—Y de pronto vi que te desmayaste, así como si nada —explicaba mi amiga de forma teatral—. Fue un verdadero alivio que esa chica cerca tuyo te sujetara, porque si no, habrías ido directo a besar el suelo. ¡Y por Dios! ¡La cantidad de bacterias que deben haber ahí!
Reí al ver la mueca que su rostro hizo.
—¿Sabés? A veces creo que sufres de bacilofobia —removí la cuchara dentro del café que me había preparado Avril.
—Bueno, el punto es que en un momento Stuart creyó que te habías muerto —comenzó a reír desenfrenadamente, y su risa era contagiosa—. ¡Tuviste que haber visto su cara de espanto!
Una vez que las carcajadas cesaron, recordé algo que debía preguntarle.
—Avril, por alguna razón... ¿no viste cerca de la barra a un chico con un aspecto... peculiar? —dudé ante lo que decía, sin saber cómo expresar el aspecto tenebroso que tenía.
—¿A qué te refieres con "peculiar"? ¿Edward Cullen? —volvió a reír.
—Me refiero a peculiarmente aterrador —observé el paisaje pintado de naranja y amarillo tras la ventana—. Antes de desmayarme, juro haber visto a un chico con ese aspecto.
—Quizás solo fue tu imaginación, Scarlett... Pero si te tranquiliza, no, no había ningún chico con una aura maligna —me sonrió—. Vamos por unos cupcakes, ¿quieres? Creo que te haría bien tomar un poco de aire.
—Está bien —dije, sin muchos ánimos. Desde que desperté, había estado un poco perturbada por el sueño, y por algún motivo lo relacionaba con el chico de anoche.
Cuando ya estábamos fuera de la casa, agradecí mentalmente haberme puesto un suéter encima de mi blusa. La ventisca era suave, pero helada.
Era un tranquilo y fresco 15 de octubre. Y el simple hecho de que viviera desde que nací en la "Ciudad de las Brujas", localizada en el estado de Massachusetts, hacía que estuviera acostumbrada a que durante todo este mes no se hablara de otra cosa que no fuera Halloween. Salem tenía miles de historias, mitos y, obviamente, lugares turísticos que la hacían ideal para festejar el 31 de octubre. Los ciudadanos aprovechaban esto al máximo, y cada año a estas alturas, todas las calles se encontraban adornadas para la ocasión. Calabazas y guirnaldas de murciélagos se veían por doquier.
—¡Scarlett, mira! —exclamó Avril, deteniéndose frente a la vidriera de una joyería.
—Es hermoso ese collar —señaló una parte del cristal con el dedo índice. Miré el colgante: la cadena era de plata y tenía una piedra brillante de color verde musgo con tonalidades esmeralda colgando. Era realmente bellísimo.
—Realmente sí que es lindo —dije, mirándolo fascinada.
—Creo que se te vería perfecto —dijo Avril, examinándome con una sonrisa.
Como si fuera un fantasma, vi por el reflejo del vidrio pasar a una persona con capucha. El tiempo pareció tomar un ritmo más lento cuando pasó detrás de mí. Ladeó la cabeza y levantó una de las comisuras de su boca, lo que interpreté como un intento de sonrisa.
Era él.
Estaba completamente segura.
Cuando giré bruscamente la cabeza para verlo, nada. No había dejado ningún rastro; era como si no existiera.
—¿Pasa algo? —Avril me miraba, tratando de entender a quién o qué estaba mirando.
—No, nada —mentí—. Vamos por esos pastelillos que me muero de hambre.
La conduje hacia la pastelería. Me dolía ocultarle que estaba asustada, que quizás incluso estaba viendo personas muertas. Es mi mejor amiga desde hace 12 años, pero no quería que se burlara de mí diciendo que imagino chicos porque me hace falta un novio o, peor aún, que quisiera llevarme al psicólogo.
• • • • •
Avril ya se había ido, y yo me encontraba sola, acostada en el sillón más grande de la sala. Mamá llegaría tarde, ya que tenía que cubrir a una compañera, así que tenía la casa sola para mí. Como siempre.
Tener una madre médica y no tener hermanos hacía que ir a visitar a mi abuela fuera algo cotidiano. Pero esta vez sentía la necesidad de estar sola.
Buscaba en la tele algún canal que estuviera dando una película de terror cuando el timbre de la casa sonó. Me levanté y caminé hasta la puerta con pereza. Al abrirla, no había nadie. Pensé que fue alguien que pasó y quiso hacer una broma. Pero entonces miré al suelo, donde se encontraba una pequeña caja con un moño dorado.
La levanté y cerré la puerta. Fui con ella hasta el sofá, donde estaba sentada anteriormente, y allí la abrí.
El delicado collar estaba ahí.
Sin pensarlo, tomé el celular y marqué a Avril. Puse el altavoz para poder colocarme la cadena mientras tanto. En el segundo tono atendió.
—¿Scarlett?
—Siii, gracias por el regalo, no te hubieras molestado —mi voz salió sobresaltada de la emoción.
—No entiendo. ¿De qué regalo hablas?
Fruncí el ceño.
—El que acabas de dejar en la puerta, ¡dah!
—Yo no dejé nada. Es más, estoy en casa. ¿Estás bien?
Escuché el sonido del televisor apagándose y de mi celular cayéndose al suelo.
Por primera vez en mi vida, me sentí desprotegida dentro de mi propia casa. La atmósfera se volvió densa, como si algo oscuro se hubiera instalado en el aire. Me pregunté si el collar era un regalo o una advertencia. Mis manos temblaban mientras miraba la caja vacía, preguntándome si realmente estaba sola.
Mi mente, llena de preguntas, comenzó a divagar. ¿Quién me había dejado el collar? ¿Y qué significaba realmente? La noche anterior, el chico de la barra, la sensación de miedo... Todo parecía entrelazarse en un inquietante rompecabezas que no podía resolver.
Decidí que debía salir de casa, alejarme de ese lugar que ahora se sentía tan amenazador. Agarré mi abrigo y el collar, y me dirigí a la puerta. No iba a quedarme allí, a merced de mis propios miedos.
Pero cuando abrí la puerta, un escalofrío recorrió mi espalda. El pasillo estaba oscuro, y en la penumbra, me pareció ver una sombra moverse rápidamente, desvaneciéndose en la oscuridad.
Sin pensarlo dos veces, volví a cerrar la puerta, apoyando mi espalda contra ella. El collar brillaba débilmente en mi mano, como si tuviera vida propia. ¿Era un regalo o un símbolo de algo más siniestro? La incertidumbre me envolvía, y sabía que debía descubrir la verdad.
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Arrástrame al infierno©
ParanormalUnas manos frías. Un olor a azufre. Un susurro desde el inframundo. Y tan solo un nombre... Hay lazos que no se rompen por ningún obstáculo. No importa el tiempo, ni el espacio, y este es uno de ellos. <<Un amor que sobrevivió incluso a l...