Capitulo 23

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Viernes 8 de noviembre de 1998.

Lía y yo vamos de regreso a casa. Ella está muy callada y con la mirada perdida en el asfalto. ¿Qué estará pensando? Me mira de reojo, yo me sobresalto y quito mi vista de ella. Ríe entre dientes.

- ¿Qué pasa, Eri? –la miro y ella a mí con esos grandes ojos azules. Me sonrojo sin saber porqué.

- Nada.

De repente se detiene y levanta la mirada hacia el cielo. Yo también me detengo, la miro con curiosidad. El sol golpea su cara. Ella disfruta de su calidez. Cierra sus ojos. Respira llenando por completo sus pulmones, y luego exhala. Los abre y noto una mirada triste en ellos. Algo agobia su mente.

- ¿En qué piensas? –pregunto curiosa.

- ¿Crees que este es el camino al que estamos destinados a seguir por el resto de nuestras vidas? –su pregunta es desconcertante y me confunde. No respondo. Lanza una media sonrisa con sus delgados y rosados labios, y ríe–. Que vas a saber tú, si solo eres una niña todavía.

Cada día nuestras conversaciones se vuelven más aburridas y extrañas. He notado un enorme cambio en su actitud. Es más seria, siempre se la pasa escribiendo en su escritorio, casi no habla, muy pocas veces come, se ve triste todo el tiempo incluso cuando ríe por alguna tontería que hace o dice papá. Creo que es por lo que siempre dicen mis papás, que es por la pubertad y que esta cambiando. Ya tiene dieciséis años. De vez en cuando escucho a escondidas a mis padres diciendo que es tiempo de darle una habitación individual. Yo no quiero, porque entonces me quedaría sola y le temo a la oscuridad. A veces la escucho llorar, ella no sabe de qué me doy cuenta cuando, la mayoría de las noches, oigo sus sollozos. Desearía poder ayudarla.

Seguimos caminando. Por alguna razón siento que el camino es más largo. Tal vez porque estoy cansada. Luego de que Lía me dejó sola, el muchacho que vino a consolarme por la ausencia de mi hermana me dijo que todo estaría bien que ella vendría muy pronto. Era él, su novio. Él se fue y una hora después llegó Lía; se disculpó por dejarme sola tanto tiempo, pero que debía resolver un problema. Espero que lo haya hecho. Después, jugamos un rato aunque no fue tan divertido. Lía estuvo muy distraída todo el tiempo. Me aburrí y regresamos. Ahora aquí estamos, caminando en silencio.

Poco a poco voy reconociendo las casas a mí alrededor. La de la vecina con las petunias, la señora McGregor, que a pesar de que tiene una cara de que la atropellaron es muy buena persona; y hace unas galletas de chocolate, deliciosas. Una vez me cuidó de mí mientras mis papás fueron al cine y Lía estaba en casa de su mejor amiga Rachel, la señora McGregor había preparado esas deliciosas galletas aunque siempre me termino comiendo solo una porque después de un tiempo me quedo dormida. Es extraño que siempre me pase lo mismo. Al día siguiente despierto sin recordar cómo llegué a mi cama.

Puedo ver la casa del señor Perkins, es la casa más bonita del vecindario. Verde olivo con los ventanales blancos, tiene unas verjas que impiden ver el hermoso rosal de rosas blancas plantadas en su pequeño jardín. Sin embargo, el señor Perkins es un viejo pensionado, solo y amargado. Cuando los niños del vecindario accidentalmente se le caen sus pelotas de fútbol en su jardín, él sale enojado. Un vecino normal devolvería la pelota a los niños, pero el señor Perkins es especial. Él nunca las devuelve. Se dice por los alrededores que antes de pensionarse fue un ex-militar de la segunda guerra mundial y que los traumas del pasado aún atormentan su mente, por eso se comporta de una manera cruel y grosera. Otros dicen que la guerra lo volvió loco y que ya no sabe como tratar con personas. Mi mamá dice que es mejor alejarse de él, pero para mí es totalmente imposible. Me parece que es un hombre que tiene mucho que contar. Es extraordinario, aunque es tan intimidante que me da miedo acercarme a él. Ya tendré mi oportunidad de hablar con él. En el futuro.

¿Enamorarme de ti?... Imposible [PRIMERA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora