Capítulo 25

281 28 5
                                    

No sabía cuánto tiempo había pasado con Anna entre sus brazos, ni cuántas veces se había insultado a sí mismo. Tan sólo era consciente de las tenues caricias que depositaba sobre el brazo de la muchacha, ya ni el dolor de todo su cuerpo le molestaba. Quiso aprovechar ese momento, sabiendo que en el momento en que ella despertara, algo malo pasaría. Lo rechazaría en cuanto lo viera y el juego del Lobo continuaría, eso seguro. Pero, extrañamente, lo único que le interesaba era que Anna estuviera bien. A pesar de que sabía que él la había llevado hasta allí, hasta esa misma habitación, con el único fin de verlo sufrir y si tenía que matarla a ella para conseguirlo, lo haría. Eso era lo único que aterraba a Mike. No los golpes, no las patadas, los cortes, las quemaduras, simplemente la idea de un mundo que se viera privado de esa bella sonrisa y la melodía de la risa de Annabeth.

De repente, ella se revolvió en sus brazos y lanzó un gemido. Instintivamente, Mike de alejó un poco y la contempló hasta que ella, poco a poco, fue despabilándose. La observó registrar la habitación y luego detener sus ojos en él. Su mirada por poco le quita el aire. A pesar de que probablemente llevara varios días sin comer, drogada y con un golpe en la cabeza, lo miraba intensamente, lo que consiguió arrancarle un escalofrío.

Al principio, sólo lo investigó con sus ojos, pero después, cuando estos por fin de posaron en los de él, un oscuro frío los cubrió. Él sintió el deseo de llorar por aquel simple acto, el peso que depositaban en su cuerpo aquellos ojos oscuros le daba ganas de vomitar. Pero, sin importar qué, sostuvo su mirada con todo el esfuerzo que ello le requirió.

-¿Cómo llegué hasta aquí? – Preguntó Anna, intentando que ninguna emoción se reflejara en su voz, cosa que logró casi a la perfección. Quería correr a abrazar a Mike, pero se impuso una orden mental para quedarse quieta y odiarlo cuanto pudiera. Lo odiaba.

-Un hombre te trajo. – Se limitó a decir este.

Un profundo y largo silencio se adueñó del lugar, mientras ambos luchaban por no posar la vista en el otro, por ignorar la presencia del aquel ser humano con el cual compartían tanto.

-¿Cuánto tiempo tendremos que estar aquí? – La voz de la muchacha resonó entre las paredes frías y sobresaltó a Mike.

-No lo sé. Ni siquiera sé si saldremos alguna vez. – Hizo una breve pausa antes de añadir, más para sí que para que Anna lo escuchara. – Gracias a mí.

-Mike, no es importante.

-¿Que no es importante? Estamos aquí, esperando que nos maten.

-Ya, déjalo.

-No puedo, simplemente es…

-¡Ya, déjalo, Mike! – Chilló Anna, interrumpiéndolo.

Dejó caer la cabeza contra la pared y suspiró, agotada. No quería pelear, o tal vez no tenía energías para hacerlo. De hecho, tenía ganas de levantarse y abrazarlo, sabía que se sentiría mucho mejor haciéndolo, hundiendo su cabeza en su pecho, pero su orgullo y su supuesto odio se lo impedían. Cerró los ojos y, sin darse cuenta, volvió a dormirse. Mike notó cuánto debía ser su cansancio si no podía mantenerse despierta por más de 15 minutos.

No pasó mucho hasta que el hombre volviera a entrar, portando una nueva jeringa. Dirigió una rápida mirada hacia Mike y volvió a desviarla hasta la muchacha.

-No hace falta que le des eso, no se despertará.

-Debo hacerlo, Mike. – Susurró este. Estiró el brazo hasta ella y Michael, como pudo, se incorporó y lo detuvo.

-Si se la das puedes matarla. Aún no quiere eso, ¿verdad?

El hombre sólo se soltó de su agarre, pero guardó la jeringa. Le pasó una botella de agua y, con un gesto de la cabeza, señaló a Anna. Después se marchó, como si nada. Mike se acurrucó junto a Annabeth y la sacudió levemente, intentando despertarla. Cuando por fin lo logró, le pasó la botella y dejó que se la bebiera toda. La gratitud en sus ojos lo tomó por sorpresa, pero él se aferró a ese leve brillo como si fuera el madero de un náufrago en medio del mar. Pero pronto, ella se alejó de él con un impulso y rodeó su cuerpo con sus brazos.

Mientras Mike notaba que el tiempo volvía a pasar, deseó con todo su ser que el Lobo se apresurara e hiciera lo que quisiera hacer cuanto antes. Quería sacarse ese estrés, la ansiedad, el dolor, todo de encima. Y si podía salvar a Anna mientras hacía eso, lo haría. Pero no podía hacer nada encerrado en una habitación con una persona ni siquiera lo miraba y esperando, siempre esperando.

Por fin, la puerta chirrió y el hombre más repulsivo que conocía entró en el lugar, con su traje blanco y una sonrisa de complacencia en el rostro. Recorrió a ambos muchachos con la vista, sin borrar ese molesto gesto que tenía en su cara. Mike ni siquiera se tomó el trabajo de fulminarlo con la mirada, simplemente le miró con ojos vacíos.

-Por fin te conozco, Annabeth. – Su gastada voz recorrió la espina dorsal de Anna y la hizo temblar levemente. –Me figuro que estarás extrañando a tu hermana.

Los ojos de la chica se abrieron como pelotas de futbol y su corazón comenzó a latir de manera desesperada. ¿Él sabía que Kate seguía con vida? Ella debió apretar la mandíbula para evitar gritar.

-Pero bueno, no vengo a platicar, soy un hombre ocupado. – Arrastró las palabras, esperando que causaran el efecto deseado: miedo. – Les propongo un juego.

-¿Qué clase de juego? – Habló Mike, sabiendo que el hombre era capaz de soltar gran cantidad de palabras vacías antes de decirles lo que de verdad querían saber.

-Estás un poco ansioso, Michael. Es un juego simple y, como en todos los juegos, sólo puede haber un ganador.

-Explícanos las reglas, entonces. – Pidió Anna, sarcásticamente, cansada de todo y todos.

-Bien. Yo les entrego estos pequeños juguetitos. – De su cinturón, tomó dos pistolas que a Anna le parecieron pequeñas y que hicieron que se le secara la garganta. – Y empieza el juego. Ustedes deciden quién gana.

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora