3. Margaritas perdidas

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Evan

No soy fan de la violencia.

Mamá puede testificar eso. Cuando era más chico solía dejar que mi hermana mayor lanzará mordiscos a mi rostro con la excusa de que era su forma de darme cariño. Ahora no soy tan chico, pero responder a los golpes sigue sin ser una opción para mí. Ni, aunque la razón por la que esté recibiendo dichos golpes sea errónea. Por eso dejé que me molieran en la discoteca. En esta ciudad se lanza la piedra y después se piden explicaciones. Aprendí eso a las malas.

Lo que no sabía era que les gustaba atacar en manada. Algo de cobardes, si puedo decir.

Tenía la esperanza de poder hablar cuando los hombres estuvieran libres de rabia. Que, después de revisar mis heridas, podría acercarme al más grande de ellos y contarle la verdad. Decirle que su novia—que no sabía que era su novia—estaba borracha hace un par de noches y con cero ganas de ser rechazada.

Puedo escuchar a mamá en mi cabeza.

«¿Siempre eres tan iluso?»

Dejé de plantearme esa idea cuando mis ojos se cerraban por instinto y el aire comenzaba a escasear en mis pulmones. Tenía la opción de luchar contra los tres, dejar que me golpearan hasta el cansancio o desaparecer en la más pequeña oportunidad. Huir fue la decisión más inteligente.

La chica de mi mano, por otro lado, fue una decisión no premeditada. Estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado y termino cargando con el peso de mis problemas.

— Si continúas corriendo así llegarás a la frontera —Su voz se distorsionan con el fuerte sonido de mi respiración y nuestras pisadas—. ¿Puedes decirme a dónde vamos?

Después de correr por lo que parecen horas, me duele el pecho con cada respiración agitada que expulso. No me atrevo a girar para comprobar el estado de nuestra persecución, aunque por la ausencia de gritos, sé que los hemos perdido

—Podemos detenernos si eso quieres.

Pongo fin a la carrera frenando en seco haciendo que choque con mi espalda.

—¿Qué te pasa? —exclama furiosa por el golpe inesperado—. Pude haber acabado en el suelo.

—Pero no pasó—jadeo ocasionando que ella se suelte de mi agarre con violencia—. Quizá es un mal momento para decir que reprobé educación física.

Debo tomarme un momento para acomodar la situación en mi cabeza. El bullicio de los hombres ha desaparecido y el silencio de la noche es acompañado por el golpe de las hojas de los árboles chocando. Frente a nosotros, conjuntos residenciales se alzan por el barrio cerrándonos la vista a las calles que hay abajo. Estamos en una parada de autobús en medio de la nada y el frio empieza a calar con fuerza. 

—Eso estuvo cerca—reflexiono dejando que la adrenalina desaparezca de mi cuerpo—. ¿Estás bien?

Por primera vez desde que chocamos me detengo para admirarla. A diferencia de mí, no parece haber corrido los 42 kilómetros de una maratón. Tiene las mejillas sonrojadas y su cabello corto revuela hacia todas las direcciones, aparte de eso, no hay rastro de agotamiento. 

—Algo asustada—Agradezco su honestidad, pero no se lo digo. La veo bajar la manga de su ropa hasta cubrirse las manos. No parece tener intención alguna de seguir la conversación.

—Lindo suéter—digo tomándola desprevenida. Su mueca de sorpresa cambia a una de disgusto y no obtengo respuesta alguna—¿Lo usas con frecuencia?

Santo Dios, que frase más patética.

—No es la gran cosa—dice encogiéndose de hombros aún sin mirarme.

Besos a tu olvido #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora