Capítulo 11: Un chico.

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Me habían sucedido tantas cosas paranormales que no me detuve a aterrorizar o admirar lo que me había pasado, así que procuré salir lo más rápido de ese cuarto. Una vez afuera del hospital decidí hacer lo posible para que la gente no me viera, pero cuando alcé la vista, no había nadie a mi alrededor, me situaba en un pasillo trasero del hospital y la puerta estaba abierta; yo suponía que habían cámaras de seguridad pero no me importaba. Mi meta era llegar a mi casa y decidir de una vez por todas qué hacer con mi vida. No miré atrás, comencé a caminar y dirigirme hacia la salida, cuando precisamente salí, recordé que estaba en bata, que no tenía ni bolso, dinero, ni nada, pero eso no me iba a detener. No me importaba si la gente me veía o no, si pensaban que era una demente o lo contrario, solamente tenía como propósito correr, llegar a mi casa. 

El ardiente sol me estaba derritiendo la piel, sudaba demasiado para mi gusto y me quedaba sin aliento. Cada vez que recordaba en restaurante corría más veloz, por más que se me aparecieran imágenes de mis padres calcinados las lágrimas se apoderaban de mí. Intentar hacerme la fuerte no me servía de nada porque jamás me imaginé mi vida sin ellos, y ya no estaban, no iba a sentir más las caricias de mi madre o lidiar con la inmadurez de mi padre. Con cada paso trataba de huir de todo, mis asesinatos, la realidad. No dejaban de aparecerme uno por uno todas mis víctimas. Pero luego de tantos minutos de correr me detuve a reposar, pero no tenía idea de dónde estaba yo. Me situaba en un callejón amplio, vacío, no había ni una sola alma por allí. Esa no era la dirección a mi casa así que que me rendí. 

Me senté en el suelo apoyando mi espalda en un muro y empecé a estremecerme, llorar, gritar, llamar a la muerte y que me recogiera de una buena vez por todas. Cuando pensé que era el final, que mis últimos minutos serían en un callejón, llegó mi liberación. Escuché el sonido de un carro así que levanté la vista, al principio del callejón venía un Maserati negro que fue disminuyendo su velocidad, al llegar donde estaba yo, se detuvo. Estaba temblando porque la ventana del auto se estaba abriendo y no tenía idea de quién estaba en el interior, pero cuando la ventana terminó de bajarse por completo, me di cuenta de que solamente era un chico aparentemente no mayor que yo. El miedo se fue volando, al mirarlo, me di cuenta de que sería incapaz de hacerme daño, o al menos eso aparentaba. Fijó sus ojos plenamente en mí y los agrandó poco a poco, raudamente abrió la puerta del coche para salir y acercarse, en parpadeos lo tenía frente a mí y de paso arrodillado. Pensé: «¿Pensará que estoy loca?» pero la frase que dijo me fue bastante peculiar.

—¿Por qué escapaste del hospital?— Yo estaba sorprendida, supuse que él también era un brujo, mi respiración se aceleraba y agrandaba, se podía ver como mi pecho subía y bajaba.

—¿C-cómo lo supiste?— pregunté entre tartamudeos.

—No soy un brujo si es lo que piensas— dijo sonriendo— Es que me recuerdas a la vez que yo hice eso y acerté— No lo podía creer. De todas maneras no tenía ánimos para charlar con un extraño así que aparte mi cara de su mirada para poder volver a mis pensamientos.

—Déjame llevarte a casa— inquirió. Con lentitud, depositó sus manos sobre las mías, pero lo aparté retirando mis manos debajo de las suyas, me pareció bastante extrovertido, no me quería imaginar cómo sería conocerlo.

—No necesito tu ayuda— No solía ser tan descaradamente grosera pero no estaba en mi mejor situación.

—No soy un pedófilo ni nada— aclaró—, es que ¡Mírame!—exclamó— ¿Me ves con cara de querer hacerte daño?

—No dije que fueras...—suspiré y aproveché para cambiar lo que iba a decir— No estoy en el mejor momento así que puedes irte. Estaba tan deprimida que preferí quedarme muriendo en quién sabe dónde que aceptar una ayuda. Intenté dejar atrás la grosería y ser amable pero, ¡no!, el chico me había hecho explotar.

—Eres una malcriada que jamás llegará a alguna parte— su frase no fue para nada de mi deleite, no le había dado ningún derecho para decirme así.

—Escucha muy bien hijo de tu...—pausé— mamá...— interrumpió.

—Ni modo.

Puse los ojos en blanco y terminé diciéndole una cosa totalmente distinta a lo que le iba a decir.

— Está bien, te dejo que me lleves— Sentía exasperación, no quería iniciar pleito con un extraño.

—¡Wii!— exclamó— Ven, te ayudo— se había levantado y luego estiró su mano para que sujetara de ella pero lo rechacé.

—Puedo pararme yo sola— Y le demostré que sí podía hacerlo. Pero comentó algo que no le había pedido.

—No importa lo triste que estés, la odiosidad no te ayudará en nada— Me sorprendí pero él tenía razón, tenía que ser yo misma pero sin embargo no le hice caso.

—Tus padres debieron haberte enseñado a no ser metiche— A pesar de estar consciente de lo que dijo...no le hice caso.

La puerta del auto seguía abierta, así que entré y luego me pasé al otro asiento, porque si no tendría que conducir yo, y mi licencia se quedó en el hospital con mis demás pertenencias. Al subirse y cerrar la puerta, empezó a conducir; cuando salió, había dejado encendido el auto.

—¿Podrías poner algo de Celine Dion?— pregunté con los brazos cruzados.

—No sé quién es— contestó.

—Mira, siento ser tan grosera pero mis padres fallecieron hace muy poco y créeme que no estoy en ánimos de nada— dije obviando la parte en la que asesiné a tres personas.

—Te entiendo— lo miraba mientras conducía—. Yo tampoco tengo padres.

En el momento en el que dijo eso, con tanta serenidad, dejó de ser un molestia y hasta casi parecía agradable. Soy algo bastante curiosa así que procedí a preguntarle sobre la muerte de sus padres.

— ¿Y cómo murieron tus padres o qué?— traté de no usar un tono muy metiche, no quería que pensara que soy pesada, es decir, cuando acabas de conocer a una persona no le preguntas acerca de su vida personal y menos si se trata de algo doloroso; pues al menos así lo veo desde mi perspectiva. Pero no me había contestado.

—Siento la indiscreción— Me disculpé porque sentí que lo había incomodado pero tampoco obtuve respuesta alguna.

—Ahora la metiche soy yo. Lo lamento tanto— Se me agotó la paciencia, no soportaba estar en el mismo lugar con alguien que me ignoraba.

—Detén el auto— ordené—, me bajo, yo puedo irme sola a mí casa.

—No tienes que poner esa cara tan fea— hizo que mis cejas se fruncieran pero luego no le di tanta importancia a su comentario—, me duele mucho hablar de eso.

—Yo lo entiendo, mis padres apenas fallecieron ayer y...—No pude seguir hablando mis lágrimas lo hicieron por mí. La sensibilidad seguía apoderándose de mi cuerpo, soy una llorona.

—No, no hables, sé que te provoca dolor lo entiendo mucho, lo siento— su cara dibujaba compresión y eso era lo que necesitaba

—Gracias— dije sinceramente.

—Mis padres no están muertos, bella— Me dejó bastante confundida y con razón porque había dicho que no tenía padres.

—Pero si recién dijiste que ellos...— dije con la confusión aún pintada en mi cara— Pero si no están..Entonces son...Perdón soy algo lenta.


Asesina: El secreto de LysaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora