Capítulo 4

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Manejé cansado por las calles de mi ciudad natal y descubrí que a pesar de los años nada había cambiado. Todo permanecía igual que cuando The Beatles era la sensación del momento y eso me deprimió más de lo que ya estaba. Sabía que añorar algo que jamás podría obtenerse de nuevo era malo, pero me gustaba vivir en el recuerdo de los años felices.

Me sentía exhausto por las horas de camino y tenía hambre, por lo que comencé a creer que me resultaría imposible enfrentar a Brian ese mismo día. Además, ya había oscurecido y las ganas de dejarme estrellar en algún poste eran muy persistentes. Busqué a tientas la palanca para encender los faros de mi auto y, cuando la encontré, se negaron a prender.

—Maldición —grité frustrado y bajé la velocidad. Para mi mala suerte, la calle en la que transitaba estaba totalmente a oscuras y lo único que resaltaban en ella eran las luces de algunas ventanas de las casas. La luz de la Luna intentaba ayudar un poco en la iluminación, pero era tan tenue que apenas y servía de algo.

No podía continuar manejando, así que me orrillé cómo pude y apagué el motor del auto. La única opción para pasar la noche era encerrarme en el auto e intentar descansar, así que antes de hacerlo me bajé de él y abrí la cajuela para sacar una bolsa de comida que había llevado. El aire helado golpeó mi el rostro en cuanto puse un pie afuera y me ajusté las gafas para controlar mi nerviosismo; miré a mi alrededor y la soledad de la calle me causó escalofríos.

—Ya eres mayor para esto, John —me dije a mi mismo mientras abría la cajuela —No temas a la oscuridad.

Saqué la dichosa bolsa y cerré la cajuela, pero antes de abrir el auto para resguardarme, me percaté de algo bastante curioso: no era una calle cualquiera.

Era la calle de la casa Beatle.

Joder, me había estacionado a unos cuantos metros de la casa que tantos recuerdos me traía. En seguida, la idea de que ya estuviera habitada por alguien me desanimó, pero aún así hice el esfuerzo de ver en la oscuridad  para lograr identificarla.
En la acera continuaba el gran manzano que tanto amaba Paul en primavera, el poste mal hecho que irritaba a George y la grieta en la pared de nuestro vecino que Ringo causó una vez cuando estrelló el auto de Paul en ella.

Reí ante eso último y me acerqué a la ventana para ver si lograba detectar algo, pero dadas sus condiciones, asumí que no había sido limpiada en mucho tiempo. ¿Sería posible que estuviera aún disponible?

Me alejé de la ventana y caminé hacia la puerta. En el intento casi tropecé con una roca, pero finalmente logré llegar. Recordaba que los chicos y yo solíamos esconder una llave arriba del marco de la puerta, entre una grieta y el acabado en punta que tenía, así que palmeé ansioso, esperanzado de encontrarla.

—Vamos... nadie más sabía de esto —continué buscando a tientas y, cuando estuve por darme por vencido, sentí una punta helada —No...

Y en efecto, era la llave.

Todo parecía sacado de una historia de fantasía, pero en mi caso era verdad. Con las manos temblorosas de emoción, introduje la llave y le di tres vueltas a la cerradura hasta que se oyó un click; abrí con cuidado la puerta y ésta rechinó horrible por falta de aceite, la oscuridad nuevamente me golpeó los ojos y tanteé la pared para encender la luz, pero obviamente alguien le había bajado el voltaje. Y por alguien me refería a Brian.

Sabía que la caja de luz se encontraba en el patio trasero, por tanto, corrí ya acostumbrado a la oscuridad y subí la palanca. En seguida, la casa se iluminó en algunos pisos y un zumbido se escuchó en los cables de luz de la calle, probablemente por no haber utilizado la electricidad de la casa en mucho tiempo.

Ahora, ya con la luz encendida, me adentré nuevamente a la casa. Su estado era bastante tristón, pues el polvo estaba impregnado en cualquier lugar que se mirara. Los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas y los retratos que antes adornaron las paredes ya no estaban.

Subí por las escaleras (que ahora tronaban por cada paso que daba) y me topé con las puertas que solían ser nuestras habitaciones. Intenté abrir primero la mía, pero lamentablemente tenía la llave puesta. Lo mismo pasó cuando fui a inspeccionar todas, así que mejor bajé a la sala de estar y permanecí unos minutos en silencio allí.

La loca idea de rehabitar la casa me taladraba el cerebro. Técnicamente al estar sin algún habitante nuevo y con los muebles de mis amigos y míos, daba a entender que la casa seguía a nuestra disposición. Seguramente Brian no quiso venderla al ver nuestra miseria, y por primera vez hizo algo bien.
Sería cuestión de darle una limpiada rápida en lo que me alojaba ahí para que fiera habitable ya que sólo sería mi resguardo en lo que acaba la misión con las cartas.

Fui por mi auto para estacionarlo frente a la casa y bajé la maleta junto con la comida. Quité la sábana mugrienta que cubría el sofá y lo sacudí para al menos no dormir en tanto polvo.

Estaba muy cansado, así que en cuanto apagué las luces y me acosté, caí rendido en el paraíso de los sueños.

***

Me levanté a eso de las nueve de la mañana y lo primero que hice fue quitar todas las sábanas de los muebles. Me sorprendí al ver que algunos de nuestros objetos personales aún continuaban en su lugar, al igual que el gran piano que Paul y yo solíamos usar para componer juntos. No pude evitar mirarlo con los ojos cristalinos, ni tampoco sentarme frente a él. Tenía una eternidad sin estar tan cerca de un piano... se sentía bien. Una vocecita en mi cabeza me decía que lo hiciera, que sintiera el momento, y así lo hice.

Acaricié el instrumento con mis maltratadas manos y coloqué mis dedos en las teclas. Exhalé con nerviosismo al ver lo precioso que era y ejecuté un Do Mayor. En seguida, el piano emitió un sonido no muy agradable, pero me di por satisfecho. Algún día, si lograba tener el dinero suficiente, lo mandaría a arreglar.

Hice a un lado mi sentimentalismo y corrí al baño para lavarme el rostro. Por suerte la toma de agua seguía funcionando, así que mojé mi rostro todo lo que quise y suspiré de alivio al sentir la frescura del agua. Necesitaba darme ya un baño, pero para eso necesitaría ir a comprar algo de shampoo y jabón.

Cuando terminé de asearme lo mejor posible, fui a la sala de estar y puse las manos en mis caderas mientras miraba a mi alrededor. La casa necesitaba una limpieza urgente, así que sin más, fui a buscar alguna escoba en al patio trasero.

Esperaba que todo saliera bien.

El Viaje De John [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora