5. Tres veces NO

110 6 0
                                    

Alexei

Los primeros días en Eureka son los más difíciles. Me cuesta repartir mi tiempo entre las clases y las pasantías, y en mi afán de no cruzarme con Evan hago lo posible por estar tan ocupada como me sea posible. Primero llevando las bebidas, después ordenando las carpetas y ahora sacando cientos de fotocopias al día. Cada mañana huyo cual cobarde de las situaciones que requieren un saludo formal con mis compañeros y el resto de la jornada me desvivo por ser de ayuda para cada departamento que solicite mi presencia.

Ahora, escapo de la universidad intentado llegar antes que mis compañeros a la emisora y paso de volada por el quinto piso sin molestarme en esperar el ascensor. No es hasta que estoy llegando a las escaleras que me detengo por instinto frente a la sala de CR.

Antes de pensar en lo que estoy haciendo, me pongo de puntillas y pego mi rostro al cristal de la puerta queriendo echar una ojeada a los equipos del otro lado. Todo sigue tal como lo recordaba. Decenas de conmemoraciones cuelgan en las paredes y los estantes más grandes están repletos con fotografías de los antiguos y actuales representantes. Ellos en eventos, en fiestas o en algún programa con invitados destacables. Dejo escapar un suspiro. Soñaba con ese tipo de lazos cuando me presenté a la emisora. 

—¿Puedo ayudarla en algo, señorita? —interroga  quien reconozco como el maestro más temido de la carrera y el más odiado por mí—. Necesito ingresar a la sala.

Doy media vuelta chocando con la mirada arrogante del profesor de Producción Sonora y el director de la sala de Comunicaciones Radiales.

Después de ser rechazada por este hombre que, para mi mala suerte, era el jefe administrativo de la radio universitaria, empecé a buscar un patrocinio por mi cuenta. Por su culpa estuve un mes recorriendo las calles de la capital hablando con tipos que no mostraban interés por hablar conmigo. "Muy joven", "poco preparada" o "no nos llames, nosotros te llamamos". Cada director tenía una excusa nueva para negar mi participación en los programas, aun cuando les deje claro que no deseaba el protagónico de los mismos. 

—Esperaba a un amigo, es todo—miento sin problemas—. Buenos días

Una verdad conocida en la sede es la carencia de modales que tiene este hombre. Por eso no me impresiona no recibir un saludo de su parte.

—No sabía que tenía amigos—dice sonriendo, solo un poco—, es decir, no uno que formara parte del programa. Mis muchachos nunca la han mencionado.

Este señor me odia, no hay nada más que decir. Odia el mero hecho de que yo exista y estoy segura de que, de poder, se encargaría de que yo no volviera a pisar los suelos de la Universidad Cardent en lo que me queda de vida. Así de grande es su odio.

Tengo el enorme presentimiento de que su rechazo se sale del marco de justicia o ética laboral. Lo ultimo que me dijo fue "Estoy seguro de que sus padres pueden conseguirle un mejor puesto" y aunque me quejé en múltiples de ocasiones, todos dijeron que exageraba y era el sentimiento de rechazo el que hablaba por mí.

—Pues ya ve, no se lo cuentan todo al parecer—no me pasa desapercibida su mueca—. Esperare en otra parte.

Lo esquivo como puedo y retomo la caminata sintiendo su mirada en mi espalda. Es un tipo desagradable. 

Antes de ser consciente de mis pisadas, acabo ante el Reloj de Peter, el reloj más grande de la facultad, y apoyo mi peso a un costado de él. Marca las 2:23 como lo ha hecho durante los últimos dos años desde que unos estudiantes lo golpearon con un balón de voleibol. Su tamaño lo ha convertido en un icono de nuestra sede y tras él corren leyendas o chistes para molestar a los de nuevo ingreso cada semestre.

Besos a tu olvido #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora