Capítulo 15

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-Bueno, hermano, ya tenemos las cervezas y los chicos nos están esperando. ¿Nos vamos? – preguntó Vic mientras entraba a la casa, luego de haber guardado las botellas en el coche. Mike le lanzó una breve mirada desde la cocina, donde intentaba hacerse algo para comer.

-¿Sabes? Creo que yo paso, me quedaré aquí esta noche.

Vic lo observo unos momentos y entonces tomó uno de los almohadones que estaba cerca de él, en el sofá, y se lo lanzó. Luego del golpe, su hermano se revolvió para tomarlo y evitar que cayera sobre su intento de lasaña. Se volteó, con una mirada que decía “¿Qué demonios te pasa?” y tiró el almohadón de vuelta. Vic lo esquivó fácilmente y lo miró con enojo.

-¿Qué te pasa, Mike? Con suerte puedo verte en la semana y los sábados te quedas encerrado. Ahora, si no me lo piensas decir, te golpearé hasta que decidas contarme.

Mike se frotó el rostro con una mano y la dejó apoyada en su boca. Respiró hondo varias veces antes de siquiera dignarse a volver a mirar a su hermano. Se quitó la mano de la boca y la abrió, pensando qué podría decir, pero volvió a cerrarla cuando las palabras no salieron.

-Es por la chica, ¿cierto? No la mencionas hace tiempo. ¿Qué pasó? ¿Te enamoraste, Mike? – Los ojos de su hermano se abrieron como platos ante esa idea. Se apresuró a negar con la cabeza.

-“Enamorado” es una palabra muy grande. La extraño, Vic. Me acostumbré a tenerla cerca.

-¿Por qué te alejaste entonces? – Mike se dio la vuelta y miró por la ventana, ubicada justo sobre el horno. Apoyó sus manos sobre la mesada de la cocina y dejó escapar un suspiro. – Ni se te ocurra volver a lanzarme otra de esas miradas. Cuéntame, Mike.

-Me alejé porque no me quedaba otra opción. – Sintió los penetrantes ojos oscuros de su hermano clavados en la espalda. Después de una corta pausa, continuó. – El Lobo me pidió que la matara para acabar con el negocio que tenía con Kate. Y porque creía que era una distracción.

-¿Lograste convencerlo de no hacerlo? – Mike asintió levemente, aferrándose aún más a la mesada.

-Le propuse un trato. Él… aceptó tenerme a mí en lugar de a ella. – Vic palideció, asustado por esas palabras.

-¿A qué demonios te refieres?

-Ya no hay deuda que pueda pagar. Soy su sicario permanente. Siempre lo seré.

Vic se acercó y lo obligó a mirarlo a la cara. Vio que, a duras penas, conseguía evitar que alguna lágrima se le escapara de sus ojos cansados. Lo rodeó con los brazos y lo apretó, intentando consolarlo. “Trabajar” para el Lobo era como la peor de las torturas para su hermano y él lo sabía mejor que nadie.

-Tuve que alejar a Annabeth porque no podré mantenerla lejos de él mucho tiempo. Siempre la verá como un muro entre yo y lo que quiere que haga. No puedo cambiarlo y no la arriesgaré.

Para Vic estaba todo claro. Apretó un poco más el abrazo y se quedó allí, esperando que su hermano dejara de llorar. ¿Quién diría que Mike lloraría? Es más, ¿quién diría que tuviera siquiera lagrimales? Pero Nicholas había logrado quebrantar sus fuerzas y destrozarle el alma, encerrando los pedazos rotos en una cajita compacta y dolorosa que, a partir de ahora, guardaría eternamente. Y, ¿qué es un hombre sin su alma? No es hombre, eso de seguro.

Cuando por fin Mike, o mejor dicho ambos, se tranquilizaron, decidieron dejar la lasaña en casa y salir a distraerse un rato con sus amigos. Tenía que haber una forma de olvidar toda la mierda que sentían.

Anna y Dem habían salido con el novio de esta última. Dem había insistido muchísimo y Annabeth había acabado por aceptarlo, a duras penas. No la pasó tan mal pero un par de horas más tarde decidió dejarlos por su cuenta para que hicieran lo que quisieran hacer.

Anna empezó a caminar por las oscuras y tranquilas calles. A esa hora, no había mucha gente afuera. Ya hacía frío y era un pequeño placer para la muchacha tener un momento para ella sola y poder caminar, sintiendo la fría brisa rosarle la piel.

Acabó en un bar, donde no había mucha gente, y se pidió algo para tomar. A veces, por la noche, algunos momentos que había pasado con su hermana volvían a su mente y hacía su mayor esfuerzo por disfrutarlos, sin dejar que la deprimieran. No era una tarea fácil poder recordarla y mantener lejos las lágrimas pero si lo lograba, le generaba gran satisfacción.

-¿Te importa si me uno? – un joven le preguntó. Ella giró su cabeza para mirarlo y sonrió mientras asentía. – Genial. ¿Puedo preguntar por qué estás sola sin molestarte?

-Disfruto de la soledad en pequeñas cantidades, pero ya que llegaste, puedo aceptar tu compañía. ¿Tú que haces aquí solo?

-Vine con unos amigos pero ya se fueron, no saben disfrutar de un sábado a la noche – respondió, quitándole importancia con un gesto de la mano. Pidió una bebida y volvió a mirar a Annabeth con curiosidad. – Cuéntame de ti, ¿qué haces?

Aprovecharon a charlar antes de que el bar se llenara de repente por toda la gente que salía después de medianoche. Salieron del lugar, una hora más tarde, y se agradecieron mutuamente por la cálida compañía. Se sonrieron antes de despedirse.

-Oye, ¿te molesta que pregunte tu nombre? No lo he descubierto a lo largo de la noche… - murmuró el chico.

-Me llamo Annabeth, pero puedes decirme Anna. ¿Qué hay de ti?

Él palideció un poco ante su respuesta. Ana frunció el ceño, sin entender el porqué. Lo miró unos segundos y abrió la boca para hablar, pero él la interrumpió, levantando su mano para frenarla.

-Es broma, ¿cierto? – preguntó con una expresión de sorpresa. – Me llamo Jaime.

Holaaaaa! Lamento haber tardado tanto con estos últimos capítulos, tuve unos problemitas y bueno ahora empecé las clases y se me complica aún más, pero me las arreglaré para seguir subiendo. Perdón! Intento hacer lo mejor de mí para actualizar tan pronto como puedo. 

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora