Capítulo 2

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"Mary... despierta, sé que eres tú."

Una voz resonaba en lo profundo de una blanquecina neblina que rodeaba todo mi plano visual. Mis pulmones se congelaban tras cada calada de aire que respiraba, y mi garganta se cerraba en un nudo.

¿Mary?

Por alguna razón, todo mi ser aceptaba ese nombre como una identificación, y eso era lo que más me perturbaba. Poco a poco, la bruma empezó a disminuir, permitiéndome ver con más claridad dónde estaba. El sentir el pasto húmedo bajo mis pies y ver árboles de gran tamaño me hizo entender que se trataba de un bosque o algo similar.

Comencé a caminar hasta que vi cerca de mí una hoja manchada con sangre. A pesar de la impresión, algo me decía que tenía que leerla. Me arrodillé y la recogí entre mis manos. Fue entonces que, al doblar mis piernas, noté que llevaba puesto un camisón blanco, como los que se usaban hace décadas.

Al observar la hoja, un poco amarillenta y que me hacía notar que tenía suficientes años, me di cuenta de que era un versículo de la Biblia.

1 Corintios 10:13

"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar."

Levanté la vista y vi que en el pasto había huellas de pies. Lo raro era que donde estaban, la hierba tenía aspecto de haber sido quemada.

Corrí siguiendo el sendero que formaban esas pisadas, hasta que mi cuerpo se quedó paralizado ante lo que vi.

De la rama de un árbol colgaba una soga anudada, formando una horca. Nuevamente escuché la estruendosa risa de quien me había nombrado "Mary".

—¿Quién eres? —pregunté con la voz rota.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y una voz surgió desde el costado de mi oído:

—¿Ya no me recuerdas? —su respiración fría chocó contra la piel de mi cuello.

La desesperación se apoderó de mi sistema nervioso y, como reflejo, quise moverme para salir corriendo. Pero a pesar de las órdenes que mi cerebro daba a mis extremidades, estas no reaccionaban. En ese momento, creí que sufriría un ataque de pánico. Mis ojos se abrieron de golpe y me dejaron ver mi habitación.

A pesar de estar consciente de que lo que me había aterrado no era más que una simple pesadilla, seguía sintiéndome asustada, porque por unos minutos eso fue una concreta realidad.

Sobre el sillón blanco, que se situaba cerca de mi ventana, dormía plácidamente Avril, y eso me tranquilizaba un poco.

Empecé a recordar nuestra salida: el vestido incómodo, el sonido, las luces, gente por todos lados y esos ojos...

Una punzada se hizo presente en mi pecho.

No recordaba cómo había llegado a casa, pero sabía que por la mañana, cuando mi amiga se despertara, me lo contaría. Así que volví a dormir, tratando de que esta vez fuera un buen sueño.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora