Prólogo

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- Mami mami mami mami mami mami - una pequeña niña rubia, de no más de cuatro años y medio de edad, jalaba el abrigo de su madre, quien preparaba las últimas cosas que se llevarían a la visita al médico.

-¿Qué sucede, Lia? - preguntó la madre de la pequeña.

- Es que entré a tu cuarto a buscar a mi muñeca, y me encontré un libro en la cama - maldijo en su interior - ¡Y encontré esto!

La pequeña extendió todo lo que pudo su pequeño brazito, una foto polaroid hacia su madre. Tomó la pequeña hojita en sus manos, y la llevó hasta que pudo enfocar bien la imagen, causando que sus ojos se cristalizaran.

-¿Ese es mi papá? - preguntó la rubia niña, con sus ojitos brillando de emoción.

- Sí, es tu padre, amor - dijo, sonriendo a su pequeña.

- Es muy lindo, ¿verdad que es lindo, mamá? - preguntó ella, mientras se ponía al lado de su madre, que se sentó en el suelo para estar a su altura.

- Sí, tu padre es muy guapo - afirmó.

-¡Y tengo su cabello! - exclamó la pequeña, alzando la coleta que su madre le había hecho para sujetar su larguísimo cabello lejos de su rostro.

- Sí, te pareces mucho a él.

- Pero tengo los ojos de mami - dijo ella, soltando una sonrisa tan orgullosa que hizo que su madre riera por lo adorable que se veía.

Ambos se quedaron viendo la foto. En ella, un rubio joven, de nos más de 20 años, sonreía a la cámara, mientras rodeaba los hombros de un chico pelinegro que hoy día estaba devastado. Un pequeño anillo dorado brillaba en ambos anulares, mientras la felicidad que exudaban sus rostros podía sentirse incluso por el papel.

-¿Cuando vendrá papi, mami? - le preguntó inocentemente la niña.

El pelinegro sonrió, lo mejor que pudo, mientras acariciaba el sedoso y dorado cabello de su hija.

- Muy pronto, nena - respondió.

- Siempre dices eso, ¿me prometes que será muy muy pronto? - dijo la niña, sonriendo, y sus ojitos brillando de esperanza.

El pelinegro miró enternecido a su hija, tratando de aguantar las lágrimas que querían salir de sus oscuros ojos.

- Será muy pronto, nena, te lo juro - mintió, inclinándose a besar la frente de su hija -. Ve por tu bolso, rápido.

Justo cuando la niña salió corriendo de la cocina, fue que una lágrima traicionera se permitió rodar por la mejilla del pelinegro, mientras que suspirando, y calmando su respiración, bajó una de sus manos a su vientre muy abultado, sintiendo una pequeña patada que lo hizo ahogar un sollozo, como cada vez que lo recordaba.

Y al mismo tiempo que sentía las patadas reconfortantes de su bebé en su interior, su otra mano fue a cubrir la curvatura de su cuello, donde ocultaba celosamente la marca, de por azares del destino, su lazo recientemente roto.

Amarte Es Igual a Recordarte [Scömìche short-fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora