Capítulo 15

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—¡Mike, no!

Él soltó una risa histérica pero no hizo nada. Simplemente se burló de mí.

—¿Te agrada que alguien te tenga a su merced, John? Nos robaste a mi hermano... Papá y yo merecíamos tenerlo más tiempo que tú... ¡no te acerques!

Me detuve con el cuerpo temblando y gemí por desesperación. Al parecer Mike se había vuelto loco y ahora nuestras vidas dependían de su demencia.

—Mike...

—Una simple carta no arregla el que mi desgraciado hermano nos haya abandonado cuando más lo necesitábamos... ¿y para qué? Para saciar tus deseos... Tú estúpido deseo de ser famoso y de pervertirlo... ¡Te maldigo, John Lennon! ¡A ti y a todos los que alejaron a mi hermano de su familia! Juro que... ¡Ah!

Mientras Mike soltaba su discurso, me abalancé sobre él para quitarle la caja. Ambos comenzamos a rodar en el piso entre puñetazos y tirones, pero Mike se rehusaba a entregármela.

—¡Suéltame, maldito!

—¡Tienes que calmarte, Mike! ¡Todo estará bien!

Los ladridos desesperados de Martha hacían un eco temible por toda la casa. Mike y yo continuábamos peleando en el piso, hasta que logró darme un buen golpe en el rostro y lo solté. Mike gateó lejos de mi y tomó nuevamente la caja, amenazándome.

—Vas a pagar por todo, John...

—Por favor... Podemos arreglarlo de otra forma. Sé que fue mi culpa y merezco ser castigado, pero no hagas nada estúpido. Puedes ir a prisión... —Dije tratando de darle por su lado, pero él comenzó a llorar.

—No...

—Déjame ayudarte, Mike... Paul no querría esto.

El tipo comenzó a hiperventilar y aún desconfiado aflojó un poco el agarre de la caja. Era mi oportunidad para detenerlo de una buena vez.

—Así, Mike... tranquilo...

Poco a poco fui acercándome y Mike comenzaba a ceder. Su mirada denotaba que aún no superaba la pérdida de su hermano y por un momento sentí lástima, pues yo tampoco lograba superarlo.

—John...

Su llanto resonaba en la casa y por el momento yo quería reconfortarlo. Lentamente traté de envolverlo en un cálido abrazo pero él se alteró nuevamente.

—¡No!

Y para mi desgracia, prendió el maldito cerillo y lo dejó caer al suelo.

—¡Mierda!

Y pronto la casa comenzó a arder en llamas. Primero la alfombra, después el sofá y pronto las cortinas comenzaron a consumirse. La madera de la casa, la maldita madera noruega, pronto también comenzó a incendiarse.

Mike y yo comenzamos a toser y yo me tiré al piso mientras todo comenzaba a incendiarse. Mike, en un estado de alteración extrema, corrió hacia la puerta y salió.

Y el muy hijo de puta me cerró con llave.

—¡Mike!

Las gafas se me empañaron y el humo penetró mi garganta como mil dagas. Podía oír los ladridos desesperados de Martha...

¡Martha!

Era un imbécil. La había dejado encerrada y la pobre debía estar asustada. Tenía que salvarla.

Como pude, me arrastré por el piso cubriéndome la boca y la nariz con el cuello de mi pijama y subí a tropezones las escaleras. No podía ver casi nada, pero divisé mi habitación y la abrí. Martha en seguida salió corriendo.

—¡Espera!

Martha, alterada, pareció entenderme y si no fuera por la situación, diría que en verdad entendía lo que le decía. Nos acercamos a las escaleras y ella chilló cuando un estruendo resonó en las llamas. Los vidrios de la casa estaban estallando.

—¡Tenemos que irnos de aquí!

Bajamos poco a poco cada escalón, pero nuevamente algo se cayó y Martha corrió entre mis piernas, tirándome. Mi cuerpo fue a dar al pie de las escaleras, a un lado de una repisa que se tornaba de un color casi rojizo por el fuego. Me quejé adolorido y Martha movió mi rostro con su hocico, así que reuní todas mis fuerzas para levantarme y seguir. Prácticamente ya todo era gris y naranja.

—La...  ¡La puerta!  —grité desesperado al recordar que el bastardo de Mike nos había encerrado.

Estábamos atrapados.

—No...

No podíamos morir así. Todo había cambiado tan rápido...
Estuve tentado a tirarme y dejarme calcinar, pero los ladridos angustiados de Martha no me dejaban. Me levanté tosiendo como loco e intenté patear la puerta, pero me sentía débil. Al parecer todo sí estaba perdido.

Vamos, John... puedes.

Comenzaba a delirar, pues era imposible que la voz de Paul se escuchara entre las llamas.

No te desanimes...

Martha ladró insistentemente y, por muy extraño que parezca, una energía extraña invadió todo mi ser. De pronto me sentía con todas las fuerzas del mundo.

Comencé a paterar y a jalar el picaporte de la puerta con desesperación, tanto así que sentía que las uñas se clavaban en la madera de la puerta.

Uno... dos... tres.

Tres golpes más bastaron para que la puerta se abriera y lograramos salir Martha y yo.

Y fue entonces que, al estar en el exterior de la casa, pude enterarme que algunos vecinos intentaban apagar el fuego con baldes entre gritos y llantos.
Sentí como alguien me jalaba lejos de la casa y las sirenas de los bomberos hicieron presencia.

—¡John!

—¿Paul?

Pero no, no era Paul. Aquella voz que había escuchado dentro de la casa había sido de mi propia imaginación. A mi lado solamente estaban George, Olivia y Martha, mientras que los gritos y siluetas de los vecinos se perdían a lo lejos en la oscuridad.

Ya no tenía nada, todo se había perdido. No más dinero, ropa ni cartas.

Oh, las cartas.

El Viaje De John [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora