8

391 51 5
                                    

- ¡No lo puedo creer! ¿Como metiste todo esto sin que Angelina se diera cuenta?
- Lizzie no grites, si se da cuenta quemará todo como aquella vez
- No, fue tan difícil, sus guaruras  nos revisan al salir pero no al entrar, así que puedo meter todo cuanto quiera, tardé un par de días en meter todo esto y en construirlo solo uno, además ocupé algunos materiales que estaban aquí abandonados
- Oh Sebastian eres increíble
<<Oh Sibistin iris incriibli>> pienso mal humorado, resulta que el muchacho clavo un par de tablas y en un día ya tenia un columpio como el que usan en los pórticos de las casas, una sombra bastante amplia y una mesa que además hace la función de librero a sus costados y no solo eso, sino que "nuestro" librero esta lleno de cosas de nuestro interés ¿como supo qué nos gustaba? ¡ni idea!
Para Elizabeth libros y revistas de moda, para Alois unos cuantos guiones de las obras mas reconocidas y un par de libros sobre teatro, y para mí... Suspenso, terror y... una que otra novela romántica ¡carajo!
- Lizzie tiene razón Sebastian - dice Alois - ¡eres una maravilla hombre!
Los tres ríen y platican lo que me da tiempo para alejarme y aprovechar la vista desde la azotea, vivimos en un edificio medianamente alto, así que hay buenas cosas que ver. Una parte de mi se emocionó al ver todo lo que Sebastian había hecho pero, sin quererlo recordé "aquella vez" así la habíamos bautizado Lizzie y yo, supongo que ella le contó a Alois y por eso la denominó así...
Cuando teníamos cerca de quince años mi prima y yo logramos meter bastantes libros, la verdad fue de poco en poco, todos se encontraban escondidos debajo de nuestras camas, no había problema pues Angelina nunca revisaba la habitaciones, teníamos de todo, ficción, suspenso, esoterismo, moda, matemáticas, biología, español, geografía, psicología, historia, libros sobre la segunda guerra mundial y que hablaban sobre la paz entre naciones, música, alguna que otra novela romántica y cuentos para niños, con esos libros Alois aprendió a leer, eso me lo contó Lizzie pues fue ella quien le enseñó, aun a mi disgusto cuando me enteré siguió haciéndolo, pobre Alois, mucho tiempo pensé que había sido el quién nos había delatado.
A "Madame Red" nunca le gustó que sus chicas supieran leer, sumar o cualquier cosa que tuviera que ver con la escuela y el mundo exterior, todas llegaban aquí siendo niñas y eso le aseguraba que aunque escaparan (si es que alguien alguna vez lo lograba) nadie les creería una sola palabra ¿quien le pondría atención a una chica que parece drogadicta y no sabe leer? Pues aquí nadie.
Cuando se enteró de los libros que teníamos escondidos mandó a registrar todo el edificio, subió a la azotea y los quemó. Uno por uno fueron cayendo al fuego ante nuestros ojos y mi prima y yo no pudimos evitarlo.
Después de eso la mujer nos revisaba por lo menos una vez a la semana, solo en un par de ocasiones encontró en mi habitación algún libro. Sí lo sé, se supone que no debí haber intentado conservar más, pero la pasión por la lectura es una de las pocas cosas que aun me hacen desear vivir.
- Ciel ¿te sucede algo? - Alois irrumpe en mis pensamientos, yo me giro a verlo y puedo notar que esta preocupado
- Sí, no es nada importante ¿tú qué tienes?
- Nada
El silencio se vuelve un tanto incómodo y después de un rato el rubio solo atina a recargarse en la cornisa a un lado mio, juntos miramos hacia el centro, pues desde aquí alcanzamos a ver los edificios que lo conforman, el ruido del transito resuena en todos lados y debajo de nosotros en la calle un par de hombres vestidos de traje llaman nuestra atención, ambos discuten sobre trabajo, los gritos pronto llegan a oídos de todos pero a ellos no les importa quien los mire, su discusión es mil veces mas importante que lo que está a su alrededor
- Ciel
- ¿qué sucede?
- ¿Algún día saldremos de aquí?
- Pero que cosas dices, claro que lo haremos, además hasta donde yo sé tú y Elizabeth pudieron haberse ido hace mucho
El rubio me mira un par de segundos y después mira de nuevo a la calle
- Llegamos aquí todos juntos, nos hemos hecho compañía desde siempre, no podría irme sin ustedes
Aunque no me gusta admitirlo, el chico removió algo en mí
- Gracias... - susurro y nos quedamos en silencio una vez más, sólo que esta vez no resulta incomodo, solo necesario, para no arruinar el momento.

AcendradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora