma posición que ella, pero en la otra punta del cuarto, la contempló, horrorizado. Desplazó su mirada por todo su cuerpo, encontrándola igual que siempre, sólo que más pálida y manchada de sangre. Él no estaba mucho mejor, de hecho estaba diez veces peor que ella y le dolía hasta respirar, pero hizo el esfuerzo de gatear hasta su cuerpo y sentarse a su lado.
Un tenue calor emanaba de ella y se permitió tranquilizarse un poco. Estaba indeciso, incluso asustado, pero tendió un brazo hasta ella. Rodeándola y atrayéndola hasta él. Estaba drogada, definitivamente, pues no respondió a su agarre. La acercó más a él luego de comprobar que no reaccionaba y la abrazó con ambos brazos, estrujándola, apretándola contra su cuerpo, obteniendo el gesto que tanto había añorado. Le picaban los ojos, avisándole que si no se controlaba comenzaría a llorar. Ella estaba así por su culpa y eso era todo en lo que podía enfocarse. Eso y en el hecho de lo deplorable que era su estado. Tenía un fuerte golpe en la nuca y podía contar varios pinchazos en su brazo izquierdo, indicando que no era la primera vez que le habían introducido algún líquido en las venas. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? ¿Le habrían dado de comer? Su cabeza estaba sucia por la sangre ya seca, que no tenía siquiera un vendaje. Malditos.
Besó su frente mientras le susurraba cortas frases de consuelo y contenía sus lágrimas. Sus sentimientos encontrados desarmaban la armadura que había intentado forjar para que el Lobo y sus matones no pudieran llegar a él, hasta que al fin habían descubierto a su posiblemente única debilidad.
Esto ya no lo hacía porque le interesase el dinero, ni la droga, ni el negocio, esto era un juego. Mike se había metido con él, Frank se había metido con él y ahora Annabeth pagaría las consecuencias que el Lobo quisiera imponerle. Y Mike sabía que esas consecuencias repercutirían en él directamente.
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El lado oscuro de mis esperanzas
FanfictionLa gente dice que el amor es complicado y probablemente tengan razón. Infidelidades, triángulos amorosos, amores no correspondidos y corazones rotos son tan sólo unos ejemplos de los problemas que puede traer darle al corazón rienda suelta. Pero ¿y...