Capítulo 3

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Anna esperó hasta que su hermana salió finalmente de la reunión. Esta le anunció felizmente que había logrado comprar la casa y a un precio extremadamente bajo. Parecía tan contenta que habría sido capaz de saltar, de no ser, pensó Annabeth, porque estaban en la calle y rodeadas de extraños.

En la vuelta a casa, hablaron de los detalles de la reunión y del encuentro de Anna con Michael. Anna parecía alegre y a Kate le gustó verla así. Su hermana no se mostraba interesada en conocer gente nueva y si no estaba con su mejor amiga no salía de la casa.

En parte, ambas estaban felices porque la compra de la nueva casa significaría mayor privacidad para ambas. Finalmente, Kate se mudaría y dejaría a Anna sola en la otra casa. Con todo pago, porque no confiaba en ella.

Entraron a su pequeña casa y Kate fue directo a preparar algo para comer, no habían desayunado esa mañana. Annabeth se quedó en la entrada, observando una fotografía de sus padres que estaba colgada en la pared. Se mordió el labio, consciente de que se estaba metiendo en recuerdos peligrosos, y decidió ir a ayudar a su hermana.

Se pusieron a cocinar, bromeando a cada rato. El celular de Kate comenzó a sonar y, luego de colgar, ella le informó que debía irse porque tenía cita con su novio. "De acuerdo", fue todo lo que respondió Anna, acostumbrada a esas situaciones.

Comió rápido y se puso a mirar televisión. Ni siquiera tenía trabajo, así que no había nada mejor que hacer. Su hermana decía que no era lo suficientemente responsable para mantener uno. De todas formas, era más divertido quedarse en casa haciendo lo que quería.

Habría visto tres películas cuando Dem la llamó. Atendió a su mejor amiga como si fuera el mismísimo Dios quien la llamara para anunciarle un milagro. Debía admitir que había días que resultaban extremadamente aburridos.

-Anna, dime que no estás haciendo nada importante.

-Sólo si tú me dices que planeas hacer algo interesante – respondió Annabeth. Su amiga rio del otro lado del celular, contagiándole un poco de buen humor.

-Obviamente, querida Anna, siempre tengo planes interesantes.

Anna rodeó los ojos y escuchó lo que su amiga le decía. Tomó su bolso y salió para ir a su encuentro. Afortunadamente, Dem siempre estaba para salvarla del aburrimiento.

Luego de encontrarse en el centro comercial, pasaron toda la tarde caminando de acá para allá, mirando tiendas y comprando cosa tras cosa. Ella, a parte de su hermana, era el único ser humano que Anna soportaba y quería. La gente era irritante y aburrida.

Cuando se cansaron de tanto caminar, se sentaron a comer algo en un McDonald’s. O hablaban animadamente o se quedaban calladas durante largo rato esperando que surgiera otro tema de conversación. El silencio era habitual entre ellas, podían quedarse sin palabras pero una simple mirada diría todo lo que necesitaban saber.

-Uh, mira esos chicos de allá. Son muy lindos – se emocionó la chica. Anna le lanzó una de sus típicas miradas, levantando ambas cejas. Dem posó los ojos sobre los de ella y sonrió, una expresión que era de lo más extraña teniendo en cuenta que el flequillo, mitad marrón oscuro, mitad violeta, tapaba casi completamente sus ojos.

Annabeth miró a su amiga de arriba abajo. Con su remera negra, sus pantalones negros y sus ojos pintados de negro no parecía ser la dulce chica que en realidad era. Se acercó para abrazarla, en un repentino ataque de cariño.

-Ve a hablarles, eres encantadora – murmuró separándose de ella.

-Si tú vas, yo voy. – Afirmó, cruzando los brazos delante del pecho. Anna negó rotundamente con la cabeza y a su acompañante se le escapó un suspiro. – Mira, ¡si hasta nos están mirando! Eres aburrida.

-Deja de intentar conseguirme novio o un amigo o un conocido, Dems – replicó con una sonrisa.

-Ya, de acuerdo. Cambiando de tema, ¿te quedas en mi casa esta noche?

-Puedes contar con ello.

La familia de Dem era de lo más extravagante, por lo tanto una noche allí significaba risas sin parar y diversión de la primera. Uno nunca sabía qué tipo de anécdota contarían o qué juego inventarían para pasar el rato. Siempre que Anna era invitada, los cinco debían jugar un juego extraño, era algo así como un ritual.

Tarde en la noche, por fin tuvieron un descanso de las interminables y agotadoras risas. Eso era lo que le gustaba de la casa de su mejor amiga, todo era tan tranquilo y acogedor, y de repente todo se tornaba salvaje y divertido.

Se acostaron, una al lado de la otra, y empezaron a cantar canciones de comerciales que se les hubieran quedado en la memoria, su propia costumbre antes de quedarse dormidas. Una cantaba y la otra intentaba adivinar.

-Hoy hice arroz, lo hice para vos, yo soy Daiana Arroz

-Esa es fácil, Anna. Es de la propaganda de las pastas esas. ¿Cómo se llamaban? Ah, sí, Luchetti.

-Ya, es tu turno señorita “es muy fácil”.

-De acuerdo. Eh… - Se interrumpió por el sonido de un celular. Anna se levantó y lo tomó. – Espero que sea algo importante para interrumpir nuestro juego…

-Lo es. – Anna sonrió, aceptó la llamada y se acercó el teléfono al oído. – Hola, Mike.

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora