Capítulo 17

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Mike tomó el recuerdo del rostro de Anna, tal y como lucía en su encuentro en el café, y se aferró a eso, repitiendo que el único motivo para no volver a verla era que debía protegerla.

Tomó su pistola, la que lo había acompañado durante tanto tiempo, y disparó a un hombre en la acera de enfrente, tal y cómo pedían las instrucciones del Nicholas. Aprovechando la conmoción provocada, se escabulló entre la gente sin ser notado.

Lanzó el arma debajo del asiento de su auto y se subió. Condujo hasta su casa donde planeaba lanzarse a la cama y no despertar hasta la semana siguiente. Así que cuando llegó y abrió la puerta, ver a Jaime tomando una cerveza en la cocina no le hizo mucha gracia.

-Jaime te detesto tanto – murmuró mientras tomaba una para él y se sentaba a su lado.

-En el fondo me quiere un poquito – respondió. Los hoyuelos aparecieron en sus mejillas cuando una sonrisa se asomó por su boca. Mike negó con la cabeza, haciendo una mueca. Jaime era caso perdido.

-Vale, ¿qué haces aquí?

-Me pidieron que te vigile de cerca y eso estoy haciendo. ¿Tú qué haces? – La expresión de Mike cambió repentinamente.

-¿Quién?

-Tú…

-No seas pesado.

-Fue Anna, ¿quién además de nosotros y ella se preocupa tanto por ti? – Él se encogió de hombros como respuesta.

-¿La vigilarías por mí? – Jaime levantó una ceja y le pidió una explicación.

Por primera vez, Mike compartió su secreto con alguien que no era su hermano. Por un momento, incluso temió que su amigo pudiera salir corriendo, asustado de la persona en la que se había convertido. Lo miró afligido, mientras esperaba una reacción de su parte. Jaime sonrió levemente y asintió, en una muda respuesta para su pregunta.

-Sólo no permitas que vaya por donde no deba meterse.

-Tranquilo, Mikey – aseguró, golpeándole suavemente la espalda. Mike le devolvió la sonrisa al escuchar cómo lo había llamado. – Pero tú debes tener especial cuidado, ¿eh?

Así, para poder continuar con lo que había prometido, Mike se vio obligado a cumplir con su tortura. Halló refugio en los recuerdos de Anna, no a propósito, claro. Pero los recuerdos le devolvían un pedacito de su alma que no le pertenecía al Lobo; eran sólo de la chica y nadie jamás se los podría quitar. Recordarla aliviaba un poco todo ese peso que se había colocado sobre él.

¿Por qué la usaba para motivarse? No lo sabía. Al menos, no quería saberlo. Jaime sí se había dado cuenta y siempre que se veían debatía consigo mismo si debía comentárselo o no pero siempre ganaba la negativa. Si le soltara semejante verdad podría trastornar la mente de su mejor amigo y eso era lo último que le faltaba; tenía cosas más importantes en qué pensar, sobre todo desde el momento en que había dejado de comunicarse con Hank y se había quedado solo para enfrentar a uno de los narcotraficantes más grades del país.

Debía seguir un camino cuyo final ya conocía. Mantenerse dentro de los límites y dejarse llevar por la ola de oscuridad que se cernía sobre él y todo eso por su cuenta. No había más opciones, cualquier avance terminaría en algo malo, cualquier paso en falso implicaba algo aún peor. ¿Qué se podía hacer cuando se está encerrado en las decisiones de uno mismo? Después de todo, quien tenía la culpa de todo eso era él.

Noche tras noche, las caras de todas las personas cuyas vidas había tomado y torturado, lo atormentaban hasta que el sueño venía en su rescate, sólo momentáneamente, seguido por las pesadillas venían por él. Casi todas las noches, entre las tres y las cuatro de la madrugada, se levantaba, sacudido por espantosas imágenes y sensaciones combinadas, y se apoyaba en su ventana para ver hacia afuera. El ruido de la calle y el cielo oscuro sabían calmar bastante bien su mente y disipar sus miedos. Pero había una pregunta que siempre rondaba por su cabeza y no había momento del día en el cual no apareciera. ¿Cómo terminé yo aquí?

A pesar de saber exactamente qué debía hacer, cómo hacerlo y cuándo, se sentía más perdido a medida que pasaban los días. Su apetito iba y venía y el blanco de sus ojos estaba surcado por infinidad de venas rojas, rodeados por profundas ojeras violeta, sello de las innumerables noches sin sueño. Pero sin embargo parecía que nadie notaba que se estaba hundiendo bajo el peso de sus propias acciones y las interminables malas decisiones que había tomado. No hay mucho por hacer. Insistía en su cabeza. Había renunciado a la única posible solución hacía mucho tiempo, todo para salvar a una chica que había conocido en un café. Vale la pena, murmuraba para sí cada vez que los más tenebrosos pensamientos llegaban a él.

El lado oscuro de mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora