Parte 12

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Mientras Demián me guiaba de vuelta hacia el corazón del salón, el bullicio de la fiesta se filtraba lentamente en mi conciencia, como si regresara de un sueño. La música ceremonial, las risas y las voces de los invitados formaban un telón de fondo casi surrealista. Aún sentía el calor de su abrazo, y mi mano en la suya parecía una conexión que no quería soltar.

Tal vez era mi imaginación, o tal vez era la forma en que Demián caminaba, irradiando esa mezcla de autoridad y calma que lo hacía destacar.

— Relájate — susurró Demián, inclinándose hacia mí sin soltar mi mano — Solo sé tú misma.

Lo intenté, aunque mis ojos buscaban algún rostro familiar entre la multitud para anunciarme a la realidad. Cerca de una de las mesas, encontré a Edwin con una copa en la mano, sonriendo despreocupadamente mientras hablaba con Virginia y Simón. Al verme, Edwin levantó la copa en un gesto de apoyo, acompañado de una de sus habituales sonrisas alentadoras.

— Sarah, te ves increíble — dijo alguien al pasar, un cumplido que apenas registrado mientras seguíamos avanzando.

La pista de baile estaba llena de parejas ejecutando giros elegantes al compás de la música. Las máscaras doradas que todos llevaban daban al ambiente un aire casi onírico, como si estuviéramos participando en una fábula antigua.

No respondí de inmediato. Mis pensamientos todavía se debatían entre las emociones del momento, pero finalmente asentí.

Cuando nos movimos hacia la pista, sentí cómo el murmullo de la multitud se desvanecía, uniéndose la música y el suave roce de nuestras manos al encontrarse. Demián colocó una mano en mi cintura, y aunque su tacto era firme, había una delicadeza en su manera de moverse que me hizo sentir segura. Y nuestros movimientos se sincronizaron con la música, y aunque no sabía todos los pasos, Demián me guio con tal facilidad que parecía como si siempre hubiéramos bailado juntos. Mientras girábamos entre las otras parejas, sentí cómo cada paso era una conversación silenciosa y cada mirada un intercambio de secretos. Como si cada paso estuviera destinado a ser.

Al fondo del salón, una figura destacaba entre la multitud. Era una mujer. Su vestido ceñido y brillante, parecía una extensión de la misma luz. Las mangas que flotaban con cada pequeño movimiento, otorgándole un aire casi irreal, como si perteneciera más a un sueño que a la realidad.

Su postura era elegante y controlada, pero su mirada, fija en nosotros, tenía una intensidad que no podía ignorar. Demián también la vio. Su atención se desvió de mí y se centró en ella, una tensión imperceptible transformando su expresión.

— Quédate aquí — murmuró, con un tono que no permitía discusión — Demián se inclinó ligeramente, tocó mi brazo con suavidad y comenzó a avanzar hacia la mujer. La forma en que caminaba tan precavido me hizo entender que no era un encuentro cualquiera.

Mientras lo veía alejarse, sentí un cambio en la energía a mi alrededor. Antes de que pudiera procesarlo, Sebastián apareció a mi lado, su sonrisa elegante y cargada de misterio.

— ¿Puedo? —preguntó, extendiendo una mano hacia mí. No esperó mi respuesta antes de tomarla con cuidado, guiándome de vuelta a la pista.

Su mirada, fija en mí, estaba llena de algo que no lograba interpretar del todo. Una mezcla de nostalgia y certeza, como si cada palabra no pronunciada entre nosotros tuviera un peso que yo no comprendía.

— Te ves igual que siempre, Sarah — comentó mientras nos movíamos al ritmo de la música. Su tono era suave, casi cariñoso, pero tenía una intensidad que me hizo estremecer.

— ¿Igual que siempre? — una risa nerviosa salió sen querer, intentando mantenerme tranquila, aunque cada fibra de mi ser quería alejarse y averiguar qué estaba pasando.

30 LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora