4. De reprimendas y pasantes

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Evan

—Hora de levantarte, holgazán —Un grito me saca a golpes del sueño, seguido de una puerta siendo arrojada con fuerza.

Estoy cerca de caerme al suelo y fracaso en intentar levantarme cuando siento una punzada en mi costado izquierdo. Tengo el pulso acelerado a causa de los gritos de mi mejor amigo y apuesto a que son los síntomas de un preinfarto los que me cortan la respiración. Los dibujos en el techo me confirman que me encuentro en mi cuarto y estoy a punto de responder a los reclamos cuando veo a Miguel abrirse paso en mi habitación hasta llegar a las ventanas y abrirlas con un golpe seco. Los rayos del sol se cuelan sin una invitación entre las paredes celeste.

Por favor, que alguien apague el sol.

—Llevo días sin saber de tu paradero y la única cosa que sé sobre ti lo sé por parte de Cassandra—Su voz es tres tonos más graves de lo que recordaba, siendo una mala combinación para el dolor de cabeza que amenaza con matarme—. ¿Sabes lo estúpido que me vi al intentar obtener respuestas sobre su relación?

El cuerpo me pesa, siento los ojos hinchados y los recuerdos de los últimos días llegan borrosos: Una ruptura, la discoteca, cenas en casa, golpes, una carrera y la chica. Una chica molesta.

—Y luego tu hermana. Tengo veinte mensajes suyos preguntando por ti después de que te trajera a casa golpeado.

—¿Qué eres? ¿Mi mamá?

Lo oigo suspirar al otro lado de la habitación

—Soy el tipo que tuvo que dejar a su hija para ir en tu rescate—Sigo su voz por el lugar hasta encontrarlo arrojando al suelo las camisas que llevaban un par de días sobre mi escritorio—. Dar las gracias sería lo apropiado.

—Carajo, baja la voz.

—No me digas que hacer—La camisa sale volando de sus manos hasta acabar en mi cara—, podías haberme avisado que Cassie rompió contigo hace días.

Suelto una risita por su comentario. Parece que estoy teniendo una doble ruptura esta semana.

—Te agradezco por guardarle luto a mi relación, hermano. Pero te recuerdo que fue ella quien rompió conmigo, no al revés.

—Bueno, seguro tienes algo que decir al respecto—dice—, baja ahora. Tienes suerte de tener que ver a tu hermana primero.

Discutir con Inés no es lo que yo llamaría suerte.

Comienzo por vestirme bajo el escrutinio de Miguel, quien me espera aún sentado con un vaso de agua en la mano.

—Tu cara se ve diez veces peor de lo que acostumbro.

—No fue para tanto, ¿Vale?

— A mí no me sueltes tus preguntas bisilábicas, Evan. No soy tu niñera.

Con eso finaliza nuestra conversación unilateral y comienza a bajar las escaleras sin preocuparse en si lo estoy siguiendo o no. Tarde o temprano, el complejo de madre lo llamará para continuar con el sermón. Ha sido así desde que lo conocí en el Instituto de Idoneidad mientras cursaba sus dos últimos años y decidió adoptar al chico nuevo. Los maestros celebraron cuando por fin tuvo su acta de grado y apostaría todo a que tienen su foto en la rectoría con una gran señal de prohibido el paso. La gente lo ve como síntomas de delincuencia. Él, sin embargo, lo ve como un logro personal. Incordiar a la mayor cantidad de gente lo hace sentir bien consigo mismo, es su poder

Me asomo con disimulo tratando de reunir valentía antes de hacer mi gran aparición. Por ahora, los mellizos esperan en el gran sofá, cada uno con la vista puesta en la pantalla de sus celulares. No hay rastro de mamá oso.

Besos a tu olvido #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora