Capítulo 25

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[Avril]

La mano de Stuart sostiene firmemente la mía mientras nos abrimos paso entre la multitud, que parece haberse multiplicado en la noche de Halloween. Nos rodean personas enmascaradas y disfrazadas, cada una aportando su toque a la magia del ambiente. Las risas y murmullos llenan el aire, en contraste con la música de fondo que se mezcla con el crujir de las hojas secas bajo nuestros pies. Me encuentro observando de reojo al chico que camina a mi lado, un chico que desde siempre ha ocupado mi corazón, aunque él nunca lo haya sospechado.

Mientras lo miro, recuerdo la primera vez que nuestros caminos se cruzaron, en aquellos días de escuela. ¿Cómo no enamorarme de alguien como Stuart? Desde su sonrisa torpe hasta la forma en que se disculpa por las cosas más pequeñas, él es, sin duda, una de las personas más nobles y auténticas que conozco. En cada momento, ha estado a mi lado, ya sea para ayudarme en una tarea escolar o para consolarme en los días difíciles.

Una de esas veces fue cuando mi abuela murió. Aquella noche, él vino a mi casa en medio de la lluvia, con una caja de chocolates y una manta, sin decir nada, solo abrazándome mientras mis lágrimas caían. Esa imagen de él, mojado y tiritando, se ha grabado en mi memoria como uno de los momentos más puros de mi vida. Desde entonces, no ha habido nadie que se compare con él.

Miro su perfil, y sonrío al recordar una de las confesiones más tontas que hice en mi vida: "Eres como las papas en mi hamburguesa." No sé por qué dije eso, y mucho menos por qué él lo encontró tan divertido, pero desde entonces, esa frase se convirtió en una especie de chiste entre nosotros. A pesar de lo ridícula que sonó, en algún nivel, resumía perfectamente lo que él significa para mí: algo que nunca quiero dejar de tener a mi lado.

De pronto, Stuart nota mi distracción y suelta una risa burlona.

—¿En qué estás pensando, pequeña loca? —pregunta, levantando una ceja divertida—. Si sigues riéndote sola así, te van a internar, ya verás.

No puedo evitar soltar una carcajada ante su tono y le doy un ligero golpe en el brazo.

—Ay, seguro que tú vendrías a visitarme todos los días con tus pastillas, y seríamos compañeros de habitación en el psiquiátrico —le contesto, entre risas.

—Me gusta pensar que soy el mejor novio que podrías tener —dice con un toque de coquetería, mientras me rodea con su brazo y deposita un beso suave en mi frente.

—Sí, claro, el mejor y el más raro —le digo en tono juguetón, poniéndome de puntillas para susurrarle al oído—. Pero, sabes, a mí me encanta.

—Ay, brujita mía... —suspira él, con una sonrisa cómplice—. Un día, esta bruja me va a matar del susto.

Nos reímos juntos, y luego él me toma por la cintura, llevándome de nuevo hacia la zona de los puestos. Stuart, siempre atento a mis gustos, me sorprende deteniéndose en un puesto de joyería artesanal, y después de unos minutos elige una pulsera de acero con piedras negras. Las piedrecitas brillan bajo la luz de los faroles, y me fascina cómo contrastan con el diseño metálico. Me la coloca en la muñeca y sonríe con satisfacción.

—Ahora llevas algo mío —dice en un susurro, y su tono es tan suave y cariñoso que hace que me ruborice.

Con la pulsera como un recordatorio constante de este momento, continuamos paseando bajo el cielo nocturno. La brisa trae consigo el aroma de la comida recién preparada, y ambos decidimos detenernos para probar unos bocadillos. Mientras disfrutamos de la comida, la música, y el vaivén de personas que pasan a nuestro alrededor, surge una idea en mi mente.

—¿Qué te parece si vamos al museo de las brujas? —sugiero, casi saltando de emoción.

La expresión de Stuart cambia, su ceja se levanta como si recordara algo.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora