Capitulo 26.2

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Practicamos varias veces antes de salir al campo de caza. Nos adentramos en el frío y húmedo bosque, atravesamos unos enormes árboles de al menos unos quinientos metros de alto, con hojas tan verdes que parecen sacadas de una pintura de Moseoir Monee. No logramos ningún ave por el momento, pero los cuatro estamos alerta.

- Creo que lo mejor es dividirnos para cubrir más terreno -dice el señor O'Donell-. Vamos en parejas, así ninguno se pierde. Yo iré con Paige y Sebástian con Erika. Ustedes no conocen esta zona así que lo mejor es ir con alguien que sí las conoce estas tierras.

- De acuerdo -dice Sebástian asintiendo con la cabeza.

- Recuerden mantener el sol a sus espaldas -dice mientras nos dirigimos en direcciones opuestas.

Sebástian y yo nos separamos del señor O'Donell y Paige dirigiéndonos hacia el este. Ambos estamos atentos por si vemos alguna ave. Miro a Sebástian que camina delante de mi, parece muy concentrado en lo que hace. Caminamos en silencio por un tiempo que parece eterno; solo se escuchan nuestros pasos por el césped y las ramas de los árboles al moverse por el viento. Este contacto con la naturaleza es tan reconfortante, se siente una paz y una tranquilidad. Estos son los momentos que deberían de considerarse como hermosos. Lleno mis pulmones del aire tan piro y fresco mientras cierro mis ojos un momento para disfrutar de este delicioso momento. Cuando los abro miro a Sebástian que camina muy por delante de mi y me dirijo hacia rápidamente antes de perderlo de vista. Él me observa llegar.

- ¿Te diviertes? -me pregunta de repente.

- Sí, bastante. A decir verdad me gusta este lugar.

- Me alegra oír eso -dice con voz seca.

- ¿Hace cuánto tienen esa mansión? -preguntó curiosa.

- No lo sé. Es un legado familiar. Es de mi familia desde antes de que yo naciera -dice con indiferencia-. Recuerdo la vez que mi abuelo me contó una historia sobre esa casa cuando era más joven. Te la puedo contar si quieres.

- Me gustaría oírla -dijo animada.

- De acuerdo -nos detenemos y él busca un lugar confortable donde sentarse. Pone su arma en el suelo y se sienta en un tronco. Me acerco a él y me siento a su lado mientras coloco mi arma en el suelo y le escucho con atención-. Mi abuelo me dijo que...

Hace mucho tiempo en esa casa vivía una doncella muy hermosa. Pelirroja, ojos azules y una sonrisa tan hermosa que derretía el corazón de cualquiera, su risa era igual que escuchar a un ángel y tan pura como el agua. Era realmente hermosa. Su padre era uno de los hombres más ricos del condado y quería casarla con uno de los príncipes del rey quien se había enamorado de su belleza en una de las tantas fiestas que se realizaban en el castillo, y él era el próximo al trono después de su padre. Sin embargo, en los jardines trabajaba un hombre apuesto, pero humilde. Sus dientes blancos iluminaban el corazón de la doncella y sus ojos verdes penetraron los suyos en un instante al mirarse fijamente. Fue amor a primera vista, pero no podían estar juntos. Eran de mundos diferentes.

La doncella de vez en cuando paseaba por los alrededores de los gigantes y hermosos jardines solo para verlo aunque sea de lejos. Cruzaban miradas e intercambiaban una que otra sonrisa. A luz del día ella era la hija del dueño de la casa y una mujer prohibida. A la luz de la noche ella era suya. Sus besos, sus manos, sus ojos, sus caricias le pertenecían. Cada mañana el humilde hombre le dejaba una rosa roja y una blanca. La rosa roja representaba su corazón, le indicaba que le pertenecía a ella solamente y que su amor era como las llamas del fuego más intenso: fuerte y difícil de apagar, por eso su amor nunca se apagaría. La rosa blanca significaba la pureza y la verdad, era su forma de demostrar que lo que él sentía por ella era real y duradero, iba a seguir vivo en su corazón para siempre.

¿Enamorarme de ti?... Imposible [PRIMERA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora