Capítulo 1

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- Hey, mamá - saludó un joven pelinegro, de unos 19 años, entrando al recibidor del departamento.

- Hola Max, ¿cómo te fue? - un pelinegro al igual que el chico, de mediana edad que no aparentaba, le sonrió a su hijo.

- Resulta que la universidad también es un buen lugar para dormir - dijo el chico despreocupadamente, mientras robaba una de las galletas recién hechas.

- Hijo - adviritió el mayor.

- No es mi culpa que no entienda lo suficiente del profesor de inducción a la anatomía para que me dé sueño - se quejó el adolescente, mientras su madre reía.

-¡Ya llegué! - se oyó el grito desde la entrada, seguido de un apasionado portazo.

- Lia, lo que te he dicho sobre la puerta - habló el mayor.

- Lo siento mamá, es solo que de verdad, necesito hablar contigo - una rubia que ya no era una adorable niña, sino una hermosa mujer de 23 años entró precipitadamente a la cocina, besando la mejilla de su madre y desordenándole el cabello a su hermano.

-¿Trabajo? - preguntó el pelinegro, sentándose en los bancos que daban en dirección contraria en los que sus hijos se sentaron en la barra de desayuno.

- Sip - respondió la rubia.

- Ok, dime.

La rubia miró a su madre por unos instantes, antes de bajar su mirada rápidamente al solitario anillo de bodas en su mano izquierda, y a la marca de una mordida que se entreveía por el cuello de su camisa. Tomó aire profundamente.

- Mi profesor me pidió que redactara un informe de cómo me inspiré en la historia corta que estaré exponiendo este fin d e semana - habló pausadamente -, y que le hablara de los detalles, ya que no podía ser basado en ficción algo con tanto sentimiento.

-¿Ajá?

- Mamá... ¿Cómo conociste a papá?

El pelinegro miró a su hija fijamente, mientras soltaba un largo y decaído suspiro, antes de bajar sus ojos a sus manos sobre el mesón, sintiendo como ese puño en su pecho volvía a aparecer.

- Creo que ya es hora, mamá, ya no somos niños - esta vez, fue su hijo quien habló, tomando la mano del pelinegro, apretándola, para darle confianza, lo que le hizo recordar al mayor cuando su bebé pateaba cuando buscaba consuelo durante su embarazo.

Sonrió, antes de suspirar nuevamente, y sus ojos volverse distante mientras estos buscaban en los recuerdos.

***********

Un sonido sordo se escuchó por toda la biblioteca escolar, cuando por accidente, el chico dejó caer un pesado libro al suelo.

- Diablos - gruñó.

Se agachó a recogerlo. Se supone que debería terminar pronto, para irse a la clase química que veía en su horario vespertino. Tomó el libro y esta vez lo puso en su lugar, y salió corriendo a buscar su bolso y entregar la guardia al otro chico de la biblioteca, y salir al pasillo de la escuela, chocando con el pecho de alguien sin pretenderlo.

-¡Lo siento! - exclamó, antes de seguir corriendo sin siquiera ver a la persona que había atropellado. Por un alguna razón, creyó ver mechones rubios.

Llegó corriendo al pasillo donde quedaba su casillero, donde una pequeña rubia y un par de chicos, uno de piel morena, y otro de ojos verdes y largo cabello, lo esperaban con unas sonrisas divertidas. A sus 17 años, Mitchell Grassi, estudiaba su último año de secundaria en Arlington, ya que lo avanzaron un año cuando entró, conociendo así a los tres que chicos que conforman su cerrado grupo de amigos.

Amarte Es Igual a Recordarte [Scömìche short-fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora