Capítulo 7

171 23 8
                                    

Mi respiración se aceleró, y traté de calmarme recordando lo que había leído. Mis palabras salieron en un susurro tembloroso, casi como si intentara convencerme a mí misma más que a él.

—Solo eres un... ser astral. —Tomé una bocanada de aire—. Y no sé quién diablos es Mary.

Lo miré fijamente, con la seriedad de alguien que intenta enfrentarse a una alucinación. A pesar de mi esfuerzo por mantener la compostura, mi corazón martillaba con fuerza contra mis costillas.

Él me observó con una mezcla de diversión y curiosidad, como si mi desafío le resultara entretenido. Se sentó frente a mí en la cama con una familiaridad que me erizó la piel.

—¿Solo un fantasmita? —respondió, inclinando la cabeza y sonriendo burlonamente—. Entonces, ¿cómo explicas nuestro contacto físico?

Mis pensamientos quedaron en blanco, un vacío donde todas las respuestas parecían haberse desvanecido. Tragué saliva, intentando encontrar algún indicio de racionalidad en todo esto. Al menos, me repetía, si realmente quisiera matarme, ya lo habría hecho... ¿verdad?

—Si no eres un espíritu —balbuceé, intentando ordenar mis ideas—, ¿entonces eres un vampiro?

La pregunta, absurda en cualquier otra situación, salió de mis labios antes de que pudiera detenerla. Pensé en lo que un profesor o algún compañero de psicología diría si me escucharan; seguramente me considerarían candidata a expulsión. Sin embargo, él solo dejó escapar una risa profunda, grave, como el eco de algo más oscuro.

—¿Por qué esta juventud todo lo relaciona con esas... estupideces de Crepúsculo? —dijo, mirándome como si la pregunta le resultara tan exasperante como divertida. Sus ojos se clavaron en los míos, y una sombra pareció cruzar su rostro—. Aunque he estado en esta tierra durante centenares de años, no soy un vampiro, Scarlett. Perdón por decepcionarte.

Suspiré, aliviada por una parte, pero más intrigada por la otra.

—Bueno, al menos me tranquiliza saber que no vas a... succionarme hasta dejarme sin sangre. —Intenté bromear, a pesar del nudo de ansiedad en mi estómago.

Su expresión cambió, sus ojos brillaron con una intensidad inesperada, como si mi reacción lo hubiera sorprendido. Parecía fascinado por mi falta de miedo —o al menos por mi intento de aparentarla— y no podía decidir si aquello era bueno o alarmante.

—¿Y qué eres, entonces?

Su rostro se tornó serio, y el ambiente se volvió más denso. Había algo oscuro y perturbador en su mirada, como si sus palabras tuvieran el poder de cambiar mi mundo para siempre.

—Olor a azufre, mi rostro, mi piel... supongo que lo sentiste cuando rocé tu labio.

Azufre. Aquella palabra rebotó en mi mente, repitiéndose una y otra vez, hasta convertirse en una alarma.

—¿Qué... qué quieres decir con "azufre"? —La pregunta se convirtió en un susurro nervioso—. ¡¿QUÉ ERES, SATANÁS?!

Su risa estalló en la habitación, resonando como un eco oscuro y burlón. A veces se asemejaba a un gruñido, casi animal, una carcajada que parecía provenir de las sombras mismas.

—Deja de gritar, o te tomarán por loca. —Sus ojos se entornaron, y en su voz percibí una frialdad inesperada—. No soy él, y créeme, tampoco desearía serlo. —Un destello sombrío cruzó su mirada—. Pero soy algo similar. Monstruo del segundo cielo, ser de la oscuridad, ángel caído, peón de Satanás, o, como se me conoce comúnmente... demonio.

El suelo pareció tambalearse bajo mis pies. Mis manos comenzaron a temblar, y sentí el impulso de gritar, pero mi voz se ahogó en la garganta. Las paredes parecieron acercarse, y el aire se volvió pesado, denso, como si el espacio mismo me presionara, atrapándome. Las palabras que había pronunciado reverberaban en mi mente: ángel caído... demonio.

Con el miedo apretando mi pecho, logré tartamudear:

—¿Qué... qué quieres de mí?

El atardecer había dado paso a una penumbra violácea, y la habitación estaba teñida de tonos oscuros. Sus ojos, brillando intensamente en la penumbra, no se apartaban de mí.

—Podría querer tantas cosas de ti... —murmuró, dejando que sus palabras quedaran en el aire, cargadas de promesas oscuras—. Como dije, soy un demonio, y para ser más exactos, un íncubo.

Una media sonrisa se asomó en sus labios, y mi piel se erizó. Mis manos temblaban, y no entendía por qué sus palabras me afectaban de aquella manera.

—Pero tranquila, Scarlett —dijo, con una voz casi suave—. Te he esperado demasiado tiempo como para hacerte daño. Lo único que quiero es que... recuerdes.

Su mirada era una mezcla de melancolía y algo más, algo que me provocaba un vértigo inexplicable. Antes de que pudiera preguntar qué significaba aquello, un ruido en la entrada me sacó de mi trance. Me giré bruscamente hacia la puerta de mi cuarto, escuchando los pasos familiares de mi madre.

Cuando volví la vista hacia él, ya no estaba. El vacío a mi alrededor parecía aún más denso, pero él había desaparecido como si nunca hubiera existido.

—¡Hola, hija! ¿Cómo estás? —La voz de mamá me trajo de vuelta a la realidad, arrancándome de aquel abismo de pensamientos confusos.

Tragué saliva y forcé una sonrisa mientras me acercaba para abrazarla. Necesitaba sentir algo tangible, algo real.

—Hola, mamá. Bien, ¿y tú? —Mi voz sonó casi normal mientras la rodeaba con mis brazos—. Te extrañé muchísimo.

—Hey, Scarlett, ¿te encuentras bien? —La preocupación en sus ojos me tomó por sorpresa, y sentí cómo mis emociones amenazaban con desbordarse. Asentí con la cabeza, tratando de convencerla... y de convencerme a mí misma.

Quería decirle la verdad, contarle que algo oscuro y desconocido estaba pasando, que no era solo mi imaginación, que había una presencia perturbadora siguiéndome. Pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, y simplemente fingí que todo estaba bien.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora