Capítulo 14

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—Es hermosa.

—No merecía menos.

Observamos con nostalgia la lápida de Ringo y George depositó unas flores que compramos en la entrada del cementerio. Admiraba la valentía de éste al no llorar, aunque sospechaba que ya había llorado mucho en los años pasados.
Un rayo de sol cayó sobre la lápida de Ringo y eso la hizo aún más bella.

—¿Es así como se siente?

Miré confundido a George ante su pregunta.

—¿A qué te refieres?

—A perder a quien de verdad amas.

Su respuesta me provocó un dolor en el corazón, pues se notaba que por más que lo ocultara, estaba igual de destrozado que yo como cuando perdí a Paul.

—Supongo que sí. —Dije finalmente, pasando mi brazo por sus hombros para abrazarlo. —Pero ahora tienes a una esposa y a un hijo maravillosos.

—Lo sé.

Guardamos silencio un par de minutos más hasta que decidí que era suficiente tortura.

—Vámonos.

Nos despedimos con una última mirada de la lápida de Ringo y nos subimos nuevamente al auto. Pasamos al hotel donde nos estábamos hospedando y recogimos nuestras cosas para después emprender el camino de regreso a Liverpool.

¿Había valido la pena recorrer tantos kilómetros para que la carta no hubiera sido entregada? No sabría responder eso, pero una cosa buena había resultado del viaje: Nos despedimos de Ringo como debió ser.

Horas más tarde regresamos a Liverpool. George insistió en que fuera a cenar a su casa, pero yo me negué. Tenía planeado comenzar a empacar para regresar a la casa de campo.

—Tú te lo pierdes. —Me dijo George cuando me dejó en la puerta de la casa Beatle. —Hoy es sábado... Los sábados Olivia prepara pollo para la cena.

—Extraño a Martha, ha pasado dos días sola y necesito mimarla. Sin embargo pronto iré a visitarte. —Me excuse pues quería estar solo. Aunque él lo disimulara, ambos teníamos que terminar de digerir la terrible noticia a solas.

—Bien... Oh, creo que ya te vio.

En efecto, Martha golpeaba la puerta para salir y recibirme. Sonreí por inercia y me despedí de George.

—Seguimos en contacto.

—Claro.

George subió al auto y tomó su propio rumbo, mientras que yo abrí la puerta y fui atacado por las lamidas y ladridos de Martha.

***

—Muy bien... Todo está listo.

Habían pasado ya tres días desde la noticia de la muerte de Ringo y todo iba bien. En ese tiempo aproveché para ir empacando las cosas que me llevaría de regreso a la cabaña, pues habían muchas cajas en el sótano que valían la pena llevar conmigo. Martha había superado mi ausencia y ahora solamente se dedicaba a dormir y a jugar.

Era hora de irse a dormir y arrope a mi querida Martha en su pequeña cama que yacía a mi lado en la misma habitación. Después, me coloqué la ropa de dormir y me lavé los dientes. Como siempre, antes de meterme en la cama charlé con Paul en mi cabeza y besé un portarretratos que tenía en mi mesita de noche, donde estaba una foto suya. Ese día lucía bellísimo.

Metí los pies en las frías sábanas y me quité las gafas para descansar.

—Buenas noches, Martha.

Me acomodé en la almohada y traté de conciliar el sueño, sin embargo un ruido en el piso de abajo impidió que eso ocurriera. Martha se puso alerta. Por un momento pensé que se trataba de algún objeto que estaba mal colocado, pues había terminado de empacar y todo estaba abajo, pero aquel ruido perturbó la tranquilidad de la casa por segunda vez.

—Aguarda, Martha.

Salí de la cama y me coloqué las gafas, al igual que el pantalón que días atrás había utilizado en el viaje a Surrey; tomé un jarrón que reposaba cerca de la ventana y me armé de valor para salir de la habitación. Martha quería seguirme, pero no quería ponerla en peligro, así que la encerré en la habitación. Bajé escalón por escalón hasta llegar a la planta baja y un frío estremecedor me recorrió el cuerpo al ver la luz de la sala de estar encendida. Yo no la había dejado así. Di otros pasos más para poder tener un mejor campo de visión y alcé el jarrón por si tenía que atacar, pero me llevé una sorpresa al ver al intruso sentado en el sofá, husmeando las cartas que había dejado en la mesa de centro. Y lo peor de todo era que yo conocía a ese intruso.

—¿Cómo diablos entraste, Mike?

Mike McCartney, mejor conocido como el hermano de Paul, me sonrió.

—Hola, John. Creí que nunca regresarías.

No muy seguro, dejé el jarrón en un mueble y me acerqué a él.

—¿Qué estás haciendo?

—Miraba un poco lo que mi hermano te había dejado. No sabía que fuera tan sentimental.

Fruncí el ceño y mantuve una distancia prudente. Mike lucía diferente.

—¿Ya habías estado aquí antes?

—Por supuesto, Paul me dio una copia de la casa hace años. Solía venir aquí a recordarlo, pero como te mudaste aquí los últimos días, decidí darte privacidad. Pero John... Me vas a perdonar, pero ya no pude resistir más.

—¿Y James? —Pregunté desconfiado, pues no le creía.

—En casa. Él está bien, no te preocupes.

Asentí en silencio y lo observé cruzando los brazos.

—Sabes que no es muy normal irrumpir casas ajenas pasada la medianoche, ¿verdad? —Le cuestioné. — ¿Estás ebrio?

Pero Mike soltó una risita un tanto desquiciada. Comenzaba a asustarme.

—¿Ebrio? No, John. Más bien un tanto molesto. —Dijo levantándose y aventando una carta a la mesa. —Molesto contigo.

—¿Conmigo? ¿Por qué?

—Por haber matado a mi hermano.

Lo miré perplejo y él me sonrió. Ese no era el Mike que había dejado en la casa del Sr. McCartney... era uno distinto. Uno más condescendiente.

—¿De qué hablas? Yo no maté a Paul... Sabes qué ocurrió con él. —Expliqué nervioso sin saber porque. —Él estaba enfermo.

—No, él enfermó gracias a ti... ¡A su estúpida banda! Lo presionabas mucho... Lo alejaste de la seguridad de su hogar.

—Paul amaba la banda, amaba la música... ¡Como tu padre! Nadie lo obligó.

—¡No metas a mi padre en esto! Tanto él como yo te culpamos por nuestra desgracia, y es por eso que vas a pagarlo.

—Pero qué...

Al principio no entendí porque Mike sacaba una caja de cerillos, pero cuando el olor a gasolina perforó mis fosas nasales, comprendí el porqué.

El Viaje De John [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora