Nuestros pasos iban trazando un camino entre las lápidas, el sol ya se había ocultado por completo, y la oscuridad otorgaba un aire tétrico al lugar. A medida que avanzábamos por el cementerio, el murmullo de la ciudad se desvanecía, haciéndose cada vez más tenue, al igual que las luces que danzaban a lo lejos, apenas visibles en el velo de la noche.
—Esta es la vieja iglesia que está abandonada —susurré, consciente de que el eco de mi voz se perdía en la brisa nocturna.
—Así es —afirmó Aiden, su mirada fija en la edificación que se alzaba ante nosotros—. Iremos por atrás, y está bastante oscuro, así que... ¿podría sujetarte de la mano?
—Está bien —pronuncié en voz baja, sorprendida por su solicitud.
—Cada tanto recuerdo mis modales —soltó con un ligero toque de humor.
Tomó mi mano delicadamente, pero su agarre era firme, como si temiera que pudiera tropezar y caer. Con la mano que le quedó libre, sacó un encendedor plateado de su chaleco, que brillaba tenuemente a la luz de la luna creciente, como un faro en la oscuridad. Lo mantuvo encendido mientras atravesábamos la negrura del cementerio, iluminando nuestro camino.
Al llegar a la parte trasera de la iglesia, me di cuenta de que la hierba alta y marchita rodeaba todo el terreno, un claro indicio de que hacía años que nadie entraba allí. De repente, sentí cómo desarmaba nuestro agarre y se alejaba un poco de mí. Observé cómo se acercaba a una vela de gran tamaño, grabada con símbolos extraños que no lograba entender. Al encenderla, la luz cálida danzó en su rostro, revelando una expresión que combinaba determinación y misterio.
—Vamos, entra —me invitó, sosteniendo la puerta con un gesto ceremonioso.
—¿Aquí no es donde abandonaron porque decían que estaba maldito? —pregunté, sin moverme, contemplándolo en el umbral.
—Yo me encargué de que esa leyenda existiera, así que no tienes nada que temer, salvo a mí —respondió, cruzando los brazos mientras le lanzaba una mirada de desaprobación—. Ven, solo pasa; si quisiera hacerte daño, créeme que el primer día lo habría hecho.
Buena jugada. En eso tenía razón.
Subí por un escalón de piedra, a medida que pasaba por la puerta, sentí su mirada clavada en mí, como un peso que me empujaba hacia adelante. En el interior, una vela encendida en cada rincón del lugar iluminaba el entorno con una luz tenue y parpadeante. El piso de madera crujía bajo cada paso, como si el edificio mismo estuviera vivo, pidiendo piedad por la larga ausencia de visitantes. El polvo cubría los muebles, creando una atmósfera de abandono y nostalgia.
El pasillo que se extendía ante mí estaba adornado con puertas de madera desgastada, cada una prometiendo un misterio que había caído en el olvido. Pero había una puerta abierta al final del pasillo, de donde emanaba una luz cálida que contrastaba con la penumbra circundante.
A medida que me acercaba, Aiden me seguía como una sombra, su presencia reconfortante en medio de la desolación. Al llegar al marco de la habitación, me sorprendió lo que encontré dentro: una mesita redonda de color chocolate, con dos sillas a juego, se ubicaba justo en el centro del espacio. Sobre la mesa, dos copas de vidrio impecables brillaban a la luz de las velas, junto a una botella de vino que parecía esperar nuestro brindis, y un plato con uvas que añadía un toque de sofisticación.
—Feliz Halloween, preciosa —escuché un susurro en mi oído, el aliento cálido de Aiden rozando mi piel.
Se adelantó y, con un gesto elegante, retiró la silla que debería ocupar. Caminé hacia la mesa, mis ojos explorando el cuarto lleno de velas blancas de diferentes tamaños que proyectaban sombras danzantes en las paredes desgastadas. También vi una pequeña y rústica cama en una de las esquinas, donde la luz apenas alcanzaba a tocarla, como si guardara secretos oscuros.
Me senté y él acomodó mi silla con un cuidado casi reverente. Noté cómo se encorvaba ligeramente para acercarse a mi cuello, donde depositó un suave beso que encendió un torbellino de emociones en mi interior. Nuevamente, mi tranquilidad se esfumó, y mis manos nerviosas comenzaron a tocar la tela sedosa de mi vestido, buscando un ancla en aquel momento.
—Me di cuenta de que observabas aquella cama —señaló con el dedo índice mientras se dirigía a su lugar para sentarse—. Bueno, déjame decirte que hay una parte de la leyenda de este lugar que nadie sabe... Y es que en esa simple cama, un demonio y una servidora de Dios hacían el acto más impuro, una y otra vez.
La revelación cayó como un pesado manto sobre mis pensamientos. Mientras las sombras se alargaban y la noche se adentraba en el misterio, supe que estábamos a punto de desentrañar secretos que habían estado ocultos por mucho tiempo.
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Arrástrame al infierno©
ParanormalUnas manos frías. Un olor a azufre. Un susurro desde el inframundo. Y tan solo un nombre... Hay lazos que no se rompen por ningún obstáculo. No importa el tiempo, ni el espacio, y este es uno de ellos. <<Un amor que sobrevivió incluso a l...