Capítulo 16

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[Scarlett]

Observo el vestido tendido sobre mi cama y siento un nudo en el estómago, un leve hormigueo que me recorre el cuerpo.

¿Estaba bien lo que iba a hacer?

Supongo que durante todo este tiempo estuve en búsqueda de respuestas y ahora, finalmente, las iba a obtener. Eso, claro, si no moría en el intento.

¿A qué juego de terror me encontraba jugando? Las luces parpadeantes del festival ya se filtraban por la ventana, y el murmullo distante de risas y gritos festivos resonaba en el aire, mezclándose con el aroma de dulces y calabazas asadas. Comprendí que, de alguna forma extraña, esto era real. Pero, ¿hasta dónde podía llegar a tornarse peligroso?

Nos enseñan siempre lo que es el bien y el mal, pero, ¿qué pasa si lo malo tal vez no lo es tanto? Siempre dicen que hay que estar del lado de Dios, pero, ¿acaso Él no es solo un dictador? Nunca había sido del todo creyente, ya que lo más fuerte que hice por la religión fue recibir agua bendita en mi cabeza cuando ni siquiera era consciente de mi propia existencia, menos aún de lo que significa ser parte de una religión. Según lo que me contó mamá, mi progenitor era el que más creyente era. Justo la persona que luego prácticamente nos abandonó. En fin, la hipocresía se palpaba en el aire.

Con el cabello seco gracias al secador eléctrico, suelto la toalla que rodea mi cuerpo y me pongo ropa interior de color negro. El tejido suave me da una sensación de seguridad momentánea. Me planto frente al espejo y comienzo a colocarme cuidadosamente el vestido, sintiendo cómo la tela se ajusta a mi figura.

Ayer, después de recorrer mil tiendas con Avril por toda la ciudad, terminamos rendidas en el sillón de mi sala, rodeadas de bolsas de compras. Cuando mamá nos encontró con cara de desilusión y le contamos, o mejor dicho, mi amiga le contó, lo resolvió de inmediato con un hermoso vestido de graduación que tenía guardado. Era corto, de color negro, con la parte superior de encaje que creaba un efecto traslúcido y a la vez elegante, lo que le daba un aire de sofisticación. Al mirarme, sentí un destello de confianza, aunque la incertidumbre aún acechaba en el fondo de mi mente.

Ondulé las puntas de mi cabello, dejándolas caer con ligereza sobre mis hombros, y me maquillé con sombras oscuras que contrastaban con mi piel, terminando con un delineado fino pero notorio que acentuaba la forma de mis ojos. Duda en ponerme o no un labial, pero finalmente decidí hacerlo al recordar que era noche de Halloween. Se suponía que, aunque no estuviera disfrazada, al menos mi maquillaje debía resaltar. Así que me apliqué un labial color vino, profundo y seductor, que parecía ideal para el vestido que llevaba puesto.

Finalmente, me puse unos zapatos con pulsera, de tacón moderado que prometían ser cómodos para la noche que me esperaba. Al dar mis primeros pasos, el sonido del tacón en el suelo resonaba en la habitación, un recordatorio de la transformación que estaba a punto de vivir.

Al terminar, bajé por la escalera y, como si fuera a un baile de graduación, mi madre me esperaba en la punta donde terminaba el último escalón, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—¡Estás bellísima, hija! —grita mamá emocionada, sacando su móvil del bolsillo para tomar varias fotos, capturando cada ángulo de mi atuendo.

—Mamá, es suficiente —me río, sintiendo una mezcla de vergüenza y felicidad mientras me tapo la cara con las manos.

De repente, un timbre suena, recordándome que mis amigos vendrían a buscarme para ir juntos al festival. Corro hacia la puerta, el corazón acelerado por la emoción, y me encuentro con ellos, que parecen relucir, completamente combinados y enamorados.

Los saludo con entusiasmo y, después de intercambiar un par de palabras, me dirijo a la sala para saludar a mi mamá, donde me percato de que se está poniendo la cartera, una pequeña bolsa negra que resalta su elegancia.

—¿Mamá, dónde vas? —pregunto, cruzando los brazos con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Esa es mi línea, niña. ¡Que no se inviertan los roles! —pone los ojos en blanco, y no puedo evitar reírme.

—¡Ay, mamá!

—Solo iré a cenar y pasear bajo la luz de la luna. ¡Todavía soy joven y ya tengo una hija grande! —me da un beso en la frente y acaricia mi mejilla—. De todas formas, si llegas antes, no me esperes. Cuídate, te amo mucho, ¿lo sabes?

Sus ojos siempre me miraban con amor, y eso hacía que mi alma se reconfortara, pero al mismo tiempo me llenaba de una extraña sensación de pérdida.

—Sí, mamá, yo también te amo. Cuídate.

Luego de eso, ambas salimos por la puerta. Ellos se fueron en el auto de Stuart, un pequeño deportivo rojo que parecía vibrar de emoción, y ella en su sedán negro.

Sabía que mamá era joven y, por más que antes no me contara, tenía citas. Pero crecer y darme cuenta de que a veces tu mamá no es solo tuya cuesta. Solo deseaba que le fuera bien, que encontrara la felicidad que merecía.

Después de quince minutos de risas y anécdotas sobre los Halloween pasados en el auto, llegamos a nuestro destino. La ciudad parecía estar iluminada con luces parpadeantes que colgaban de los árboles; calabazas decoraban los parques y calles, creando una atmósfera festiva y mágica. Se veían niños disfrazados, jugando y pidiendo dulces, mientras un desfile de personas vestidas como demonios y brujas llamaba nuestra atención. Ellos cantaban canciones mientras avanzaban entre hileras de personas, sujetando antorchas, mientras otros tocaban tambores, llenando el aire de música y risas.

Realmente, este año se lucieron.

—¿Vamos por allí? —dijo Avril, señalando una fogata que habían hecho a unos metros de donde comenzaba un cementerio, sus ojos brillando con emoción.

Era una fogata grande, rodeada de personas que reían y compartían historias, el calor del fuego iluminando sus rostros y creando sombras danzantes en el suelo.

—Vamos —contestamos al unísono con Stuart, sintiendo la energía vibrante a nuestro alrededor.

Estando allí, pude admirar la cantidad de personas que transitaban por la calle. Me daba gracia pensar que el mismo lugar donde condenaron y quitaron vidas a quienes llamaban "brujas" hoy celebraba y se abastecía económicamente por el turismo que justamente esto mismo generaba.

Mientras estaba perdida en mis pensamientos, observando la llama de la fogata, que danzaba y chisporroteaba, vi un rostro que me resultaba familiar al otro lado. Entonces noté que era él, con sus ojos brillando en un color espectral y una sonrisa que dejaba ver un diente más afilado que los demás, como si se tratara de un colmillo.

Iba vestido con un traje negro de estilo victoriano; su saco negro y largo hacía resaltar su altura. Vi cómo sus ojos se clavaron en mí, y me llevaban al mismo infierno, de dónde no sabía si iba a lograr salir. Su mirada era tan penetrante que sentí como si pudiera leer mis pensamientos más oscuros.

La brisa fresca de la noche me trajo un escalofrío, y mi corazón se aceleró. Había algo en su presencia que me atraía y al mismo tiempo me aterrorizaba, como un imán que me empujaba hacia un destino incierto.





Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora